Pero esta ventaja puede cambiar de la noche a la mañana. ¿Por qué? Por una razón muy simple. Pemex no tiene un plan integral de crecimiento al margen de los vaivenes de los mercados, ni una inversión sostenida que le permita hacerse cargo de sus amortizaciones de deuda.
El presidente quiere mucho a Pemex. Se le nota. Y ha subsidiado a la paraestatal más de lo debido.
Aquí y en China, subsidiar a una paraestatal termina por revertírsele a los gobiernos. A mediano plazo, le sale un ojo de la cara al pueblo sabio y bueno.
Sin embargo, hasta ahora, Pemex es una empresa redituable gracias a que el precio por barril de hidrocarburo ha subido exponencialmente. La mezcla mexicana ronda los 100 dólares por barril.
El lector que sea tan viejo como yo (medio siglo de vida pisando estas agrestes tierras) recordará aquellos años tristes cuando la mezcla mexicana cayó hasta 15 dólares por barril. El mundo se nos vino abajo.
Doy esta cifra para darnos cuenta que, por lo pronto, vamos de gane en los ingresos petroleros. Traemos los bolsillos llenos. Y no somos los únicos. Los precios del crudo subieron a favor de todos los países petroleros, incluido Brasil y esa bestia negra llamada Venezuela.
Sin embargo, el gobierno deberá evitar aquel sueño húmedo de López Portillo. Su alucinada peyotera nos costó al país miles de millones de pesos tirados al caño y nos dejó en la vil bancarrota, después de prometernos que nadaríamos en oro negro y nuestro único problema sería “administrar la abundancia”.
Sueños guajiros que se convirtieron en pesadillas. Inflación y más pobres. ¿Puede pasarnos lo mismo en 2023? Sí. Un día, la invasión de Rusia a Ucrania terminará, el miedo al desabasto global se agotará, los mercados volverán a tranquilizarse, y entonces (vaya paradoja), habrá un perdedor en este río revuelto internacional. O sea, nosotros. Es decir, los países petroleros que no tengan bien urdido su plan de negocio.
El Presidente López Obrador debería olvidarse de subirse al podio de algunas de sus mañaneras, para dedicarle tiempo a armar un plan de negocio para darle certidumbre a su paraestatal favorita. Es lo que piden los mercados.
Que a una paraestatal le vaya bien un rato, no significa que esté haciendo bien las cosas. Y si en cuatro años el único plan de negocio ha sido construir un par de refinerías y comprar otra a los vecinos del Norte, será muy difícil que en los dos años restantes de este sexenio diseñe un plan y lo opere en vísperas de la sucesión presidencial, donde todo mundo está distraído, dedicado a linchar a los adversarios y buscando acomodarse con el nuevo equipo.
Una empresa como Pemex, si quiere mantener su buena fortuna, debe enfocarse en la producción de crudo y en la inversión de petroquímicos.
Ese es el mejor camino. El peor es refinar hidrocarburos.
¿Cuál camino cree usted que ha tomado el régimen actual? Le atinó: la refinación. Esto nos ha costado la pérdida, bajita la mano, de 20 mil millones de dólares.
Andrés Manuel tiene dos tocayos de apellido: uno bueno (Adolfo López Mateos) y uno malo (José López Portillo). El segundo quiso defender el peso “como un perro” y AMLO quiere defender sus nuevas refinerías “como un perro”.
No vayamos a terminar el sexenio con el precio del barril de petróleo otra vez en caída libre y pegando aullidos en la loma como los perros.
Esa historia ya la hemos vivido los mexicanos para nuestro pesar.