GOMEZ12102020

Pasado del agua en General Treviño
(Segunda parte)

Víctor Vela

Laguna que no tiene desagüe, tiene resumidero.
Refrán pueblerino

Monterrey.- El abasto de agua potable más conveniente, por mucho tiempo, provino de pozos artesianos; los más alejados al río Sosa, regularmente eran de agua salada o gorda, mientras los más cercanos a su cañada eran más potables; incluso, en casos de sequía extrema, los lugareños hacían “tinajitas” en recodos vacíos del río cortado. Tenían la noción de que los charcos del río arriba se resumían, filtraban y formaban veneros que iban a parar a mantos subterráneos en las zonas bajas aledañas. Desde que se construyeron las sacas de agua, o represas, se fueron formando más estancos porosos, que aumentaron la posibilidad de contar con suficiente agua dulce, desde una sola fuente, para surtir a todo el poblado.

Por primera ocasión, poco antes de 1910, Federico Cárdenas hizo llegar agua por tubería hasta el solar de su casa, ubicada cerca de la acequia del pueblo; para lograrlo acondicionó un aguaje, desde donde subía el agua en cubetas hasta un tinaco que, colocado en la parte más alta del bordo, tenía un tubo roscado al fondo que la llevaba por gravedad también a su fábrica de mollejones. Esta maniobra quedó como provisional, ya que dependía de una corriente intermitente .

En los años 30 empezó la instalación de papalotes, para extraer el agua de algunas norias abundantes, como la de Nemesio Pérez, a la entrada por la Y griega de la carretera Monterrey- Miguel Alemán; y en la parte sur la de la Escuela Miguel F. Martínez, para bombear hasta un tinaco que surtía por gravedad a la red que alimentaba las llaves, los bebederos y un moderno sistema sanitario. Los papalotes fueron usados por mucho tiempo, en lugar de bombas automáticas, en algunas norias ubicas en distintos rumbos de la población.

En los años 1940, por iniciativa de varios residentes del barrio de abajo, cercanos a la presidencia municipal, se formó la Cooperativa El Porvenir; una agrupación civil orientada a establecer un sistema colectivo para extraer y distribuir agua potable desde un venero cercano a un recodo del río Sosa, situado a unos 150 metros al poniente de la plaza principal, por la calle Ignacio Hinojosa, hasta las viviendas de los cooperativistas.

Era una red corta, formada por tubos de tres pulgadas, de donde se derivaban líneas de media pulgada, para viviendas ubicadas, en su mayoría, en las partes más bajas del pueblo y cercanas al tanque de almacenamiento. El bombeo se hacía con un motor de gasolina hasta un depósito rectangular cerca de la noria; la administración del servicio corrió a cargo de una ama de casa y la fontanería la operó un vecino del lugar. Durante los 10 años que duró la cooperativa, el agua entubada pudo llegar solo a un número reducido de familias, debido a que la infraestructura era insuficiente; se requería de una gran inversión para cambiar el depósito original por otro de mayor volumen y más elevado.

A principios de la década de 1950, el Gobierno de la República estableció las “Juntas Federales de Agua”, que eran comisiones ciudadanas, supervisadas por la autoridad federal, para hacer posible que el agua potable llegase a satisfacer a la población como un servicio público y no a grupos particulares. Tal proposición urgía más en aquellos lugares que por naturaleza el agua superficial era menos abundante, como era el caso de General Treviño, donde además había evidencias de aprovechamiento extensivo del agua potable extraída del subsuelo. Una comisión formada por personas originarias de Treviño y residentes en Monterrey, argumentaron e hicieron las gestiones necesarias, ante las autoridades competentes, para integrar La Junta de Agua Potable del municipio, en los términos establecidos entonces a nivel nacional.

