Lamento informarle que el don de la ubicuidad es inexistente, solo lo poseía, y permítanme el beneficio de la duda, San Martín de Porres y quizá Dios. Difícil comprobarlo. Además, no serviría, todo sería inútil, porque una presencia ubicua no garantiza nada, tenemos el ejemplo de aquella maestra (q. e. p. d.) que se aparecía por todas partes y a cualquier hora, durante todo su periodo de gestión laboral, sorprendiendo a propios y extraños y en la exorbitante dependencia que dirigía, nada cambió, de facto, todo continúa igual o quizá peor, porque actualmente se haya embalsamada entre la frivolidad y el oropel, cautiva en una burbuja de poder, lejos de los profes.
La ensayada y bien aprendida verborrea tampoco significa nada, se han dicho siempre y seguirán manifestándose tantas declaraciones discursivas huecas, insulsas o encendidas, fútiles, inocuas, a veces elocuentes, airadas, recalcitrantes, falsías, (“promesas de político jamás cumplidas”, dicen), que se pierden en el éter de la incredulidad. Puro bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, bla, como afirma un amigo profesor.
Para un cambio sistémico de la jodencia educativa-sindical, se requieren proyectos concretos, acciones consumadas, pruebas fehacientes de un actuar comprobable, así como una fuerte inversión económica salvaguardada de la rapiña; que impacten real y frontalmente en la tristísima y olvidada realidad escolar y en las prestaciones y derechos laborales de los profesores, incluida la dignificación de su salud. No, no basta la sola presencia de una sombra fugitiva.