Monterrey.- Nunca falta, en un círculo de amigos, el retraído, tímido, receloso, maníaco, obsesivo, introvertido, el nerd pues. Igual se reunían, después de un buen número de años, para compartir el pan y la sal y todas las pendejadillas que uno hace cuando es adolescente. Aunque eran pocos, su sólida amistad había superado las más difíciles y controversiales pruebas por más de 30 años.
Con el paso del tiempo se fueron matrimoniando y la familia crecía con la llegada de los hijos-sobrinos, sin embargo, el tío solitario seguía soltero, metido entre sus libros, aunque ya había estudiado no sé qué tantas cosas. Se reunían en diferentes sitios o en sus casas, hablaban de temas diversos, pero siempre apegados a los convencionalismos sociales, el amor a Dios, el matrimonio y los demás sacramentos de la iglesia, la fidelidad, el amor cortes, la mujer a la cocina, el respeto a las leyes, todos tenían una vida desahogada económicamente, sin demasiados lujos, tranquila, estable, casi perfecta, menos él, quien vivía solo, atribulado y sometido por sus demonios.
Aquella tarde alegre el amigo raro les deparaba una sorpresa. Rompiendo estructuras, paradigmas, concepciones fútiles y estigmas, llegó tomado de la mano de un mancebo rebosante de juventud y belleza, era su presentación en una sociedad recalcitrante, conservadora y odiosa que rechazaba este tipo de actos “tan inmorales”. Ante los atónitos ojos de sus adocenados amigos y familias que lo miraban incrédulos, aunado el momento a las risillas de los niños, estampó un cálido y profundo beso en los carnosos labios de aquel muchachote feliz, refrendándole así su promesa de amor eterno…