Y es que no le habrían cumplido a Xóchilt Gálvez, ni a la coalición Fuerza y Corazón por México, no le cumplen a sus partidos alicaídos y, tampoco, a los militantes locales que han demostrado temple y han resistido ante la adversidad de los últimos procesos electorales y, menos, a la esperanza de los ciudadanos que buscan alternativas al oficialismo; mejor, dirán otros, le fallan a un Sinaloa que enfrenta la construcción de una autocracia que podría contribuir a un nuevo partido de Estado si se acaban los equilibrios que hasta ahora existen en el Congreso de la Unión.
Y es que, en la lógica de cualquier dirigente político, y más si es oposición, sus decisiones deberían estar pautadas por los consensos, pero, también, por la rentabilidad de una marca y unos candidatos para redondear su oferta política.
Más cuando sus números de la última década no son nada halagüeños. El PRI, por ejemplo, en la elección para el Senado de 2018 obtuvo 20.2% de la votación emitida; y en coalición, con los partidos Verde y Nueva Alianza, logró el 23.13%, lo que representa para el tricolor menos del 13% de lo que obtuvo en 2012, cuando alcanzó 33.23%, y con aquel rendimiento obtuvo la fórmula de mayoría; mientras el PAN, en ese mismo año sólo alcanzó sólo 12.43% de los votos.
En contraste, Morena en 2018 alcanzó el 41.5% de la votación; y ya como coalición “Juntos hacemos historia”, con el PT y el PES, logró el 46.0%.
Es decir, sumados los votos del PRI y el PAN de 2018 alcanzan el 32.43% de la votación emitida, lo que significa prácticamente una diferencia de 15 puntos porcentuales respecto de lo alcanzado por Morena y sus aliados; y con estos porcentajes de referencia, cualquier dirigencia racional está obligado a postular candidatos competitivos.
Sin embargo, “Alito” Moreno renunció a la rentabilidad electoral y como veremos prefirió los afectos y la lealtad por encima de cualquier consideración política. Y es que todo indica que un pragmático como él, quien llevaba mano en la fórmula de mayoría al Senado, viera como inalcanzable un triunfo de mayoría –lo que habla de que tiene poca confianza en la capacidad de arrastre de Xóchilt Gálvez, lo que puede ser un error de cálculo– y ha decidido entre lealtad y rentabilidad.
La lealtad es un valor en política y sobre todo de minorías, por eso su partido postula a Paloma Sánchez, la “palomita”, como la llaman ya algunos analistas políticos, que arrastra el sello de metropolizada y, por ello, y más, no le dan ninguna posibilidad de éxito, pero eso no importa.
Y es que “Alito” Moreno calcula que no hay forma de que MC se convierta en esta elección en la segunda fuerza más votada y eso garantiza que Paloma Sánchez, incluso no alcanzando los votos obtenidos por Mario Zamora en 2018, pueda lograr la posición de primera minoría en el Senado de la República; y con ello suma una posición para el proyecto político de Moreno.
Sin embargo, la lealtad es frágil en Sinaloa: ahí están como ejemplo que casi todos los diputados priistas están del lado de Morena; incluso este partido, habiendo obtenido en las urnas 17 de los 40 diputados que integran el Congreso del Estado, ahora, vía cooptación, tiene 34; y de las 13 alcaldías ganadas, hoy 17 de los 18 municipios son gobernados por ese partido.
Ahora bien, si el PRI busca recuperarse, la apuesta hubiera estado en buscar y postular candidatos con mayor visibilidad y rentabilidad, nunca a personajes desconocidos que ven la política como chamba, negocios o relaciones públicas.
Ahí estaban levantando la mano Mario López Valdez y Sergio Esquer; incluso, sin levantar un dedo, Héctor Melesio Cuén Lizárraga; sin embargo, en Alejandro Moreno se impuso esa lealtad por encima de la rentabilidad.
Y es que en el imaginario de “Alito” Moreno la lealtad no estaba garantizada con Malova, quien era, aun con sus negativos, quizá el aspirante más fuerte para competir contra los candidatos de la coalición “Juntos hacemos historia”, como sucederá en Sonora, donde van en mancuerna Manlio Fabio Beltrones y Lilly Téllez; y es que en este PRI, además del factor lealtad, no olvidan el 2010, cuando se convirtió en candidato a gobernador por el PAN y el PRD dejando en el camino al entonces empresario priista Jesús Vizcarra.
Y en esa lógica de descarte está, también, Héctor Melesio Cuén, aunque por otras razones que podrían comprometer su postulación, por la persecución política de que es objeto desde hace más de un año por el gobernador del Estado, y también por el cálculo que el propio Cuén hace del momento político.
Ya veremos lo que a él y a su partido le toca en el reparto de candidaturas en las alcaldías y diputaciones locales, en perspectiva de su ambición de 2027, cuando quiere aparecer nuevamente en la boleta electoral como candidato a gobernador; y es que será decisivo para su proyecto lo que coseche en esta elección.
No obstante, la debilidad que representa la fórmula Sánchez-Ortiz para el Senado, puede que el factor arrastre de Xóchilt y el apoyo del malovismo, y sobre todo del PAS, que tiene una estructura territorial eficiente, que podría provocar una elección competitiva, cuando debería ser al revés, que Sánchez-Ortiz le aportara a Xóchilt Gálvez; y más, aprovechando la división en Morena y los negativos de la candidatura de Enrique Inzunza e Imelda Castro, que pasó seis años en el Senado sin pena, ni gloria, votando siempre a favor lo que le mandaban de Palacio Nacional y utilizando la curul como trampolín político.
En definitiva, la mancuerna Sánchez-Ortiz tienen cuesta arriba el triunfo, en una competencia difícil, porque va en contra de todos los recursos, que estarán al servicio de los candidatos del oficialismo, que seguramente serán mayúsculos. Y la pregunta es si estos serán suficientes para contrarrestar las olas de malestar que existen entre distintos sectores sociales y económicos, por decisiones que han tomado el gobierno federal y estatal, además de algunos alcaldes morenistas.
Al tiempo.