Ciudad Victoria.- Conocido es el martirio sufrido por el presidente Francisco I. Madero durante la llamada “decena trágica”. Marcado por engaños, traiciones y sobresaltos, este episodio de nuestra historia no obstante su denominación tradicional, en realidad duró más de diez días amargos: del 9 al 22 de febrero de 1913. Inició con el “levantamiento” o intentona de insurrección de la reacción porfirista encabezada por los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, y terminó en forma ominosa con el brutal asesinato de Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez. Comedia y tragedia enmarcaron así aquel funesto episodio histórico.
Antes de esto, tras el triunfo revolucionario y posterior ascenso de Madero a la presidencia de la República, los mencionados jefes militares porfiristas habían huido al exilio, pero pronto regresaron para intentar, cada uno por su lado, sendos y fracasados levantamientos armados contra un gobierno legal y legítimo. Seguro de su mandato y respaldo popular, el presidente Madero, magnánimo como siempre, había aceptado de buen talante se conmutara la pena de muerte dictada a estos facinerosos por la cárcel; así, Bernardo Reyes fue a parar a la prisión de Tlatelolco y Díaz a Lecumberri.
Pero aquel 9 de febrero de 1913 ambos volvieron a las andadas y, conspiración de por medio, sublevaron al Colegio de San Fernando en Tlalpan y al cuartel de Tacubaya; ya excarcelados ese mismo día iniciaron la subversión revanchista. Aunque en la primera refriega –durante el intento de tomar palacio Nacional –murió el general Bernardo Reyes, líder de la conjura contrarevolucionaria, quedando al mando Felix Díaz –el sobrino de su tío– que tuvo que refugiarse en la Ciudadela, sin expectativa cierta hasta ese momento, solo atrincherarse esperando el desenlace fatal.
Varios textos se han publicado sobre aquellos dramáticos acontecimientos, pero un testimonio inolvidable de esos sucesos lo constituye el libro Los últimos días del presidente Francisco I. Madero escrito por el entonces embajador de Cuba en México, don Manuel Márquez Sterling. Protagonista de primera línea en la ciudad de México durante esos hechos, Márquez redactó posteriormente este testimonio que, publicado en 1917, se convirtió de inmediato en referencia obligada de esta historia. Llegado apenas un mes antes, el diplomático cubano fue testigo privilegiado de aquellos días traumáticos de 1913. Llegó al país por Veracruz el 16 de enero y el día 20 fue recibido para entregar credenciales, tres semanas después estaba envuelto en el maremágnum de equívocos violentos, intromisiones extranjeras, conjuras y pactos secretos e inconfesables que durante esas fechas asolaron la capital mexicana; acciones que ponían a prueba cualquier labor diplomática, lealtad a principios y respeto a la soberanía mexicana; prueba, de la que el embajador caribeño salió bastante bien librado.
La sofisticada pluma del diplomático así retrata al presidente Madero desde que inicia su gobierno: “El nuevo mandatario, pese a sus enemigos, era un hombre virtuoso, apegado a sus ideales democráticos, que hacía de la Presidencia un altar de rosas en donde oficiaba el patriotismo.” Sin embargo, considera también Márquez Sterling que:
“El país echaba de menos al sistema coercitivo de otra época; burlábanse los periódicos de la benignidad presidencial, y
acentuóse, en todas las esferas burocráticas y, sobre todo, en el Congreso, la indisciplina. Sublevarse, a juicio de las gentes, era
cosa de poca monta; destituir al Apóstol empresa muy sencilla; y brotaban, de continuo, apologistas de D. Porfirio, hombres
libres en añoranzas de esclavitud.”
Los generales involucrados en la traicionera conjura son dibujados con certeras palabras por el plenipotenciario cubano. Bernardo Reyes, Felix Díaz, Manuel Mondragón, Aureliano Blanquet, Victoriano Huerta y otros nombres para la ignominia, que hundieron al país en el caos y la muerte, desde el intento de levantamiento del viejo régimen, el cuartelazo, la simulada respuesta de Huerta a los bombardeos desde la ciudadela contra Palacio Nacional y no pocos blancos civiles, hasta llegar al violento derrocamiento del presidente Madero. La conducta imperialista del embajador norteamericano, Henry Lane Wilson también queda al descubierto, como un personaje siniestro que lo mismo intriga y se entromete con desvergüenza en la vida política de otro país que debía respetar, que insulta al propio presidente de la República “ese Madero es un loco, un fool, un lunátic” decía el embajador intervencionista, en cuya oficina se fraguó la traición y el conciliábulo que dio pie al pacto de la embajada para legitimar el golpe de Estado.
Leguaje pulcro y elegante utiliza el diplomático cubano en su narrativa, muy al estilo decimonónico, vigente entonces en las letras hispanoamericanas. Su relato despliega ante nuestros ojos acontecimientos terribles que casi sentimos vivir en carne propia; los detalla y analiza, reflexionando al mismo tiempo sobre el curso de los mismos; por ello, la lectura de su texto resulta esclarecedora, agradable o menos apesadumbrada, no obstante la descripción de horas aciagas que incluyeron los sufrimientos de consagrados personajes de nuestra historia patria: Francisco I. Madero, traicionado y asesinado con vileza; su hermano Gustavo, masacrado sin misericordia desde antes; el vicepresidente Pino Suárez también sacrificado a la par con el mandatario; la señora Sara Pérez, esposa del presidente, dama valiente y digna que nunca se arredró ante el peligro, no obstante el maltrato y los engaños de Huerta y del embajador Yanqui; sin olvidar al muy leal y siempre honorable general Felipe Ángeles, quien salvó la vida a pesar de querer acompañar al presidente hasta la propia muerte.
No tiene desperdicio alguno el libro de Márquez Sterling, su lectura es necesaria para conocer mejor y entender el significado de la llamada “decena trágica”, y para admirar la labor del representante de un país hermano, que luchó hasta el último momento por salvaguardar las vidas de Madero, Pino Suárez y sus familias. Para ello tenía en el puerto de Veracruz un buque de bandera cubana, que debía rescatar a sus nacionales en riesgo y a las cabezas de un gobierno democrático aplastado por la soldadesca. Tengo especial cariño por el ejemplar que poseo de Los últimos días del presidente Francisco I. Madero, una edición cubana de 1960, editado en rústica por la Imprenta Nacional de Cuba al año del triunfo revolucionario fidelista. Lo adquirí en una librería de la calle del Medio en el centro de la ciudad de Matanzas y cada que lo leo me recuerda la firme amistad de nuestros pueblos y el brillante papel diplomático y humanitario de don Manuel Márquez Sterling en aquellos días oscuros y lamentables de México.