GOMEZ12102020

PASADO Y PRESENTE
El oportunismo de las élites tamaulipecas
Pedro Alonso Pérez

Ciudad Victoria.- La historia es maestra de la vida, apuntó alguna vez Cicerón desde la antigüedad. En tiempos contemporáneos, Arnaldo Córdova reformuló el apunte afirmando que la historia es maestra de la política, porque es memoria del pasado en el presente y enseña las formas particulares como se construyó el Estado, como la sociedad enfrentó tal o cual situación, generó un consenso social o resolvió problemas políticos; mostrando así el actuar de clases, grupos e individuos.

     Lo anterior sirve de fondo para traer al presente un interesante episodio del pasado y observar el oportunismo de las élites, una constante en la historia política tamaulipeca. Hablamos de las primeras elecciones constitucionales para gobernador realizadas en la entidad después de la revolución maderista, cuando se iniciaba el reacomodo de las antiguas élites porfiristas con los grupos políticos emergentes, surgidos de la triunfante revolución.

     Aquellas elecciones locales del 5 de febrero de 1912 resultaron bastante conflictivas por varias razones. El último gobernador porfirista, don Juan B. Castelló -tío de la esposa de Díaz- renunció al caer el porfiriato y asumir el gobierno provisional Francisco León de la Barra, en cuyo gabinete federal se mantuvieron los porfiristas - resultado de los acuerdos de Ciudad Juárez- y actuaron también dos tamaulipecos, los hermanos Vázquez Gómez: Emilio, fue ministro de gobernación y Francisco, ministro de Instrucción Pública. Apoyado por estos tamaulipecos encumbrados, Espiridión Lara fue el primer gobernador de la revolución, que en calidad de interino sustituyó a Castelló en junio de 1911.

     Madero reorganizó su fuerza política nacional creando el Partido Constitucional Progresista, que reemplazaba al anterior Partido Antireeleccionista; y ajustó su fórmula electoral, incluyendo a Pino Suárez como vicepresidente en lugar de Francisco Vázquez Gómez, quien había figurado en 1910. Tras las primeras elecciones libres y democráticas en México, con gran apoyo popular Madero fue presidente de la República desde octubre de 1911 y de inmediato se agudizaron embestidas y conspiraciones en su contra, impulsadas por personeros del viejo régimen y en algunos casos, por revolucionarios descontentos.

     En ambiente de inestabilidad y reacomodos políticos, se reorganizó en Tamaulipas el viejo Partido Liberal, integrado por antiguos porfiristas, hacendados, banqueros y comerciantes, con algunos intelectuales incluidos. El propio gobernador Lara, a pesar de su “vazquismo”, no fue ajeno a este proceso restaurador, en parte por identificarse con aquellos intereses y también por el distanciamiento de los Vázquez Gómez con Madero. Al no ser incluido en la fórmula presidencial maderista, Francisco Vázquez Gómez se dedicó con su hermano Emilio y otros, a jugarle contras al presidente, coqueteando lo mismo con revolucionarios que con los contrarios a la revolución. Espiridión Lara fue sustituido en noviembre por Matías Guerra, exporfirista que había sido secretario de gobierno con Castelló y se desempeñaba como magistrado en el Tribunal de Justicia de Tamaulipas. Siendo Guerra gobernador interino, a finales de 1911, dos candidatos en campaña polarizaban el escenario político: Fermín Legorreta y Francisco Gracia Medrano.

     Legorreta era postulado por el Partido Liberal debido a sus vínculos con la élite porfiriana; había sido diputado local en 1890, década de auge del dictador; pero también por su popularidad, pues era un reconocido abogado victorense. En cambio, Gracia Medrano acompañaba a Madero desde que eran oposición; postulado por el Partido Constitucional Progresista, Gracia representaba a los grupos maderistas emergentes de corte civil; aunque había otros, que venían del levantamiento armado como Alberto Carrera Torres.

