Monterrey.- Quizá parezca un nombre extraño para un loro viejo. Su corpulencia y el color grisáceo de sus plumas lo hacían notar entre el resto de la parvada, poco quedaba del verde jaspeado de su juventud. Cada tarde me hacía la ilusión de que la mancha verde venía a visitarme al viejo parque para ensordecerme con su griterío y entonces me sentía un poquito parte de la maravillosa naturaleza que casi hemos destruido. La parvada se iba a buscar otros lares, pero Tobías se quedaba un poco más a hacerme compañía. Éramos entonces dos viejos solitarios que compartían, aunque fuera un momento, su soledad y tristeza. La vida resuelta, los sueños realizados, esperando el final de nuestros días. Indudablemente existen claras analogías en la existencia de los seres que habitamos este mundo.