Monterrey.- Las muertes, desapariciones, secuestros, en fin todas las acciones derivadas por las actividades del crimen organizado le han pegado fuerte a la sociedad regiomontana. Este proceso no se ha presentado gradualmente, al contrario, en Monterrey y en general en México, la espiral de violencia llegó de una forma rápida, tanto así que el proceso del duelo entre la población afectada no se ha cumplido.
Desesperanza, vértigo y sobre todo inoperancia del Estado en materia de seguridad caracterizan a esta fallida guerra contra la delincuencia, el saldo: miles de muertos y otro tanto más de desaparecidos.
Del Estado benefactor pasamos a un ogro que aniquila y criminaliza. Neoliberalismo que sacrifica, que asesina, un Estado que dejo infinidad de espacios vacíos que fueron ocupados por la criminalidad. Más que daños colaterales estamos hablados de víctimas directas, producto de las hostilidades entre los grupos delincuenciales y a la pugna le agregamos las instancias policiales de los tres niveles de gobierno.
Una de las características de la crisis de inseguridad que afecta a México es la crueldad y la rapidez, cuando hablamos de barbarie involucramos por igual las acciones de los criminales y la intervención de las instancias oficiales.
La seguridad y la efectividad de las operaciones el Estado las ha medido por la cantidad de muertos, hecho que en cierta medida podemos entenderlo como una contradicción.
La muerte es el fin de un proceso, la pérdida de vidas, es el saldo de una estrategia fallida, de una nula política pública en materia de apoyo y orientación social. En esta caricatura de proyecto social los jóvenes y niños están lejos de los benéficos y muy cerca de la opulencia del crimen organizado. De hecho en México las políticas públicas para las nuevas generaciones no existen.
La guerra emprendida contra el narcotráfico literalmente enfermo la dinámica socio cultural de México. En nuestra nación ocurre un promedio de 93 asesinatos al día y cuatro homicidios cada hora de acuerdo con las cifras dadas a conocer por el Sistema Nacional de Seguridad Pública a mediados del 2018.
Con estas cifras, los ciudadanos viven llenos de miedo pues hay heridas que tardarán en sanar y por este hecho padecen un duelo crónico, que puede llegar a ser capitalizado por grupos de poder para acrecentar su dominio sobre la población.
La cifra anterior llama la atención y si ha esto le añadimos que en México más de 250.000 personas han sido asesinadas en la llamada "guerra contra el narcotráfico", de hecho hay evidencia documental de al menos 250.547 homicidios entre diciembre de 2006 y abril de 2018. (1)
La estadística es elocuente y pone al descubierto las fallas del modelo de seguridad implementado desde hace una década en el país.
Un cultura de muerte
La muerte repentina, violenta y sus múltiples pérdidas simbólicas van de la mano con el dolor, la incertidumbre, desconfianza, miedo y las conductas de aislamiento que son respuestas comunes frente a la inseguridad y pueden enmarcan significados complejos.
El duelo por sí mismo sigue un proceso lleno de aspectos contextuales, un rompimiento de un vínculo que nos permite darnos cuenta de las posibilidades y límites para la reconstrucción de la vida.
Algunas pérdidas lamentables son para los afectados heridas imposibles de sanar y dada la recurrencia llegan a marcar a toda una sociedad.
El duelo es entendido como una respuesta ante la pérdida de lo que quiere, se valora. El afectado se niega y acepta la pérdida de los seres queridos y en este proceso renuncia a lo perdido y reconstruye su vida. (2)
Para una persona el hecho de perder un hijo, un padre, hermano, amigo o un conocido, es una situación traumática; traslapando el hecho a una ciudad la situación es compleja ya que el sentimiento de pérdida puede ser colectivo, aun a pesar de no haber vínculos afectivos.
Pero el tema es más complejo de lo que se piensa, de hecho se presenta todo un proceso de modelado social de los sentimientos y emociones que quien sobrevive tiene respecto a la persona fallecida.
Perez Salas sostiene que la cultura no colorea a la emoción, sino que la antecede y determina. (3)
Tan es así que la manera en que las personas perciben y responden al dolor, tanto en ellos mismos como en los demás, puede estar influenciado por sus raíces culturales y sociales, (incluyendo el hecho de si comunica o no su dolor y el modo en que lo hace a los profesionales de la salud). (4)
Bowlby (1997) desarrolla su teoría del apego donde sostiene que cuando los vínculos se rompen se dan las reacciones típicas las cuales siguen cuatro etapas: aturdimiento, búsqueda y anhelo, desorganización y reorganización y recuperación. (5)
Worden (2004) por su parte cuestiona la idea de un proceso lineal y opta por afirmar que el duelo precisa del cumplimiento de tareas como: (a) aceptar la realidad de la pérdida, (b) trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, (c) adaptarse a un medio en el que lo perdido está ausente y d) reubicar emocionalmente aquello que se perdió y seguir viviendo. (6)
Los recuerdos de lo perdido
Cuando una persona muere sus seres queridos afrontan la tristeza y la nostalgia. Sentimientos que siguen vigentes por muchos años y atraviesan su cotidianidad y afloran cuando recuerdan lo perdido. En una sociedad que ha sido testigo de tanta violencia y padece de una constante inseguridad el sentimiento de soledad y culpa es evidente.