     De por sí competida, la contienda electoral se complicó con la muerte del candidato Fermín Legorreta el 31 de enero de 1912, faltando pocos días para la elección. Las fuentes historiográficas en su gran mayoría dan cuenta de este hecho como resultado de causas naturales; la excepción es la cronología de Ciro R. de la Garza, que habla de “condiciones sospechosas” en esta muerte, sin aportar evidencias. Lo cierto es que tan desdichado acontecimiento enrareció más el ambiente político-electoral. El partido de Legorreta sufrió divisiones en sus filas, algunos desprendimientos se fueron con Gracia, otros con Narno Dorbecker, autocalificado de “prominente porfirista” y el resto se reagrupó para postular otro candidato, que resultó ser Matías Guerra; quién pasando por alto la Constitución, renunció de último momento a su cargo de gobernador interino para postularse por el rebautizado Partido Liberal Legorretista; meses después también tuvo que renunciar en forma extemporánea a su puesto de magistrado.

     El general Dorbecker cuenta en sus memorias que, durante la campaña electoral, estando en Ciudad Victoria recibió la visita de Fermín Legorreta, quién le dijo “que los trabajos a su favor estaban muy avanzados, por lo que no podía retroceder, pero que sí él triunfaba, deseaba mi cooperación, asegurándome un sueldo igual al de él”. El deceso de Legorreta impidió concretar este entendimiento personal y “la campaña para gobernador asumió un aspecto diferente”, según Dorbecker “a la democracia sucedió la intriga” pues un grupo de personas de Tampico promovió la candidatura de Matías Guerra – ya en funciones de gobernador – “posiblemente ” dice el autor, “fue sugestión de la Porra Maderista” grupo radicado en la Ciudad de México, a quienes tampoco identifica, pero afirma que no confiaban del todo en Gracia Medrano, por considerarlo “un reyista disfrazado de maderista”

     En tan confusas condiciones se realizaron los comicios, compitiendo Francisco Gracia Medrano, Matías Guerra y Narno Dorbecker, el resultado en números favoreció a Guerra pero con la inconformidad de los otros candidatos y la entidad envuelta en agravada crisis política. Madero mandó llamar a Guerra y a Medrano – los más votados - al Castillo de Chapultepec para dialogar y buscar un acuerdo que superara el conflicto. Matías Guerra aceptaba una nueva elección, pero Gracia Medrano evaluó peligroso ese escenario por una posible guerra civil y prefirió dejarle el campo libre a su adversario; así, quien era considerado por las elites contrarias a la revolución como “el candidato de Madero”, dio muestras de madurez y generosidad políticas, al retirarse de la contienda y volver a su vida privada. Con ello, Madero respiraba confiado y la entidad aparentemente superaba la crisis, pero la oligarquía porfirista tamaulipeca se mantenía en el poder.

     No obstante las irregularidades, Guerra fue investido de nueva cuenta como gobernador, ahora “constitucional” y tuvo que enfrentar varios intentos insurreccionales y rebeliones, documentadas por Carlos Mora en su libro La Revolución Mexicana en Tamaulipas. Durante varios meses, Guerra resistió o se allanó al maderismo gobernante, según conviniera a los intereses que representaba; hasta el golpe de Estado de febrero de 1913, cuando Victoriano Huerta y los porfiristas derrocaron – mediante traición y violencia- al presidente Madero. El gobernador tamaulipeco fue de los primeros en reconocer al gobierno usurpador y el Partido Liberal Legorretista postuló la fórmula presidencial de Félix Díaz –el sobrino de oro – y Francisco León de la Barra, para unas supuestas elecciones por venir. Pero Huerta tenía otros planes. Además, la Revolución constitucionalista estalló en el norte y pronto barrió con este y aquellos: los ciudadanos armados transformaron la vida pública, las camarillas oligárquicas del viejo régimen fueron desarticuladas y surgió una “sociedad de masas”.

     Han pasado más de cien años de este episodio histórico que muestra a integrantes de las élites como oportunistas que cambian de bando defendiendo intereses individuales o grupales; una clase política temerosa de perder privilegios y reacia a las transformaciones propuestas por un gobierno reformador. No debieran sorprendernos, por tanto, casos similares en 2021, pues los procesos electorales despiertan ambiciones. Ya vimos cambiar de bando a Oscar Almaraz, ex tesorero estatal y ex presidente municipal de la capital tamaulipeca, argumentando diversas razones para tan cuestionada decisión. Más cosas veremos. El contexto actual es diferente aunque parecido al del pasado: tenemos un presidente popular que encabeza transformaciones esperadas y élites del viejo régimen, aferradas al poder del que se han beneficiado, uniéndose sin recato a pesar de manifiestas diferencias, poniendo por delante sus intereses particulares.