Dallas.- En los Estados Unidos el racismo institucional y la opresión contra las minorías raciales, de más profunda manera contra los afroamericanos, como bien sabemos continúa.
A lo largo de la historia la lucha por los derechos civiles se ha gestado de muy diferentes maneras, la resistencia nunca se ha dejado doblar. Hasta la actualidad los negros la han protagonizado con dolor y rabia, la han contado en libros, aulas, manifestaciones, carteles y a gritos en medio de fuerte violencia.
También la han cantado, su resistencia también la han musicalizado y han recibido apoyo, también, de distintas maneras. Una de ellas quiero encuadrar con estos apuntes: La existencia del Cafe Society en el histórico barrio bohemio llamado Greenwich Village de Nueva York, cuando el racismo y la segregación avasallaban. Por todo eso, su existencia representa un recuerdo memorable, por demás valioso.
Cuenta la leyenda que un judío comunista de nombre Barney Josephson, cuando se graduó de High School se fue de copas recorriendo antros y clubes; amante del jazz terminó la juerga en el entonces popular Cotton Club con un pesar que se le clavó en el ánimo al ver con todas sus luces la marginación racial, esa paradoja del jazz y del blues de cara a la exclusión racista.
Poco después Josephson conoció en Berlín, Alemania, el mundo de los cabarets en los años treinta (tan bien retratado en el filme Cabaret de Bob Fosse, con Liza Minnelli, Michael York y Joel Grey); sobre todo, dada su ideología, le llamó la atención el ambiente político y contestatario de aquel mundo.
Barney Josephson siempre trajo consigo la molestia de la segregación en los clubes nocturnos de Nueva York, incluso en el mismísimo Cotton Club, fundado en Harlem, el barrio negro de Manhattan, los negros ocupaban las mesas del fondo, detrás de los mejores lugares que ocupaban los blancos. Músicos y cantantes negros, coristas negras, pero el espectáculo parecía exclusivo para blancos.
Con eso en mente y con seis mil dólares prestados Josephson rentó un sótano, adecuó el lugar y en 1938 inauguró el Cafe Society con la firme intención de que en su establecimiento no existiría la segregación racial sino la integración. Su consigna personal fue la solidaridad, los negros podían gozar de su música. Fue el primer sitio fuera de Harlem que asumió esgrimir el desafío a las imposiciones y reglas racistas que entonces imperaban brutalmente.
Con Josephson colaboró John Hammond, quien manejó la dirección artística, y quien para la inauguración tuvo el tino de contratar a “una tal” Billie Holiday que en ese momento no era del todo conocida. Ella trabajó ahí durante los primeros meses del Cafe Society, convirtiéndose en la artista habitual.
Billie Holiday se convirtió -desde esos comienzos de su carrera- en protagonista emblemática de la digna resistencia de los afroamericanos, principalmente por su valor -y sostenerlo después, toda la vida- al dar a conocer la canción que sacudía las entrañas de quien la escuchaba: Strange Fruit.
Es una canción de protesta y denuncia (de la que hablaremos en otro apunte) de los linchamientos sufridos por la comunidad afroamericana en el sur de este país.
En su empresa Josephson quiso ir más allá de un mero establecimiento para el entretenimiento, en él organizó mítines y eventos políticos. Su desafío era integrar la sociedad segregada, luchar por los derechos civiles, así el Cafe Society se convirtió en un centro para el debate y la acción de causas progresistas, de izquierda, y así fue durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
En su entrada colocó un lema a manera de sarcasmo, era su bandera contra el elitismo, decía así: “El lugar equivocado para la gente de derecha”, en inglés un juego de palabras: “The wrong place for the right people”.
El Cafe Society vivió una década, cerró sus puertas en 1948, asediado por el gobierno debido a la ideología de su propietario.
*Raúl Caballero García, escritor y periodista regiomontano. Para comentarios: caballeror52@gmail.com.