En la horma de los sustantivos
que se adjetivan de brindarse
César Vallejo
Dallas.- De vez en cuando me acuerdo de papá. Aquel día, esos momentos en la sala de su casa fumaba su pipa y escuchaba música. Llenaba el ambiente de los matices aromáticos de su tabaco y las coloridas variaciones musicales.
En la escena familiar están regados varios Long Plays, la luz invernal de la tarde se filtra por entre las cortinas y yo me ubico en un sofá tomando la portada del disco que gira en la consola.
Guardamos silencio. Escuchamos Fitzgerald & Pass… Again, detrás de la vaporosa cortina la ventana deja ver el blanco silencio de la nieve cayendo. Estábamos en Gran Rapids, Michigan.
Asumo que cada vez que apunto mis recuerdos les pongo y compongo de nuevas cosechas, pero pos como dijo García Márquez: “La vida es la que uno recuerda y cómo la cuenta”. Mi padre veía fijamente la luz. Ella canta con un manso encanto que recorre particularmente este disco y Pass, concentrado -como lo hacía-, tocaba cada cuerda con una serenidad que emanaba del sonido.
Observo a papá. Recuerdo que pensé: ¿Qué estará pensando, qué recuerda? Los recuerdos -esa materia sutil y etérea- son parte sustancial de la música. La música lo es de lo más profundo del pensamiento, ahí donde se forma la creatividad.
Terminaba I Ain't Got Nothing But the Blues y de pronto dijo: “Estaba pensando que ya está cerca del final, como uno”. Me asombró su comentario, espontáneo y sin embargo ¡pareció que estaba respondiendo a mis pensamientos! Pero se refería a la Fitzgerald, porque sí, los setenta fueron los últimos años de su majestuosa carrera. Ese disco era relativamente nuevo (1976), y papá esa tarde lo puso dos veces, ve tú a saber qué tanto le decía, no me animé a preguntar en ese momento para no romper la magia, después las conversaciones se fueron por otros senderos.
Estábamos en el invierno de 1977, lo tengo muy claro porque ya estaba yo trabajando en El Occidental de Guadalajara. En esa década él también ya se acercaba al final. Atento a cada canción me parecía ver ciertos destellos en su mirada, con la portada en mis manos yo veía discretamente cómo balanceaba la cabeza con el ritmo de algunas piezas como That Old Feeling. Es un disco dulce, sensual y lleno de calma. La guitarra de Pass es el toque impecable y limpio para acompañar el sentimiento sosegado que la voz de Ella despertaba en papá.
Para mí era un momento perfecto, veía a mi viejo en su elemento, su música, la pipa entre los dientes o en su mano izquierda. Pauline, su tercera esposa, sentada en un ángulo de la sala leía un libro. El que esto escribe, su único hijo, de visita, atestiguando ese momento memorable que viví como un regalo.
La voz de Ella adueñándose del espacio, dándole forma al humo del tabaco, y el fascinante sonido de la guitarra de Pass sosteniendo la ingravidez. “What a world, what a life, I'm in love” cantaba Ella y papá parecía llorar sin lágrimas a la vista, dejándose llevar.
Cuando llegó Nature Boy mi viejo me vio de un modo indescifrable. Guardo conmigo desde entonces esa mirada que le descubrí justo en el momento en que volteó a verme al escuchar el inicio de esa canción. Me dijo: “Esa la grabó Nat King Cole hace años, nos encantaba a tu mamá y a mí”. Me pareció que con sus palabras quiso guardar ¿ocultar?, en sus adentros, la esencia de su mirar. Hay cosas, sentimientos que vivimos compartiéndolos con la pareja, que son nomás de uno o de ambos, de tu pareja y tuyos.
Con Tennessee Waltz acompasaba el ritmo country con el zapato, pero con One Note Samba bailaba sentado, feliz y acaso nostálgico. Siempre que me acuerdo, escucho de nuevo Fitzgerald & Pass… Again.
*Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano. Para comentarios: caballeror52@gmail.com.