MIS MEMORIAS, 4
El general Rafael Cortina Navarro, o nadie insulta al presidente
Víctor Orozco
Ciudad de Juárez.- En el pequeño pueblo aconteció en 1952 una tragedia pasional cuyas reminiscencias, repetidas una y otra vez, duraron por lo menos una generación. Ese año llegó el general Rafael Cortina Navarro, hombre sesentón, veterano revolucionario, quien había ocupado altos puestos políticos y militares entre otros el de gobernador del territorio de Baja California. Se hospedó con doña Cuca Avitia, quien rentaba cuartos a esporádicos huéspedes que llegaban a esperar el tren de pasajeros. Vino siguiendo al amor de su vida, una joven del lugar llamada Quica Salais, quien al parecer lo había abandonado. Ignoro cuanto tiempo duró la espera, pero entre tanto, el hombre convivió con algunos pueblerinos a quienes invitaba el trago, consuelo al cual acudía para paliar el mal de amores tan intenso que le aquejaba. Uno de estos amigos accidentales fue mi padre, a quien le platicó numerosas anécdotas de sus andanzas en la revolución y después. Contaba emocionado los detalles de la expulsión del general Plutarco Elías Calles, la cual ejecutó por órdenes impartidas personalmente por el presidente de la República, general Lázaro Cárdenas. Le narró a mi padre: “Una tarde fui citado al despacho presidencial, en donde el presidente me indicó que iba a cumplir con una misión muy importante, de inmediato y en persona. Así recibí las órdenes. Llegué a la casa de Calles en Cuernavaca, al mando de una unidad militar. Desarmamos a los guardias y me presenté en la misma recámara donde dormía el general, quien se levantó precipitadamente en pijamas. Le comuniqué la orden de llevarlo en ese momento al campo de Balbuena donde un avión lo esperaba para trasladarlo a Estados Unidos. Calles se asombró y quedó en silencio por un instante, pero luego profirió: "¡Trompudo hijo de la chingada! Entonces yo le repliqué con voz fuerte: Mi general, ¡delante de mí nadie insulta al presidente de México! Ya no dijo más, medio se vistió e inmediatamente lo trasladamos a la capital”.
Pero, volvamos a las desdichas del amante. La anhelada respuesta de la dama nunca llegó, por lo que una noche el general Cortina Navarro se pegó un tiro atrás de la oreja con una pistola calibre 380. Fue sepultado en el panteón del pueblo de donde posteriormente sus familiares exhumaron el cuerpo y lo trasladaron tal vez a Durango, su tierra de origen. Años después, Guadalupe Otero me platicaba que fue comisionado para comunicar a Quica Salais la triste noticia. La mujer se encontraba en Bachíniva, en la casa de un hermano, así que cabalgó toda la noche para atravesar la sierra y al amanecer cumplió con el encargo.
Colofón: En abril de 2019, cuando fue abierto al público, visité el complejo residencial y militar de Los Pinos, en donde vivieron con sus familias los presidentes de la República, desde Lázaro Cárdenas hasta Enrique Peña Nieto, con excepción de Adolfo López Mateos. También albergaba un cuartel del Estado Mayor Presidencial, destacamento del ejército bajo el mando inmediato del jefe del ejecutivo. En uno de sus monumentos, me fijé en una leyenda: "Al presidente de la República nadie lo toca". Recuperé de inmediato el relato del general Cortina Navarro, casi igual al de este texto y me pregunté: ¿Se romperá alguna vez la fidelidad y el respeto de los militares al Presidente? Al menos desde finales del sexenio cardenista, ha sido hasta hoy inconmovible, comportamiento muy distinto al de sus pares latinoamericanos, protagonistas de un golpe de estado tras otro. Con seguridad, a esta conducta se atiene Andrés Manuel López Obrador para otorgar a las fuerzas armadas tanta confianza y variadas funciones en la administración pública.