Monterrey.- A finales de los años 80 y principio de los ’90, tuve una relación estrecha y casi cotidiana con una mujer chispeante y menudita, dueña de una potente voz grave y presencia apabullante; que se expresaba no sólo a través de la palabra, sino con todo un lenguaje corporal y sus ademanes le imprimían aún más fuerza. Una mujer madura, en sus 50 años y en total plenitud. Luego supe que no hacía mucho le había ganado la carrera al maldito cangrejo que osó atacarla.
La conocí primero en su faceta de educadora, como directora del jardín de niños donde mis hijos cursaron el preescolar. Aunque ya tenía referencia de ella, por Pepe Charango, mi marido (quien por cierto, haría mejor papel que yo en esta mesa, de no ser porque se le ocurrió apachurrar el cencerro en 2017).
Pepe la tenía muy presente y en alta estima junto a Edelmiro Maldonado, su esposo, de los gloriosos años setentas de lucha obrera y estudiantil, cuando él siendo un güerquillo de 17 años, que cantaba canciones de contenido social acompañado de su guitarra, fue invitado e involucrado en un movimiento por una Normal Popular, como mentor de música (ese era el término que a Pepe le gustaba, no tanto el de maestro). En la gran necesidad y gusto de compartir el conocimiento habían coincidido Sandra Arenal y Pepe Charango.
Así me acerqué a Sandra, a Varinia, cuya hija Electa hizo amistad con mi hija mayor, Abril. Y conocí también al resto de su familia. Sandra era una gran líder y tenía gran capacidad de convocatoria. Hicimos desde el principio muy buenas migas; y pa’ pronto me animó a participar en la mesa directiva del plantel que ella dirigía, cuando se enteró de mi formación académica en psicología infantil e interés por la educación. Sabía mucho de pedagogía y desarrollo infantil y me encantaba por ser muy crítica en la materia. Preocupada y ocupada por las cosas verdaderamente fundamentales de la educación de los preescolares, era controvertida en la SEP, por su estilo desenfadado y nada almidonado. Desde ese Jardín y otros espacios compartidos, pude apreciar a una mujer cuyo potencial y vivacidad trascendía su labor como educadora. Una mujer activista en plenitud con un discurso y acciones congruentes, que mostraban su enorme sensibilidad hacia los niños y grupos vulnerables, hacia los temas dolorosos de las fuerzas básicas que sostienen nuestra sociedad capitalista.
En sus libros, pude asomarme a su urgencia de sensibilizar a la sociedad y dar voz a los niños y las niñas que trabajan en la calle y en el servicio doméstico, sin tiempo para jugar. A las menos escuchadas de siempre en la historia, las mujeres, entrevistando a las precursoras del Movimiento urbano Tierra y Libertad.
De su enorme capacidad de abrir ventanas hacia las historias de vida cotidiana, a los deudos de Barroterán, en Coahuila; de los obreros despedidos de la noche a la mañana en Fundidora Monterrey; y las víctimas más sensibles del huracán Gilberto. Todos sus proyectos literarios mostraban su enorme compromiso social.
Sandra fue una mujer luchona, alegre y congruente, mandona y de convicciones muy firmes, y nos regaló el privilegio de acompañarla con música en su despedida, llena de testimonios de su vida valiosa y fructífera. Recuerdo a Nico (su ex alumno y mi hijo menor), cantándole esa hermosa canción del pajarillo, quien se volvió lector y con su piquito fundió los conocimientos y saberes: “El Colibrí” (de Virulo).
Agradezco enormemente a Ana Maldonado el haberme convidado a hacer este ejercicio de memoria y reflexión en torno a tan entrañable y querida mujer.
* Texto leído en la Conmemoración a Sandra Arenal, UANLeer, Colegio Civil, 11 de marzo de 2020.