Existe acciones de los grupos criminales tales como la delincuencia, reclutamiento, el secuestro; masacres que dejan cicatrices difíciles de sanar:
El miedo mata a las personas, un sentimiento no exteriorizado pero mantiene a los afectados con un temor incontrolable.
Eisenbruch, en su revisión sobre aspectos transculturales del duelo sostiene que la cultura incide en la interpretación del dolor de la pérdida y en los modos de confrontación del dolor mismo. (7)
Tras el miedo vienen los sentimientos de culpa y vergüenza, ambas son emociones dirigidas contra de los afectados aun cuando se trate de víctimas.
En este proceso de duelo los aquejados sienten vergüenza y carentes de dignidad.
De la vergüenza pasan a la culpa por no haber podido evitar los actos en su contra.
Con frecuencia en el duelo, tanto individual o colectivo, los afectados intentan mantener el vínculo con lo perdido, ya sea al asegurar una futura venganza o bien al visitar los lugares donde el familiar fue ultimado.
Los decesos provocados por la guerra contra el narcotráfico son una herida abierta que tardará generaciones en sanar, tanto así que es un sello convivencia en algunas regiones de México con alta incidencia de actos violentos.
Siguiendo estas consideraciones, Allouch nos habla de los rasgos de esta representación de la muerte mencionando que, "No hay ya muerte en el nivel del grupo, la muerte de cada uno ya no es un hecho social. No tiene prácticamente nada público…ya no hay ningún signo de la muerte en las ciudades, ni telas negras sobre las casas, ni crespones en los sacos, ni cortejos fúnebres…La ausencia de la muerte en el grupo se manifiesta también de una manera particularmente nítida en el hecho de que el enlutado, que en una sociedad, se presente como tal se vuelve un paria, incluso un enfermo". (8)
Existe un sentimiento de frustración, impotencia que se ve traducido en depresión, estrés, rabia y ansiedad.
En esta caso, lejos de acabar, la delincuencia, violencia y con ello los homicidios, se han convertido en una tendencia normal, una pauta cultural para solucionar conflictos que deterioran el tejido social, avalados por los números de decesos con los que se mide la efectividad de la estrategia de seguridad por parte de las autoridades.
Bauman considera que la cultura, la gran invención humana, es un artilugio para tornar soportable el tipo de vida humana que implica el conocimiento de la mortalidad, a despecho de la lógica y la razón. (9)
“Pero la cultura hace más que eso: consigue redefinir de algún modo el horror ante la muerte como una fuerza motriz de la vida. Moldea la significatividad de la vida sobre la base de la absurdidad de la muerte". Para luego agregar que te (2005:130) "la implacable devaluación del largo plazo en cuanto tal es un común denominador de las cualidades ya pérdidas o inquietantemente escasas y amenazadas de extinción: las cualidades de las cosas y estados que son sólidos, resistentes y duraderos y, en última instancia, de la eternidad.” (10)
Al mismo tiempo considera que sería imposible encontrar una población humana que no creyera en la eternidad y por esto la sitúa como un rasgo definitorio de la humanidad. Parece entenderse a partir de su planteo que la pérdida de la eternidad como idea humana se diluye en la modernidad líquida donde la duración eterna no tiene lugar. Marca como respuesta a la posibilidad de existencia de la eternidad como idea, el lugar del lenguaje como terceridad que permite figurar escenarios donde ya no exista el propio hablante.
El elogio de Necrofilia
En una sociedad donde predomina la impunidad, lo ilegal se vuelve normal, por lo que los familiares de las víctimas caen dentro del pesimismo.
En tales circunstancias la inseguridad y sus funestas consecuencias ha propiciado que se pierda la sensibilidad al grado de que el amor a la vida se ha transformado en necrofilia.
Los encabezados de los periódicos, las noticias principales suelen ser notas rojas. En esta cultura de necrofilia los niños tienen acceso a esta violencia en los juegos de video, donde se destrozan y masacran cuerpos. Predomina una cultura de la muerte.
En el capitalismo voraz, la inmediatez, el triunfo en la vida puede medirse de acuerdo a cuestiones materiales como el hecho de tener autos, tarjetas de crédito, ropa cara.
