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Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…
Asael Sepúlveda Martínez

Monterrey.- Fidel siempre fue un niño flaco. Tanto que nuestra madre, desde siempre, se refería a él como Carrizo. Y siguió siendo Carrizo hasta 1976, cuando la afición familiar por la serie del Chavo del 8 hizo que aterrizara en nuestra sala el personaje de Don Ramón, escaso de carnes como Fidel.

     A partir de 1976, Carrizo pasó a ser Don Ramón y a veces Ron Damón, siguiendo la pronunciación del Chavo.
Al igual que varios de los hermanos, cursó la primaria en la Escuela Alfonso Lagrange, que existió en la colonia que ahora lleva ese nombre y que por entonces, no era colonia, sino una granja lechera y fábrica de quesos y de nieve, en terrenos de San Nicolás de los Garza, Nuevo León.

     Desde su niñez se aficionó al deporte, tanto que el ingresar a la Preparatoria Alvaro Obregón, una de las primeras cosas que hizo fue inscribirse en las clases de karate, tal vez inspirado por un libro venerable que había en casa, impreso en papel Revolución o alguno parecido y seguramente empujado por las hazañas de David Carradine, estrella de la serie Kung Fu.

     Fidel, o Don Ramón, como le decíamos en esa época, fue víctima de su propio éxito. Como alumno destacado de karate, lo incluyeron en el equipo representativo para un torneo que se celebró en Torreón. Platicaba entusiasmado que entró a la arena rebosante de público y cuando le tocó el turno de entrar a combate, su oponente se le lanzó con gran entusiasmo. Fidel le contestó con un golpe, uno solo, que mandó a su contrincante al piso, ante la ovación del público. Platicaba que volteó a los graderíos y con gran satisfacción, vio grupos de muchachas que se ponían de pie mientras le aplaudían y le animaban gritos.

     -Sentí muy bonito al ver eso, decía Fidel con una sonrisa de satisfacción.

     Por desgracia, el juez o árbitro o como quiera que se llame en el karate, no compartió el entusiasmo del público presente. Era deporte y no pelea, le dijo. Al haber golpeado a su oponente, Fidel quedó descalificado y hasta ahí llegó su participación en el torneo.

               -Tanto prepararme para que me descalificaran al medio minutos- decía Fidel – y en todo caso si le tienen miedo a
                los golpes, ¿para qué se meten a karate?

     De todos modos, no duró mucho con el ejercicio intenso. El médico le diagnosticó una cardiopatía temprana y le advirtió con graves males si no se cuidaba. Fidel lo tomó con humor y fue probablemente uno de los pacientes más indisciplinados para seguir un tratamiento. Tanto, que a los 53 años de edad tuvo una embolia que lo dejó afectado del habla.

                - Se me va a quitar el problema, decía con un optimismo nacido de la firme convicción de que una embolia era
                como una gripa, que se va con la misma facilidad con la que llega.

     El caso es que no se le quitó y su problema del habla no le impidió seguir trabajando en el área de mantenimiento de una empresa en Escobedo, Nuevo León, donde era famoso por su habilidad para trabajar sobre líneas “vivas” de 440 voltios, con la única condición de que nadie le hablara mientras estaba manipulando el circuito, muy consciente de que un pequeño error le podía costar la vida.

     Al final, no fueron los circuitos eléctricos su gran enemigo, sino la hipertensión descontrolada que le causó una segunda embolia, que afrontó con el mismo optimismo con el que hizo frente a la primera. De ahí a poco, sus riñones se rindieron y tuvo necesidad de dos diálisis por semana.

     Sin perder nunca su espíritu vivaz, llevaba la cuenta de cuántos de sus vecinos de diálisis seguían asistiendo y cuántos dejaban de asistir – Es que se van muriendo, decía, como si tal cosa.

     La semana pasada, no pudo entrar a diálisis. Los médicos que lo recibieron lo pasaron directo a Urgencias para estabilizar sus signos vitales descontrolados. A las pocas horas, el espíritu festivo de Fidel dejó este mundo. De su cuerpo físico, hoy nos quedan sus cenizas, en una urna que conserva Lisa, su hija que los cuidó y vió por él en la etapa final de su vida. Estoy seguro de que Fidel ahora reparte su tiempo entre echarle un ojo a las cenizas y contar chistes y anécdotas con sus tíos y sus vecinos que se le adelantaron en el camino y que compartían con él su visión alegre de la vida.
Entre tanto, lo que quedamos aquí en la tierra, podemos reflexionar en la Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre Don Rodrigo, que decían:

Nuestras vidas son los ríos
Que van a dar a la mar
Que es el morir.


Estas Coplas, escritas hace siglos, terminan con una expresión que aún ahora nos brinda consuelo:
Dio el alma a quien se la dio
El cual la ponga en el cielo
Y en su gloria
Y aunque la vida murió
Nos dejó harto consuelo
Su memoria.