Tu nuevo hábitat comienza a llenarse de nuevas fragancias impregnadas de paz, placidez, espiritualidad. Aunque el poderoso caudal se llevó también lo bueno, todo quedó atrás… Los injustos agravios hacia tus propósitos de mejora, la farsa cotidiana de creerse lo que no son, la anarquía ante los cambios locos producidos, la falsedad de una economía supuestamente quebrantada, las dolosas injurias a tu ego interno…
El desconcierto ante la falta de un proyecto académico, la envidia disfrazada de cordialidad, la inestabilidad institucional recreada por las ocurrencias, el recelo oculto que te acechaba siempre, la desinformación como estrategia efectiva y funcional para el caos, el despojo de tu espacio vital, la frivolidad de las oropelescas vestimentas, la insoportable ausencia de café, el desasosiego ante tanta incertidumbre laboral, la chinga de la exigencia mal pagada…
El no saber decir que no, el incómodo amanecer sabatino, la petulancia de la doña, el desfalco en los procesos formativos, la ridiculez de las extravagancias cocurriculares, el retorno a la enseñanza instruccional, la inmaculada hipocresía de los colegas, los juegos baratos de poder, la indolencia en contra del humanismo; en fin, el mundo de ficción de Aldous Huxley, donde todo es perfecto.
Te alejas, firme, satisfecho, seguro que tomaste una de las mejores decisiones para tu trayectoria profesional. Aunque quizá sea la última; el eco trae hasta tu oído el consabido verso: “el que labra el saber, nunca termina…”
Y concluyes. El mundillo educativo, o más bien su lado oscuro, el que no se ve, introyectado en cada institución escolar, es una mierda pestilente…