GOMEZ12102020

Monterrey, crisis del agua e historia
Víctor Vela

… la historia es imposible repetirla,
pero ¡ah cómo aprendemos de ella!

Lorenzo Meyer

Monterrey.- Ante los problemas planteados por toda crisis, el pasado relevante del agua es la principal parte a considerar normalmente en la lucha del hombre para adaptarse a la naturaleza. Es en este caso donde la historia demuestra cómo, a su aprovechamiento racional, se circunscriben el origen, articulación y destino de la vida en el planeta. Para México, la carencia de una dotación uniforme de recursos hidráulicos es un factor adverso para su crecimiento económico integral y balanceado. El Área Metropolitana Monterrey (AMM), desde su fundación, es el prototipo de una zona geográfica estratégica para la economía nacional que requiere, cada vez con mayor urgencia, la optimización en uso del vital líquido.

Entre los factores que más limitaron al proceso de colonización de esta región, en la segunda mitad del siglo XVI, destacó la irregular distribución de agua utilizable. Los primeros colonizadores, al mando de Luis Carvajal de la Cueva, fundaron la ciudad de León –cercana a la cueva del mismo nombre, ubicada sobre la actual sierra de Picachos–, misma que pronto fue trasladada a una región donde había el agua requerida para poblar, ya para entonces como Cerralvo, la primera capital de Nuevo León.

En un estudio publicado por la revista Ciencia UANL / Año 17, Nº 67, mayo-junio 2014, sobre la historia de las crisis del agua el AMM, se destaca que los fundadores de Cerralvo tenían experiencia en la administración del agua, pues provenían de regiones del continente europeo similares orográficamente y con mayor historia tecnológica. Desde sus inicios, y aún hasta pasada la mitad del siglo pasado, la ciudad considerada “cuna del estado” fue trascendente la idea de incluir aljibes, superficiales o subterráneos, en el diseño de las viviendas, para almacenar el agua de las lluvias.

Según el mismo estudio, una historia de la administración del agua se vivió en Monterrey, como capital a partir de 1596, donde vieron que gracias a la dotación del recurso no se requería almacenar agua de lluvia. Por el contrario, hubo despilfarro y descuido con las aguas residuales, que hacían de las crisis por sequía el ambiente propicio para la aparición de epidemias. Con estos elementos podemos determinar, hipotética y proporcionalmente, que el actual manejo indebido del agua sigue atado a la historia del AMM.

Las crisis del agua mejor conocidas por la ciudadanía regiomontana se dieron a lo largo de las últimas ocho décadas y las soluciones, ante un problema crónico, no parecen tener una orientación sustentable donde se tome en cuenta tanto el abasto permanente como el uso racional del recurso, es decir, si bien se ha avanzado en lo primero, todo indica que no hay voluntad para incursionar en lo segundo. La política pública local, cada vez menos viable económicamente, está encaminada hacia el acopio y no considera al ahorro del recurso en un sentido amplio, o sea, se concreta a medidas parciales de emergencia dirigidas a la demanda domiciliaria, y no al de la actividad productiva típica donde debe estar concentrada gran parte del uso.

El destacado nivel de desarrollo económico del noreste nacional, que históricamente ha tendido a concentrarse en Monterrey y su área metropolitana, se aceleró no ajeno a la disponibilidad regular del vital líquido; fueron las lecciones dadas por las recurrentes sequías, que solo han servido para tomar medidas para el suministro, las que provisionalmente habían resuelto el lado de la oferta de agua, no así por lo menos algunas tácticas explícitas para seguir una estrategia de aprovechamiento óptimo.

Ante la urgencia de regular la demanda de agua en el AMM, las autoridades del ramo se han enfocado a reducir el uso en los hogares acudiendo en primera instancia a su encarecimiento, según declaran: “...la tarifa de saneamiento, que no es una tarifa, sino un procedimiento de ahorro (sic, por una más propia reducción) de consumo”, desconocen que la cantidad demandada de agua es insensible a los cambios de su precio (técnicamente, la demanda de este bien es inelástica, por no tener sustitutos); en seguida, como exhortación obligada, se programaron cortes en el servicios cuyos asegunes, en cuanto al ahorro de agua y su impacto en la economía familiar, están por verse.

Los esfuerzos por racionalizar la otra parte significativa de la demanda, generada por la actividad industrial y de servicios, no parecen tener efectos favorables a corto plazo. Ahí, el uso del agua ha venido creciendo sin considerar al riesgo por la incapacidad de abasto fundamentada institucionalmente hace varios años. La política industrial y la decisión privada de localización de negocios, de las últimas siete décadas, no parecen haber considerado una limitación tan importante en materia operativa y sus consecuencias ambientales.

Para contener, o por lo menos adaptarnos a una situación cada vez más crítica, será necesario asumir a una nueva cultura de agua que implicará un elevado costo social, y a su vez, revisar el ingenio en el aprovechamiento del agua registrado en nuestra historia.