GOMEZ12102020

ANÁLISIS A FONDO
Viento en popa
Francisco Gómez Maza

Monterrey.- La poesía representa el impacto de la realidad sobre nuestro espíritu, pero es nuestra prerrogativa darla a conocer o no. Así que evitemos decepciones, frustraciones o depresiones.

     En un país donde nadie lee, ¿para qué publicarla? la respuesta es obvia: para menos que nada. No importa que uno se desnude y fustigue públicamente, nadie se enterará.

     Y no podemos culpar al lenguaje poético empleado, pues generalmente es sencillo, claro y fluido. Tampoco a la situación económica, pues la abundancia de recursos nunca nos ha alcanzado. Y el sistema educativo no es responsable de que a la gente la conmueva más un gol que un poema.

¿Cuál será la causa de semejante apatía o desinterés? ¿Acaso no les proporcionamos a los lectores las suficientes emociones que requieren sus espíritus aventureros?

     La poesía ofrece estímulos existenciales, estéticos, catárticos y terapéuticos, que se pierden ante el muro del menosprecio público. Muro que acaso haya surgido con la revolución industrial y que se ha incrementado con el apogeo tecnológico.

     En una sociedad como la nuestra donde la utilidad económica masifica todo, aquello que no produce alguna ganancia no cuenta. Por lo tanto, la poesía no cotiza en la bolsa de productos de primera necesidad y se convierte en una actividad inútil, propia de bohemios y soñadores.

     Así que, sea cual sea la razón, nadie espere lectores, retroalimentación o algún pago. Quizá nos volvamos conocidos, famosos o referentes por nuestro empeño, pero no cosechemos utopías.

     A nadie interesa si escribimos para confrontar a nuestros demonios o para propiciar un diálogo espiritual con la humanidad. De todos modos, la nebulosa del olvido nos espera implacable.

     Aún los desgarramientos luminosos como éste de Arturo Mariño (Ciudad de México, 1961) no lograrán horadar la impenetrable coraza de la indiferencia popular:

HERIDAS DE LUZ

Nunca estuve roto.
No aún.
Fisurado sí.
Pero
cuando la noche fue más que negra,
contemplé
en el cielo sus infinitas
heridas
de luz.


     El autor nos habla de una circunstancia muy común en el ser humano:
sentir que hay esperanza cuando todo parece perdido. ¿Es tan difícil
entenderlo?

     Otro poema desapercibido es éste de Ana Lerma (Ciudad Mante, Tamps., 1988):

LA FLOR DEL PANTANO (fragmento)

Lo sabía pero no pudo recordarlo.
Estuvo perdida.

Donde su esquizofrenia plantó orquídeas, lirios, rosas.

Ella no podía aceptar entonces que no debía haber salido nunca
de su lugar,
de ese sitio, que le ofrecía eternidad.

Ella era la flor del pantano, Ella ya había estado muerta, lo sospechó cuando dejó de amanecer.
Quiso llorar,
quiso creer.

No, quizá nunca estuvo viva.


     Se trata de un poema sobre la desconexión de la realidad a causa de la locura.

     Una descripción dramática, terrible y dolorosa que todavía anda en busca de
lectores.

     ¿Entonces para qué publicar poesía? Es una cuestión personal que debe ser
replanteada sólo por los propios poetas, para que no se pierdan los valores
de este género literario.

     De otra manera, textos relevantes como éste de Ana Coztic (Monterrey, N.L., 1967), donde se refleja el empoderamiento que han alcanzado las mujeres ahora, seguirán siendo ignorados (con todo y su sarcasmo retador) en la maleza de la atrofia moral:

¿SANTA?

¿Santa? No soy.
¿Perra? No muerdo.
¿Loba? No aúllo.

¿Demonio? Tengo un ángel en mi hombro,

Me sigue,
instruye,
conduce,
castiga,
perdona.

¿Santa? No soy.


     Quizás muy pronto enfrentemos el siniestro destino que auguró Ray Bradbury en Fahrenheit 451 (1953) en donde algunos textos clásicos (poemas entre ellos) sobreviven entre unos pocos seres humanos que los recuerdan y padecen con la incertidumbre de que cada vez hay menos personas a quienes transmitir esta riqueza oral.