PEREZ17102022

MICROCUENTOS PARA PENSAR
Trampa mortal
Tomás Corona

Monterrey.- Don Enrique, así se llama el señor, abordó despaciosamente el camión por su condición de minusválido. En las filas delanteras nadie le cedió un lugar para sentarse, ¡nadie!

Trastabillando, bastón en mano, avanzó por el pasillo semi vacío hasta llegar atrás, donde había algunos lugares. Cabe señalar que, en el área de descenso, el destartalado urbano apenas tenía un tubo vertical guango para agarrarse. El resto del acceso a la bajada solo vacío.

Don Enrique hizo confianza en su fuerza corporal, pero su pierna dañada lo traicionó, giró sin remedio y cayó de espalda entre el pasillo y el primer escalón golpeándose la cabeza, el cuello, la espalda, la rodilla y se abrió una pequeña herida en la mano derecha. Al caer se dio cuenta que su pantalón se bajó hasta las rodillas, afortunadamente traía calzones y por la pena no hallaba si subírselo o sobarse por los chingadazos que se dio.

Varias personas corrieron a auxiliarlo, preguntándole si estaba bien. Dijo que sólo le dolía mucho el cuello. Una señora intentó subirle el pantalón, pero no se dejó. Otra mujer le limpió la sangre de la mano con toallitas húmedas y dos señores le ayudaron a levantarse y lo acomodaron en un asiento. El chofer, embelesado en una cumbia, no se dio cuenta de nada, hasta que el resto de los pasajeros le gritaron que detuviera el camión, porque un viejito se había caído.

El viejito, haciéndose el valiente y sin emitir queja alguna, como pudo se subió el pantalón y preguntó por su improvisado bastón (un palo redondo de escoba por demás inseguro), que había caído un poco lejos después de la voltereta que dio. Un señor le insistía que si se sentía bien; y volvió a decir que solo le molestaba un poco el cuello.

Una señora con aires de lideresa le reclamó al chofer, con justa razón, que se llevara a don Enrique hasta la terminal de los autobuses, para que lo revisara un médico en algún centro de salud, o bien a una de las farmacias que cuentan con ese servicio. El chofer respondió cínicamente que la línea de camiones no tenía ese tipo de apoyo para los usuarios. Timbró con violencia y se bajó enfurecida.

Un joven, buen samaritano, improvisó una “cooperacha” voluntaria para el herido. Casi nadie cooperó, apenas le llegó a juntar 160 pesos (creo que le dan más a los burdos payasos, qué ironía). Don Enrique se bajó lastimosamente, ayudado por un afable señor, con la consigna de ir a consultar a donde pudiera (¿completaría?).

Lo grave aquí son esos autobuses urbanos convertidos en verdaderas trampas mortales para los usuarios.

Así ha sido siempre…