GOMEZ12102020

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Santo varón
Tomás Corona

Monterrey.- Nació bajo el más implacable yugo del conservadurismo. Su madre, una beata incorruptible hasta el ultimo día de su existencia, signada por la piedad, misericordia y compasión. Su padre, un modelo de virtudes masculinas, ético, moralista y puritano como el que más, en ambos, su amor al prójimo era inquebrantable, y lo demostraban plenamente en sus actividades cotidianas, pero sobre todo en las de índole social vinculadas a su también irrefutable fe religiosa. El demonio del pecado siempre era derrotado con un rezo y el pudor se imponía fehacientemente a la natural sexualidad.

Pero Jesusito nació con el diablo adentro y, desde pequeño, afloraba testosterona por todos los poros de su piel. Soñaba con degustar los placeres carnales y terminaba honrando al pecaminoso Onán bíblico, quien fuera asesinado por el sublime pecado de derramar inútilmente su semen. Jesusito, en su etapa de monaguillo, se cuestionaba que escondían los curas debajo de su larga sotana y las monjas debajo del frondoso hábito. La costumbre de ofrendar la comida mediante una oración religiosa, ir a misa puntualmente los domingos y rezar en familia, todos los días, el rosario de las cinco, lo tenían hasta la madre. Pasó el tiempo…

Jesús contrajo nupcias con una candorosa muchacha, virgen, por supuesto, quien provenía de una familia parecida a la suya y casi sin quererlo, se fue convirtiendo en un dechado de virtudes masculinas, igual que su padre. Tuvo ocho vástagos con su mujer, (“todos los hijos que Dios nos dé”), cinco varoncitos y tres mujercitas, todos bien portados y buenos estudiantes, por supuesto. Y quien no, ante aquel riguroso sistema patriarcal que ahora “Don Jesús”, ejercía. Aquella parecía una familia plena y feliz, en la que no tenían cabida el morbo, la mojigatería, ni se diga la indecencia y mucho menos cualquier alusión al censurable sexo.

Por ello toda la parentela se sorprendió cuando el día de su velorio, ¡oh, sorpresa…!, llegó Bertha, una muchachona de buen ver con cuatro hijos detrás, reclamando derechos y herencia, desde su legal concubinato. Y más tarde apareció Doña Estercita, una madurona con pedazos buenos todavía, ¡con seis retoños más! Ella no pidió nada, era profesionista, autosuficiente y liberal, solo quería que la dejaran despedirse de su bien amado, con quien había desfogado durante años, toda la calentura que era capaz de sentir (y él también). Obvio, hubo desmayos, gritos, maldiciones y maledicencias, graciosas huidas y demás, en aquel simpático y sin par servicio fúnebre.

Luego siguieron los pleitos legales, demandas, contrademandas, embargos y sin embargos, abogados corruptos, cesiones y concesiones de derechos, considerando que la herencia era más o menos cuantiosa. Al final, de aquella tremenda prole, nadie quedó contento, ni los descendientes legítimos ni los ilegítimos. Aquí cabe una pregunta capciosa, ¿cómo le haría don Jesús para ocultar “tanto pecado”? Creo que no llevaba el diablo adentro, era el mismo Luzbel con todo su demoniaco, deleitable, cachondo y pecaminoso resplandor…