Doña Pantaleona Márquez
Cuando era niño, acompañaba a mi madre a la casa de una señora llamada Pantaleona Márquez, quien era costurera. La recuerdo de entonces alta, morena, esbelta, canosa. Quizá cuarenta años más tarde, mi madre me comentó que doña Panta, como le llamaba, todavía vivía y había ajustado ya los cien años, pero que estaba muy consciente. Fui de inmediato a entrevistarla y me encontré con una viejecita pequeña, enjuta, platicadora. Había perdido a un hermano en la batalla de Cerro Prieto y conoció el pueblo antes de la revolución. Su familia en 1910 vivía en Santa Inés, donde ella procuraba enseñar a leer a los niños. Aquí, la revolución comenzó porque no aguantábamos a los ricos, me dijo. “Fíjate que nos tenían cercados, como animales, pues don Joaquín Chávez había echado un cerco por medio de las casas. Muchos de aquí y del rancho (Santa Inés) se juntaron para alzarse en armas contra el gobierno, aunque no creas, tenían miedo y al último ya no querían, porque se acordaban de lo que pasó en Tomochi, donde mataron a todos los inconformes, pero pues ya estaban comprometidos”. La plática terminó con una sabrosa respuesta: “Oiga, doña Panta, ¿y cómo le ha hecho usted para vivir tantos años?” Alzó el brazo y con un minúsculo dedo enfatizó: “Nunca vayas con los médicos, porque te matan”. Ya mi mamá me platicó que doña Panta era además experta en yerbas medicinales. Cuando, entre veras y bromas, les he narrado a médicos amigos la anécdota, he agregado el agudo juego de palabras de don Miguel de Unamuno: “A los médicos se les muere el paciente por temor a matarlo, o lo matan por temor a que se les muera”. Así que doña Panta no andaba tan desencaminada, si algo parecido decían el insigne filósofo español y también Mahatma Ghandi. Para mi ventura, no seguí la recomendación de doña Pantaleona y de sus prestigiados avales, pues de otra suerte, quizá no estaría escribiendo estas memorias. (4 de septiembre de 2022.)