Monterrey.- Van por allí, comerciando con la salud, los expendedores de placebos, armados con sus cajas milagrosas en la que guardan remedios infalibles que lo curan todo y agujas mágicas que alivian incluso enfermedades incurables, degenerativas o infecciosas.
Tardaron años en conformar un blindado equipo de pseudomédicos ambiciosos que desempeñan su papel a la perfección. Todos ataviados con uniforme médico de diferentes colores y bata blanca.
Uno da “coco-wash” a los pacientes, otro anota en la “Tablet” los datos más relevantes de la persona y la descripción de la enfermedad en cuestión, uno más sumerge, en un balde con agua con no sé qué mezcla extraña, los pies del “pacientito” para desintoxicar su organismo, si así lo amerita la gravedad de la situación.
Por último, el jefe es quien se encarga de colocar las minúsculas agujas y pequeños balines, en las zonas del cuerpo en las que fue focalizado el padecimiento. Y santo remedio. El próximo mes que vuelvan valorarán el avance de la enfermedad o, mejor dicho, de la supuesta cura.
Cabe hacer las siguientes aclaraciones: no tienen un consultorio fijo, utilizan casas prestadas de los enfermos. Cobran muy barato, según dicen, 70 pesillos la consulta. Atienden un promedio de 20 personas por sesión, lo que da un total de 1400 pesos.
“Trabajan” de 7 de la mañana a 7 de la tarde, es decir, realizan por lo menos 5 sesiones, en diferentes puntos de la zona conurbada, que equivalen a la obtención de 7000 pesos diarios. Trabajan de lunes a viernes, multiplique usted por semana, por quincena y por mes la cantidad y descubrirá con sorpresa y desagrado la exorbitante ganancia del jugoso negocio de la venta de placebos.
Nota final: los ilusionados “pacientitos” que acuden a esos negocios convencidos de que un agua con sal o con azúcar, a la que se le atribuyen poderes mágicos, los curará, son víctimas de un engaño, de una estafa maestra que engorda abundantemente los bolsillos de sus victimarios y no se curan, siguen muriendo…