Las aportaciones en forma de acciones disponiendo de los ahorros domésticos, foráneos y, sobre todo, las remesas del exterior –los treviñenses migrantes nacionales y “pasaporteados”– sirvieron para financiar buena parte de una de las obras públicas más productivas de la época en esa región rural. El proyecto se realizó empleando la mejor ingeniería del ramo hidráulico de aquel entonces. La obra ya en servicio corrió bajo la responsabilidad de un comité local honorífico y, como personal operativo, una secretaria y un fontanero.

La parte básica del proyecto consistió en acondicionar lo que fue la primera fuente de abasto. Se trató de un pozo ubicado a unos metros de la acequia a la altura de la calle Padre Mier, posiblemente, siguiendo dos cuadras arriba los veneros de la noria del Agarra. Hasta hace poco, el subsuelo de esa área contenía la mayor cantidad y calidad de agua en el poblado; actualmente, esa agua se usa como emergencia en épocas de sequía.

Otra parte considerable de la inversión fue destinada para construir la red de distribución. A falta de maquinaria y equipos, su instalación fue rudimentaria pero eficaz, gracias al empleo de trabajadores locales principalmente; todavía se recuerda que los trabajos de excavación de zanjas se realizaron a pico, talache y pala. Al mismo tiempo se construyó, junto a la noria, el primer depósito elevado con capacidad aproximada de 17 metros cúbicos, suficiente para la demanda inicial; la recurrencia de sequías y el número creciente de usuarios, hicieron insuficiente la noria original.

Hubo épocas de sequía en que se suspendió el servicio por completo y fue necesario regresar al acarreo tradicional. A fin de contar con una fuente más segura, se construyó, a la altura de las adjuntas de los ríos Sosa y Mesillas, 2.5 kilómetros arriba, una galería filtrante (o raje), usada para concentrar veneros de las dos vertientes; también se realizó el levantamiento de una cisterna con capacidad de unos 35 metros cúbicos. Esta última fuente de abasto operó con menos contratiempos hasta los años 90.

Hace medio siglo el Gobierno Federal delegó a los gobiernos estatales la responsabilidad de administrar los asuntos hidráulicos urbanos. Desde la década de los 70, el suministro de agua y, 20 años después, el servicio de drenaje, quedó a cargo de la paraestatal que ahora conocemos como Agua y Drenaje de Monterrey I.P.D., tanto para el área metropolitana, como para los municipios rurales. Entre las gestiones, como Institución Pública Descentralizada, destaca la puesta en práctica del agua potable en San Javier, la única jurisdicción río abajo que, desde la creciente de 1948, fue reubicada seis kilómetros al norte por la carretera a Miguel Alemán la cual, desde su fundación al margen del río Sosa, se surtía de agua de manera tradicional; con la nueva obra pudo aprovecharse efectivamente la presa construida hacía más de un siglo, una notable experiencia de abastecer agua potabilizada extraída de la superficie.

La nueva etapa en la historia de General Treviño, iniciada en la década de 1990, involucra sustancialmente al tema del agua. Parte de modernización del medio rural de las últimas décadas la representa la obra del drenaje sanitario dentro del medio rural, cuyo diseño no contempló adecuadamente la descarga y recuperación de aguas negras; es decir, no previeron el deterioro ambiental que vino a contaminar seriamente, en este caso, la cuenca del río Sosa; desde su inicio, con la incursión del drenaje aumentó el consumo de agua, al grado de ser insuficiente surtirla de manera continua con el afluente original; por lo tanto, el agua para el uso doméstico de la conurbada municipal actualmente proviene de Parás, Nuevo León (30 kilómetros al Noroeste).

Hasta ahora, las calamidades por la presencia recurrente de sequías en la región, han sido superadas trayendo el agua de lugares cada vez más lejanos, pero nada se ha invertido para establecer su uso racional, de tal manera que, dentro de un programa de mejora ambiental, el agua sea reciclada y depositada en lagunas que, además de derramarse hacia las partes más áridas, tenga el resumidero requerido para mejorar al ecosistema del futuro.