Monterrey.- Cada vez que alguien pide hacer de Nuevo León un Silicon Valley, yo me niego rotundamente. Nuevo León nunca será Silicon Valley.
Históricamente, por orden de prelación cronológica, Silicon Valley es el nuevo Monterrey. No al revés.
Durante muchas décadas Monterrey fue modelo de innovación empresarial. Los regiomontanos fuimos la vanguardia tecnológica.
Antes que Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, aquí hubo un rockstar de la industria que se llamó Eugenio Garza Sada, con todo y lo controvertido que se quiera ver.
Las empresas boyantes de Nuevo León no tenían comparación en su cadena de suministros, en su planeación “just in time”, en su creación de nuevos nichos de mercado, en la generación de nuevos productos.
Aquí inventamos lo que después a un teórico gringo se le ocurrió denominar “producto mínimo viable”, es decir, experimentar a escala productos que se sometían a escrutinio en diversos ramos.
Si cumplía las pruebas, se detonaba masivamente, con producción en serie.
Por supuesto, no es que hubiéramos reinventado bajo el Cerro de la Silla la Tercera Revolución industrial. La innovación es una red global.
Samuel García ofreció recientemente incrementar las partidas presupuestales para crear un “hub” industrial. La idea vale la pena… a medias.
En los tiempos de bonanza regiomontana la innovación empresarial nunca necesitó apoyarse en recursos públicos. Del gobierno solo se buscaba que fuera un facilitador. En otras palabras, que no pusiera tantas trabas. Mucho ayuda el que no estorba.
Tiene razón Samuel: las empresas de Silicon Valley están migrando a Austin, Texas. Y esta migración nos favorece a los nuevoleoneses; más que los haitianos boqueando Lázaro Cárdenas (con respeto para nuestros hermanos caribeños).
Con las empresas tecnologías en Austin, tenemos más cerca a nuestros posibles socios comerciales, aunque en realidad, en esta época de conectividad, las distancias son relativas, sobre todo porque un commodity moderno muy valorado es la información.
Ya no todo son objetos para vender, como bien lo explica en su libro reciente el filósofo Byung-Chul Han, titulado “No-cosas. Quiebras del mundo de hoy”.
¿Cuál es la diferencia del primer Silicon Valley frente a su antecesor Steel Mountain (si no les convence el nombre que le puse inventen el suyo, a mí el mío sí me gusta)? Que las empresas eran grandes emporios físicos y ahora se estila lo modular. Antes se hablaba de holdings y ahora se habla de socios estratégicos.
El Instituto Tecnológico de Monterrey (ITESM) quizá debería volver a su enfoque técnico y reducir tanto curso de superación personal.
Enseñemos a los futuros emprendedores conocimientos prácticos, ciencias de vanguardia, tecnologías de punta, no cómo hacer luminosa nuestra aura interior. Eso se aprende en otros lados, no en un Instituto Tecnológico.
Sobre todo busquemos cómo abrir esquemas de “business angels”, padrinos inversores de ideas innovadoras, de modelos de negocio originales.
Lo que está frente a los ojos de la imaginación nuestra no es Silicon Valley, es Steel Mountain.
Y por cierto Pink Floyd le canta a “steel breeze” (brisa de acero) que es una metáfora para referirse a las cuerdas de la guitarra eléctrica.
El acero también es música, composición armónica. En otras palabras: arte.
Que también florezca en Nuevo León el arte, la música, la cultura regional, la brisa de acero, pero en forma de bajo sexto que acompaña al acordeón y al tololoche; con promotores culturales de mente abierta y entusiasta, no con burócratas que no logran juntar dos palabras ni verbalmente y menos por escrito. Es como si delegaras en un mudo el papel de solista del coro.
Y para quien crea que hago alusiones personales, está en lo cierto.