PEREZ17102022

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Super CADI
Tomás Corona

Monterrey.- En su diario trajinar, camino al parque para desintoxicar el cuerpo y la mente, uno se encuentra con cosas comunes y triviales: perros, personas, árboles, casas, bancas vacías, hojas secas y mucha gente de la tercera edad caminando. Uno de esos días, cuando me dirigía a casa, se me ocurrió dar la vuelta por una calle que nunca lo hacía y fue entonces cuando vi el letrero: Super CADI. Y me intrigó, pues sabía que los CADI son centros de apoyo al desarrollo integral y como su nombre lo indica, realizan diferentes actividades en pro de la familia, específicamente niños con necesidades especiales y adultos mayores.

Un maestro explicaba no sé qué, era el director creo, y el nutrido público comenzó a aplaudir. Se escucharon los acordes de aquellas rítmica y pegajosa canción: “No rompas más, mi pobre corazón…” Como resortes humanos todos se levantaron de sus asientos y se pusieron a bailar. Y se hizo la magia, y entendí por fin lo que significaba para ellos y para mí ese Super CADI.

Niños de diferentes colores, texturas, peso y estatura, es decir, niños down, asperger, hipoacúsicos, débiles visuales, con parálisis cerebral leve, entre otros síndromes que desconozco, bailaron y bailaron hasta sudar, tratando de seguir el ritmo de aquella melodiosa y rítmica pieza musical. Unos bailaban solos, otros sostenidos por la madre, el padre, la abuela, el abuelo, el tutor, las maestras, pero ninguno se perdió el disfrute de aquel sugestivo y peculiar espectáculo.

No era uno de esos espectáculos vulgares y corrientes que vemos en las redes actualmente, era un evento que proyectaba vida, fe, esperanza, amor, alegría, y era muy lindo ver aquellos niños que olvidaron su minusvalía para disfrutar plenamente del baile de la vida. Cabe decir que los niños, aún los “normales”, siempre lo hacen, disfrutan de todo, estos, por su condición que los hace ser más sensibles y perceptivos de todas las cosas que acontecen en el mundo.

Nosotros, la mayoría, no los comprendemos ni sabemos valorar en su justa dimensión todo lo que estos seres son capaces de dar. Yo sí. Saben lo que hice, me puse a bailar en la banqueta fuera de la reja y cuando el director me vio, les dice a todos: ¡miren, miren qué bien baila ese señor! Cuando la lluvia de aplausos cayó sobre mí, me sentí el ser humano más dichoso del universo y compartí con ellos la mejor de mis sonrisas y unas cuantas lagrimillas de pura emoción.

Postdata. Amé, amo y amaré, más en ese momento, ser un profesor por vocación y convicción.