Ciudad Victoria.- Espías y sus procedimientos son realidad cotidiana que puebla libros de historia y novelas históricas o policiacas. Durante el periodo de la revolución en México hubo muchas manifestaciones de espionaje y contraespionaje político y, desde luego, militar. Se vivieron al interior de los bloques revolucionarios, partidos o grupos políticos, gobiernos e incluso a nivel exterior, en las relaciones internacionales. Más cuando el proceso mexicano empató con los tiempos de la primera guerra mundial (1914-1918). Como fue el ahora conocido caso del telegrama Zimmermann, tratado magistralmente por Friedrich Katz en su brillante historia, La Guerra Secreta en México.
Aquí voy a referir otra historia, más doméstica y poco conocida, pero también centrada en el uso del telégrafo para este tipo de actividades secretas o al menos discretas. Ocurre durante el último año de vida y gobierno constitucional de Venustiano Carranza, en ambiente enrarecido por la disputa política con el ascendente caudillo Álvaro Obregón y en medio de la sucesión presidencial de 1920.
Los protagonistas son: un desapercibido empleado público, Trinidad Wenceslao Flores, jefe del Departamento de Hacienda de los Telégrafos Nacionales; Roque Estrada, político revolucionario vinculado al obregonismo y Mario Méndez, director general de Telégrafos Nacionales. Alrededor de este triángulo aparecen, Carranza, Obregón y la lucha por el poder como trasfondo; pero sobre todo, aparece la “camarilla” carrancista, según llama don Trinidad W. Flores al grupo más cercano al presidente; integrado por Luis Cabrera, secretario de Hacienda e ideólogo de Carranza; Cándido Aguilar, a veces gobernador de Veracruz, otras secretario de Relaciones Exteriores, siempre yerno de don Venustiano; Juan Barragán, jefe del Estado Mayor; Paulino Fontes, director de los Ferrocarriles y el mencionado Mario Méndez, de Telégrafos; Gil Farías, secretario particular del presidente y Roberto Millán, gobernador del estado de México. Como puede advertirse –por las posiciones ocupadas– el poder de dicha “camarilla” no era menor.
Pretendían Carranza y sus cercanos mantenerse en el gobierno o crear adecuadas condiciones para imponer un sucesor propio y manejable como el ingeniero Bonilla, embajador en Washington; para lo cual, requerían descarrilar el tren político que significaba Obregón, candidato en abierta campaña opositora desde octubre de 1919. Para dichos propósitos, el control y uso de los medios de comunicación y transporte públicos resultaban fundamentales. El telégrafo era, en ese tiempo, el medio más efectivo, porque a diferencia del teléfono, cuya red era urbana y más limitada, aquel comunicaba prácticamente todo el país, llegando hasta sitios rurales muy distantes y lo mejor, permitía crear redes de espionaje con los propios telegrafistas, todo bajo control de su director.
Y en eso consiste la trama de esta historia. En como Mario Méndez utilizaba este servicio público para apuntalar el proyecto político del que formaba parte; al tiempo que, “espiando” captaba noticias e informes sobre movimientos opositores, y pretendía bloquear o tergiversar si fuera el caso la información obregonista; en fin, manejar a conveniencia telégrafo y telegramas. Lo que nunca supo el director general de Telégrafos Nacionales, fue que don Trinidad Flores, burócrata con más de 25 años de antigüedad y obregonista convencido, en el propio seno de esta institución realizaba intensa labor de contraespionaje, revisando telegramas e informes de la “camarilla” y notificando por carta el contenido de los mismos, igual que otras actividades de los adversarios políticos. Para estas tareas, Flores se apoyaba en familiares y elementos de su confianza, todos partidarios de Obregón.
Se conoce más de un centenar de estas cartas –del 24 de mayo de 1919 al 19 de junio de 1920– escritas con claridad y buena prosa, pues el autor poseía cultura y conocimientos suficientes para realizar ciertos análisis y reflexiones e imaginar escenarios políticos. La mayoría de estas misivas fueron anónimas, hasta después se supo que el destinatario era Roque Estrada y el remitente Trinidad W. Flores, porque las últimas si fueron firmadas con su nombre.
Para muestra, este botón: en la comunicación fechada el 27 de mayo de 1920, informa Flores sobre el intercambio telegráfico entre dos altos militares a nombre de los generales Herrero y Pablo González: “El general telegrafió al general González, la madrugada (entre 4 y 5), del mismo día 17, en mensaje de TRES MIL palabras en clave todo; tres días después moría asesinado el señor Carranza.” Además da cuenta que una telegrafista, la señorita Guadalupe Robles, estaba dispuesta a declarar sobre esto, ante Obregón si fuera necesario; y agrega: “Como el telegrama en clave y otros dos que también dirigió Herrero al general González, no se encuentran en los legajos correspondientes, es de suponer que hubo órdenes de hacerlos desaparecer”, pero considera que pueden recuperase en el lugar de origen y en la oficina de Villa Juárez, recomendando comisionar un telegrafista de confianza –y propone un nombre– para “hurgar” en esos archivos por tan “preciados documentos” y ver si estos “encierran la solución del enigma de actualidad”.
Conviene preguntar, a esta altura del relato, ¿Cómo llegaron estas comunicaciones hasta nosotros? Álvaro Matute Aguirre (1943-2017), reconocido historiador mexicano las encontró en un archivo que perteneció a su abuelo materno, el general e ingeniero Amado Aguirre y Santiago (1863-1949), “quien desempeñó dos cargos que explican porque existe copia del documento entre los papeles que consideró dignos de rescatar del olvido”. En efecto, Amado Aguirre fue vicepresidente del Centro Director Obregonista (CDO) en 1920 y en 1921 fue secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, de donde dependían los telégrafos.
En el mencionado archivo de su abuelo –donado por el Dr. Matute al Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)– entre otras cosas, había un legajo con copias al carbón de estos documentos bajo el nombre “Historia de los telegramas cruzados durante la propaganda del C. Álvaro Obregón en su campaña electoral para presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Con este corpus documental y una introducción de su puño y letra, Álvaro Matute preparó un libro en el ya lejano año de 1983, publicado dos años después por la UNAM con el título: Contraespionaje Político y Sucesión Presidencial. No es texto muy conocido –parece tener solo la primera edición de 1985– pero ahí, rescatada por el querido maestro, la pluma de Trinidad W. Flores cobra vida en su labor de contraespionaje, mostrando los intríngulis de la política y la descarnada lucha por el poder en aquel turbulento tiempo.