En el neoliberalismo capitalista algunas prácticas necrófilas tienen su fundamento en la satisfacción de necesidades de corto alcance donde los menos favorecidos tienen acercamientos, escarceos con la muerte debido a las prácticas de antivalores.
Corrupción, venta de drogas, matar personas son medios para ganar dinero rápido y acceder a los consumos que para triunfar en la sociedad.
Se descuidan los hijos, las familias, la política pública, educación, en pocas palabras vivimos en una sociedad que se ha abandonado a sí misma.
Predomina el antivalor, un equiparable a una bipolaridad donde miles de personas se encuentran sumidas en la depresión y buscan a como dé lugar salidas rápidas que las conducen a la muerte por tal de ganar dinero fácil.
Personas que ya no creen en nada y en nadie, peor aún, se sienten culpables de lo que les pasa.
Tal vez una de las losas más pesadas sea la de los familiares desaparecidos, uno de los duelos más difíciles que afronta la población es tener un familiar desaparecido.
Miles de desaparecidos son una carga depresiva para la sociedad. Familiares de las víctimas de secuestros, levantones y retenciones por parte del crimen organizado, autoridades policiacas y castrenses, padecen un problema muy grande debido a que no pueden elaborar un proceso de duelo normal pues esperan encontrar con vida a sus familiares.
El lógico considerar que si la familia no tiene el cadáver para llorar o despedirse, no aceptan la perdida por lo que se padecen episodios de dolor, impotencia, odio y tristeza.
La incertidumbre como proceso, acaba, merma a las familias, las encierra en un laberinto donde son presa de charlatanes que brindan falsas esperanzas, entre este tipo de personas hay médiums o brujos, quienes a sabiendas de la desesperación de los familiares, los engañan al hacerles tener falsas esperanzas a cambio de fuertes sumas monetarias.
Y qué decir de los elementos policiales que piden dinero a los familiares por tal de agilizar las investigaciones.
En este caso, la inoperancia de las dependencias de procuración de justicia es evidente ante la incertidumbre y la zozobra de los afectados.
Una urbe que padece duelo crónico
Por todo lo anterior podemos afirmar que en Monterrey le aqueja una especie de duelo crónico que se ve reflejado en el dilema y el miedo.
Temor que va en aumento debido a que mucha gente muere en corto tiempo, como si se tratara de una guerra, por lo que el duelo se va consolidando debido a que no hay paz y más gente es asesinada o desaparecida.
Una de las consecuencias sociales es el vacío existencial, una especie de neurosis social que se traduce en falta de aspiraciones, metas de vida. Ahora hay quienes ya no quieren alcanzar buenos niveles de vida, solo les basta lo mínimo para sobrevivir. “Para que ser un chingón, si me van a matar” y esta es justamente una depresión profunda que en términos sociales favorece a ciertos grupos de poder que les conviene el estancamiento de la sociedad, reflejado en la falta de movilización y cohesión social
Por último es lógico pensar que en una nación donde la inseguridad es el pan de cada día ha dejado una profunda sensación de indefensión ya que vivimos en estado de sitio.
José Lorenzo Encinas
Referencias
1. (https://actualidad.rt.com/actualidad/272788-mexico-llega-250000-asesinatos-inicio-guerra-narcotrafico
2. Freud S. (1981). Duelo y melancolía. En L. Ballesteros (Ed. y Trad.), Obras completas de Sigmund Freud (Vol. 2, pp. 2091-2100). Madrid: Biblioteca Nueva.
3. Pau Pérez Sales. Duelo: una perspectiva transcultural. Más allá del rito: la construcción social del sentimiento de dolor. http://documentacion.aen.es/pdf/psiquiatra-publica/vol-12-n-3/259-duelo-una-perspectiva-transcultural-mas-alla-del-rito-la-construccion-social-del-sentimiento-del-dolor.pdf. Consultado 4 febrero 2019.
4. Reynoso C. La antropología cognitiva. En: Reynoso C. Corrientes en antropología contemporánea. Buenos Aires: Ed. Biblos; 1998.
5. Bowlby, J. (1997). La pérdida. Barcelona: Paidós.
6. Worden, W. (2004). El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico y terapia. Barcelona: Paidós.
7. Eisenbruck M. Cross-cultural aspects of bereavement. I : A conceptual framework for comparative analysis. Culture, medicine and psychiatry 1984; 8: 283-309.
8. Allouch, Jean (1996) Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Editorial Edelp S.A. Buenos Aires. 1996. Pag, 153.
9. Bauman, Zigmunt (2005) Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Buenos Aires. Editorial Paidós- Pag. 126
10. Bauman, Zigmunt (2005) Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Buenos Aires. Editorial Paidós- Pag. 130