Monterrey.- El ritmo del cambio a nivel global se está acelerando. No sólo es el cambio que trae consigo la tecnología digital; se trata también del modelo económico, que ya dejó atrás la globalización neo liberal; de la crisis social que provoca la creciente desigualdad y la pérdida de reglas de convivencia pacífica; de los riesgos que representan los conflictos bélicos (56 guerras activas, con 92 países involucrados) y de la migración masiva del sur al norte.
Así como la crisis financiera del 2008-2010 demostró que los mercados financieros no se auto regulan, la pandemia que provocó el COVID mostró la falta de solidaridad internacional, la incapacidad de la ONU para establecer acuerdos efectivos y el super negocio de las empresas farmacéuticas, financiadas con recursos públicos.
No hay condiciones de gobernabilidad internacional. Las negociaciones en torno a la guerra en Ucrania o en la franja de Gaza parecen encaminadas a sólo ganar tiempo; ¿tiempo para qué?
En este mundo desarticulado, ni los evidentes efectos negativos del cambio climático han concitado la acción colectiva en forma positiva.
El sexismo, el racismo y el clasismo, son actitudes que se refuerzan mutuamente. El sexismo, que trata de manera diferente en razón del sexo biológico de las personas; el racismo, que sostiene la superioridad o inferioridad de un grupo étnico y el clasismo, que discrimina a partir de la posesión de recursos económicos; están generando una convivencia social cada vez más difícil y compleja, ya que cada una de estas expresiones evoluciona hacia posiciones más rígidas y contradictorias.
Los enfrentamientos sociales que provoca la discriminación son producto de una complejidad cultural que ya ha provocado conflictos interminables, con permanencia de siglos. En similar condición se experimentan las diferencias basadas en la creencia religiosa.
En este contexto, nadie se llama a sorpresa con el surgimiento y expresión de los nacionalismos más recalcitrantes o las posturas en extremo conservadoras (o francamente reaccionarias).
Las decenas de procesos de cambio de gobierno, que se están desarrollando en este 2024 en el Mundo, han sido (y seguirán siendo en el resto del año) oportunidad para exhibir posturas ideológicas que parecen fuera de toda lógica y que sin embargo resultan atractivas para los electores. Las recientes elecciones para integrar los órganos de gobierno europeos mostraron un viraje del electorado hacia el conservadurismo (una derechización), a lo que el presidente francés disolvió el parlamento y convocó a elecciones: sólo para confirmar una situación interna de polarización.
El proceso de cambio no es sólo un proceso de adaptación del capitalismo contemporáneo a nuevas realidades geopolíticas, sino que también se plantea un cambio en las políticas de gobierno y de las instituciones sociales.
Es la búsqueda de nuevos equilibrios sociales y políticos.
Las generaciones preocupadas por los valores materiales están siendo reemplazadas por generaciones con aspiraciones “post materialistas”. Las nuevas generaciones favorecen temas como la preservación del medio ambiente y la calidad de vida, la autorrealización o la preocupación por las minorías étnicas, sexuales o de otro tipo, en lugar de por los ingresos.
Se argumenta que el “bienestar” individual y social debe definirse en relación con la felicidad, no en relación con la riqueza material. En esta visión, la felicidad se logra a través de la seguridad de la mente y del cuerpo, el respeto por uno mismo y la posibilidad de autorrealización.
En el siglo XX la socialdemocracia se posicionó en relación con las divisiones de la sociedad industrial, es decir, el conflicto capital/trabajo. En la actualidad, la izquierda social busca definirse en relación con las divisiones propias de una sociedad post tradicional: ahora se plantea la vigencia de los derechos humanos en general; hombre/mujer, joven/viejo, socialmente excluido/socialmente incluido, etcétera.
La izquierda “moderna” estaría en la búsqueda de una nueva base social; en particular entre las poblaciones que han sido desatendidas por la protección social: mujeres, personas con discapacidad, jóvenes. El concepto de igualdad de oportunidades juega un papel central en los cálculos políticos.
La estructura de los partidos también está en proceso de cambio, con nuevas temáticas y/o nuevos agrupamientos sociales.
La democracia, como régimen de gobierno, se menciona en la mayoría de los discursos políticos. Sin embargo, no hay hasta ahora una pedagogía de la democracia; votar en las elecciones no parece un ejercicio suficiente para desarrollar un patrón de conducta y una visión del mundo. La participación en las elecciones es de alrededor del 50 por ciento.
¿Cómo transmitir los valores democráticos y cómo propiciar su ejercicio pleno?
En la perspectiva tradicional, es la familia el primer contexto de socialización. En la familia se transmiten valores, costumbres y los patrones básicos de convivencia. El hecho es que el “núcleo familiar” también ha estado y está en un proceso de cambio y “lo familiar” varía de país a país y de religión a religión. La estructura familiar es “diversa”, para decir lo menos.
Otra “institución cultural” es la escuela. Se le ha reconocido como un elemento de recreación de la sociedad, en la que el alumno no sólo aprende conocimientos o a manejar herramientas tecnológicas, sino que aprende también a relacionarse con sus compañeros en un plano de igualdad. En países como Finlandia, todas las escuelas son públicas. En otros países, la escuela es un factor de diferenciación social, al coexistir escuelas públicas y escuelas “particulares” (las primeras son, o deben ser gratuitas y las segundas, son de paga). La privatización del servicio educativo ha provocado situaciones de conflicto social, como en Chile. O el malestar que provoca la pesada carga económica que significan los préstamos para financiar la educación superior, como en los Estados Unidos.
El cierre de las escuelas en la pandemia provocó no sólo que los planes de estudio se cubrieran parcialmente; se ha establecido que la experiencia afectó la salud emocional de niños y jóvenes. Ahora el reto es cómo lograr que niños y jóvenes desarrollen un sentido de “manejo de la realidad”: de una realidad en acelerado cambio.
El historiador Yuval Noah Harari señaló, en una entrevista, que el rápido proceso de cambio que se experimenta en múltiples dimensiones ha provocado que la experiencia de los padres no sea ya un recurso útil en la formación de los niños y jóvenes. Las enseñanzas de la “tradición” se ven superadas por las novedades que aparecen a diario. Por ejemplo: nadie se atreve a perfilar las consecuencias sociales de la Inteligencia Artificial, pero la Inteligencia Artificial ya está en las escuelas. Las redes sociales dan lugar a nuevas formas de comunicación, que implican riesgos para todos.
El discurso público, que representa el mundo de la política y los procesos electorales, se caracteriza por la desinformación y la polarización: mentiras, bulos y discurso del odio. Los denominados “medios sociales” se utilizan para denostar, vapulear, denigrar, a los personajes públicos.
El recurso de los debates públicos entre candidatos, una invención del sistema norteamericano, es una buena muestra de cómo se pierde el sentido de la interlocución: sin exponer ideas, sin plantear políticas públicas, se configura un escenario rijoso y de falta de respeto a las personas.
En torno al reciente debate de Trump y Biden se ha dicho que el primero, no ganó el debate, pero que el segundo, si lo perdió; casi una tragedia griega: dos personas de edad; uno con signos evidentes de deterioro físico, el otro abiertamente racista y culpable de un delito que cometió para ocultar una conducta no muy propia. Donald Trump ha sido señalado como un mentiroso compulsivo.
“El mayor imperio de la historia no puede resolver, con un mínimo de decencia democrática, una sucesión presidencial y muestra en este capítulo su grave decadencia. Trump o Biden, por distintos motivos, son pésimos candidatos.” (José Blanco, La Jornada, 02 07 2024.)