Monterrey.- Años 70. Época en que los derechosos regios soltaron rumores paranoicos y terroríficos sobre el comunismo, la enseñanza sexual y atea, la esterilización infantil y espectros satánicos aparecidos en los planteles oficiales, vino un cura católico a mi barrio a distribuir entre niños y adultos sacramentos y convertir agua en bendita. Una anciana salió a duras penas bajo el sol con dos cubetas llenas de agua del grifo al acto de purificación. Mi papá la vio, lleno de compasión ofreció ayudarla sin cobrarle ni un peso. Regresó mi padre con las cubetas, le aseguró que ya estaban bendecidas. Lo cual era falso, pero solo papá –un escéptico maoista– lo sabía. Pasaron los días. Ella y sus familiares juraban haberse recuperado de ciertas dolencias y mejorar sus condiciones de vida. Mi papá, el rojo comunista, había obrado un gran milagro.