Ciudad Victoria.- El obispo Pedro Barajas y Moreno, recibió la consagración en marzo de 1855 y de inmediato le encomendaron fundar la Diócesis de San Luis Potosí. Años después durante el gobierno de Benito Juárez, el general Juan Zuazua lo hizo prisionero y condenó al destierro con treinta religiosos franciscanos y mercedarios. El éxodo inició luego de un incidente cuando insultaron al jerarca religioso, quien se negó a otorgarles cincuenta mil pesos. En represalia el militar nuevoleonés, en plena madrugada los sacó de sus dormitorios asignándoles mulas y caballos. Ante dicho atropello, algunas almas caritativas ofrecieron al obispo un carruaje para su viaje a Matamoros, Tamaulipas a donde lo trasladaron por defender los intereses de la iglesia y oponerse a la Constitución de 1857.
De acuerdo a la crónica publicada en un folleto de Nueva Orleáns, se trató de un lastimoso viaje, sobre todo porque los prisioneros custodiados por tropas federales vivieron una serie de penurias. Por tratarse de religiosos, en algunos lugares fueron bien recibidos por la grey católica, sobre todo a su paso por varias poblaciones tamaulipecas que presenciaron con asombro el peregrinar de aquellos seres indefensos. En Tula, dice el Periódico Oficial del Supremo Gobierno, aquel caluroso agosto de 1858, fueron recibidos por el Señor Carvajal y: “…se formó toda la escolta con las armas en la mano, colocaron en medio el coche del obispo y los religiosos, y tocando las cornetas entraron al lugar, llamando la atención del pueblo. En la plaza hizo alto la tropa con sus presos en medio, y ahí los tuvo cerca de una hora dándoles el espectáculo y haciéndoles padecer mucho, porque el sol del medio día, estaba muy ardiente.”
Antes de llevarlos a pernoctar a una habitación cerca de la plaza, un grupo de católicos les ofreció toda clase de atenciones, tazas de chocolate y zaleas para dormir. Por su parte el señor Juan Fernández Flores de origen español, los asistió durante los 16 días de permanencia, en tanto la señora Bengoa de Carresse, le proporcionó un catre al obispo para dormir. Lo mismo, les facilitó un coche, mozos y caballos para trasladarse por el camino de la sierra. Por esos falleció el cura y se dispuso la presencia de dos franciscanos para hacerse cargo de la parroquia.
Cruzar la Sierra Madre Oriental en aquel tiempo no era tarea fácil, debido a lo escabroso y accidentado del camino. En el trayecto durmieron una noche en Palmillas y después llegaron a Jaumave, donde los clérigos y prefectos los recibieron con agrado y suficientes víveres. La caravana enfiló hacia Victoria por el tramo montañoso más complicado de la travesía. A caballo, mulas y un pequeño carruaje subieron cerros, cruzaron arroyos, despeñaderos y se introdujeron en cañones, donde había toda clase de peligros.
Al llegar a la capital tamaulipeca, los prisioneros fueron colmados de atenciones, buena casa donde hospedarse y generosas limosnas. El obispo quedó en libertad de confirmar a numerosos fieles, ofició misa y confesó durante varios días hasta que el gobernador liberal Juan José de la Garza de ideas juaristas, se opuso a la impartición de los bienes espirituales en la iglesia de Nuestra Señora del Refugio. Aunque fríamente y a pesar de todo, al tercer día lo recibió en su despacho de gobierno, sin embargo, a través del prefecto le solicitó que abandonara la ciudad.
“El prelado le contestó que siendo ya de noche le era imposible disponer su viaje, porque no tenía avío, y el señor Escandón que se lo había de proporcionar, le había dicho que llegaría del rancho en la tarde siguiente; pero que si tanto urgía la salida se pondría en camino a pie.” El Prefecto le dijo que no era necesario en ese momento y esperarían a día siguiente. Por la mañana cuando estaba a punto de administrar las confirmaciones, el funcionario se presentó ante él y comentó que el gobernador deseaba que saliera inmediatamente a pie o como dispusiera.
“La concurrencia era grande y acaso el Prefecto temía disgustarla, porque se suspendían las confirmaciones; así es que suplicó al prelado que las hiciera dejando para después la marcha.” En eso estaba cuando el comerciante y hacendado Manuel Escandón, proporcionó al obispo Barajas un coche para reanudar el viaje a eso de las cuatro y media de la tarde. Los prisioneros llegaron a las siete de la mañana a Güemes y después transitaron hacia Padilla, para hospedarse en el mismo lugar histórico donde estuvo prisionero Agustín de Iturbide.
“Luego que el obispo bajó del carruaje pasó con los religiosos al lugar donde fue sepultado el Libertador de México, y cada uno de los sacerdotes dijo ahí un responso. No hay en aquel lugar, alguna seña que distinga el sepulcro del Sr. Iturbide y el corral donde fue fusilado aún quedan algunas paredes casi destruidas.” Así, los desterrados hijos de Eva continuaron su peregrinar al Encinal, Jiménez, San Fernando, Matamoros a donde llegaron el 20 de agosto y finalmente a Brownsville, Texas. En este lugar fronterizo de los Estados Unidos, permanecieron hasta noviembre de 1858. Meses después, menguados los ánimos de la guerra retornaron a San Luis.
Mientras se encontraba en este lugar, nuevamente Barajas fijó su postura contra la mencionada constitución y en particular acerca de las Leyes de Reforma que separaban los bienes de la iglesia y el estado. Al enterarse, el presidente Benito Juárez emitió un decreto en 1861 mediante el cual se le condenaba nuevamente al destierro. Barajas salió del país por Veracruz, junto con los obispos Lázaro de la Garza y Ballesteros, Clemente de Jesús Munguía y Pedro Espinosa y Dávalos.
La efeméride de la Revista La Esperanza, señala que cuando arribaron al puerto jarocho, fueron apedreados por el populacho y se les trasladó presos de San Juan de Ulúa. Al recobrar su libertad se unió al gobierno del imperio de Maximiliano, quien le otorgó en septiembre de 1866 la Orden Imperial de Guadalupe. El obispo Pedro Barajas falleció en San Luis Potosí en 1868.
*Cronista Ciudad Victoria