es fallido por la corrupción: AMLO.
Monterrey.- Las palabras “neoliberal”, o neoliberalismo” se encuentran muy comúnmente entre las frases utilizadas para discutir los problemas económicos y sociales de estos tiempos, en sí éstas no son siempre entendibles por no adecuarse a un contexto claro ni propio de un debate serio, más bien sirven para dar rimbombancia a un discurso político que en la mayoría de los casos desorienta a la audiencia. Magro será el resultado de un mensaje, por no decir inútil, si a una misma palabra le damos un significado ambiguo y, a veces, contrapuesto cuando nos atenemos a posturas ideológicas polarizadas.
Estos términos, tan de moda en las la deshilvanadas disertaciones para criticar al capitalismo, nos llevan a configurar, en paralelo, a las ideas económicas en los términos aplicados a la época barroca en la historia del arte a partir del siglo XVIII.
Inicialmente el vocablo «barroco» fue usado, en aquel siglo, con un sentido despectivo, un matiz de lo extravagante; al tiempo se optó por darle estilística propia, diferenciada y autónoma a esta forma de expresar el arte, señalando sus propiedades y rasgos distintivos de manera perfeccionada; esto es, se llegó a ver como la diferenciación entre «barroco» y «barroquismo», según algunos historiadores, “siendo el primero la fase clásica, pura y primigenia del arte del siglo XVII, y el segundo una fase amanerada, recargada y exagerada “(Nota de Wikipedia ).
Con carácter descriptivo las enciclopedias del siglo XX definen al NEOLIBERALISMO, a partir del sistema capitalista, como la corriente económica y política que manifiesta el resurgimiento de ideas asociadas al liberalismo clásico de hace dos siglos: del laissez faire, en lo económico, donde se planteaba la no participación del Estado en la economía y a la democracia, en lo político, con la eliminación de los privilegios para poder constituir gobiernos estables.
Desde la perspectiva de la doctrina socialista se ve al capitalismo, en su esencia, como la causa fundamental para la acumulación indefinida de riqueza por parte de una minoría, al considerar al libre mercado el elemento que le da la forma de sistema. Por eso, la intervención del gobierno sí es requerida para evitar la concentración excesiva de recursos, mediante una planificación centralizada de la actividad económica en general o al menos, en base a un sistema mixto, establecer restricciones a las relaciones de intercambio, como son el control de precios y la estatización de actividades tendientes al monopolio o la formación de carteles, bajo competencia oligopólica, en los servicios públicos.
El sistema capitalista evolucionó hasta llegar a expresarse, con mayor plenitud, a partir de la industrialización del mundo desarrollado. Es hasta principios del siglo XX, a través de la escuela neoclásica, cuando aparecen los refinamientos a la teoría económica tradicional compatibles en principio con las nuevas circunstancias. Pese a toda una elaboración teórica para explicar cómo las leyes de la oferta y la demanda eran capaces de estabilizar a la economía como un todo, en la práctica se observaban ciclos económicos a nivel agregado cada vez más pronunciados, al grado de propiciar la inestabilidad de los países más industrializados.
Con la aparición del keynesianismo, a partir del primer tercio del siglo pasado, fue posible demostrar sustancialmente cómo funcionaba la economía a nivel agregado y la importancia del gobierno, como factor de la economía, para mantener estable a la demanda total. Aun cuando el modelo macroeconómico propuesto por Keynes se inscribe dentro del sistema capitalista de producción, la ortodoxia prevaleciente veía, con la presencia del gobierno, amenazada la eficiencia económica.
La revolución keynesiana, así llamada por algunos, tuvo su contraparte. En ese sentido se pronunciaron Von Mises y Von Hayek: el primero, por el restablecimiento del mecanismo de mercado para lograr el equilibrio y, el segundo, por estructurar racionalmente la competencia desde la perspectiva de un Estado forado la alianza entre el poder económico y el poder político. Estas ideas no eran otra cosa más que la readaptación de la escuela clásica, surgida en el último cuarto de siglo XVII, que vía en la libertad política -con la socialización económica- restricciones para el sistema capitalista. Así, las ideas surgidas en la década de 1930, contrarias a la intervención del estado en la economía, dieron forma a un modelo que llamaron neoliberal para fortalecer al capitalismo como sistema de producción incapaz de prevalecer sin condiciones políticas conservadoras.
Es entonces el NEOLIBERALISMO un modelo de organización económica y política funcional, a largo plazo, si se avanza en democracia y libertad; no así cuando evoluciona acompañado por el autoritarismo y la corrupción. Históricamente, México sufrió las consecuencias del modelo liberal, creado en Inglaterra hacía entonces un siglo, con el cual arroparon los científicos la desigualdad y la injusticia, aparentando un clima de estabilidad y progreso durante el porfiriato. Según lo había vaticinado la izquierda progresista de mediados del siglo pasado, el país entro a la era neoliberal, especificada como neoporfirista, al replicar aquella experiencia ahora con un modelo adoptado de la escuela de Chicago, e inducido por la llamada tecnocracia, por un sistema político que llego a ser calificado como la dictadura perfecta.
En suma, podemos deducir que, así como al barroco lo inspiró la autenticidad de lo clásico, al modelo neoliberal lo asistieron los principios pródigos de organización racional. Ambos casos no fueron exentos de una realidad perturbadora, al primero por las exageraciones y extravagancias en lo esencial, y al segundo debido a las perversidades, oportunismos y falta de principios liberales.
De ahí, que el modelo neoliberal no sea malo si tiene una orientación genuina, siempre y cuando lo expresado por López Obrador recientemente sirva para adaptar un estricto orden neoliberal al proceso de distensión dentro del capitalismo; que podría ser la salida requerida por Rafael Lemus cuando precisa “…abrir una grieta por dónde [colar] el futuro”, una expresión a la que llega en su libro Breve Historia del Neoliberalismo en México, como una derivación “…[del] riesgo de estar entrando a una nueva fase, donde haya un gobierno que se declare anti neoliberal pero dominado, y en un callejón sin salida, por un neoliberalismo fortalecido de facto.”