Monterrey.- El pasado mes de junio tuve la oportunidad de pisar suelo de Washington, D.C., y de inmediato llegó la sensación de que estábamos en el corazón político del Imperio Norteamericano, la sede de la presidencia y del poder legislativo. ¿Qué sientes?, me preguntaron los hijos ante mi actitud y mirada. No dudé en responder: estoy entre confundida y emocionada, porque no imaginé cuando planeamos este viaje qué reacción tendría, mas reconozco que una no puede hablar o pensar más que desde lo que tiene en la cabeza. De mi marco de sentido, que es predominantemente mexicano y latinoamericano, y así con la carga educativa de José Martí, digo: “hay que conocer el monstruo desde sus entrañas”, aunque sea por un tiempo muy corto.
Aprender desde allí lo que sea posible al pasear por sus calles, ver personas, monumentos, jardines y estudiar la historia que se refleja en ellos y sus museos también, aunque sea por pocos días y sólo en ciertas zonas de la ciudad. Viajar en el metro, comida rápida en los camioncitos de la calle; darme cuenta de que se vende agua o refrescos por los inmigrantes en las esquinas de las calles o de los parques. Todas las personas gozando del verano, del cielo azul y los inmensos espacios de pasto en los alrededores de los edificios que albergan al gobierno federal. En la apariencia, no se percibe vigilancia aguda. ¿Dónde estará?
Es también como otras ciudades norteamericanas, una sociedad programada para el uso de los espacios públicos, de sus calles y sistemas de transporte. Él metro acepta más fácil una tarjeta de crédito que efectivo. Parquímetros diferenciados con códigos de registro para residentes, visitantes veteranos, discapacitados y bueno, no se diga en las tiendas de comestibles o servicios de restaurantes. Con una limpieza extrema. Sin anuncios de propaganda en las calles, sólo edificios con nombres propios en las fachadas, bien diferenciado el uso de las zonas urbanas, al menos en las calles que rondan la Casa Blanca, El Capitolio, los monumentos a sus héroes de la Independencia y la vigilancia aérea cada 15 o 20 minutos de un helicóptero. Todos estos lugares están abiertos para los turistas que se inscriben con un mes de anticipación para las visitas guiadas desde dentro de las instalaciones; si no, los guardias te siguieren por dónde caminar y caminar.
No sabía cómo dejar en quietud mis prejuicios y preocupaciones de lo que hoy es la guerra en Gaza y el genocidio que allí se lleva a cabo, y ¡zaz! Nos topamos con calles cerradas por una manifestación contra la guerra allí. Largas filas de personas de todas las edades entre mantas rojas (“línea roja”) para marchar y exigir. Consignas, cantos y pancartas a una distancia de al menos ocho o diez cuadras de la Casa Blanca. ¡La línea roja es impresionante! De inmediato vino la idea de la guerra.
Momentos después entendí. Todos los referentes históricos en los jardines de la zona de turistas recuerdan las guerras que han librado los Estados Unidos. La más documentada con un Memorial es la de Vietnam. A un lado del enorme monumento a Lincoln. El marco del Estado-Nación con toda su fuerza y el espíritu del “destino manifiesto” tras ello. Sin embargo, se percibe en la marcha cómo están “separadas” la vida social, la vida política y la cultural. Están menos integrados, no hay un marco único que se imponga en la marcha. Es tal la mundialización de las personas que una se pregunta si son norteamericanas, residentes, migrantes sin documentos, en fin, esto no pude constatarlo porque no hablé con muchas de ellas. La policía tranquila, los manifestantes gritan con una visión de emancipación (bueno, así los quiero ver yo). Los funcionarios no están para recibirlos. Las protestas de los veteranos no son marcha, son una larga mesa donde las sillas llevan los nombres de los actuales presos por los palestinos, en aquellas lejanas tierras. El gran aglutinador en estas diversidades, sin dudarlo es el deseo de justicia, igualdad, fraternidad, paz y de salvar al mundo al salvar a las personas del Gaza. Y las banderas de los países que estamos en la resistencia contra la guerra ondean cercanas a la mesa de los veteranos que están allí un día todas las semanas.
Todo este relato rápido y acotado me refuerza la idea clara que el alma de la vida humana está muy distante de la experimentación del capital financiero, del planteo del “nuevo fascismo”, que no parece tener un plan diferente para equilibrar sus finanzas que con conflictos armados. Ahora es un genocidio, para coartar la libertad humana y exterminar a un pueblo que les parece diferente.
Renglones aparte merece El Capitolio, su paisaje, la calle “Uno” que rodea la montaña de este edificio, los escalones por todos lados y las magnolias enormes en sus jardines. Muchas estatuas de hombres forjadores del capitalismo norteamericano. Banqueros, inversionistas, alemanes, ingleses, irlandeses, italianos, dueños de barcos y constructores del ferrocarril, formadores de asociaciones financieras y de innovaciones tecnológicas. El poder de las corporaciones económicas rodea y está presente y cercano al poder legislativo. El Pentágono, como el otro poder, de seguridad, judicial y de guerra, está en el territorio de Virginia, otro estado.
Observando estos majestuosos espacios con columnas romanas y capiteles en lo alto de las columnas me preguntaba si eran de estilo dórico, jónico o corintio, como cuando estudiaba uno en la secundaria. Venía a la mente el mito norteamericano, que señala que puedes ser zapatero o humilde vendedor y llegar a ser presidente. La filosofía del individualismo que puede superar cualquier contradicción social. El principio de la eficacia y la eficiencia junto a esta filosofía puede presentar que es normal que un fabricante de armas no necesariamente es perverso, solo hace su trabajo bajo las reglas del sistema. ¿Se trasmite esto? ¿Está en decadencia este sistema?
La provechoso de estos comentarios e interrogantes está en entender que hay un intento de construir un nuevo mundo social y cultural, que acepta la diversidad pero no la polaridad y el control neocolonial; que está orientado a reunir lo separado y a suturar lo desgarrado, en recomponer la experiencia vivida, transformando espacios y estilos de capitalismo. He aquí, el empeño de muchas mujeres por aportar a Otro Mundo Posible.