Mazatlán.- Es la hora de cuando decenas de miles de patasaladas y visitantes se vuelcan sobre el malecón para presenciar y escuchar carrozas reales, comparsas, bailarinas, papa quiz, tamboras; y la efectividad de la puesta en operación de la parte más importante del dispositivo de seguridad que pretende, ilusamente, contener como Zeus a la gente y las variantes del Covid-19.
Nunca un Carnaval estuvo sujeto a tantos malabarismos políticos, buscando equilibrar salud y economía, tradición y fiesta.
Se tomó la decisión política a menos de una semana de que se celebrara el conclave masivo, bajo el argumento insostenible de que las cifras iban a la baja; es decir, mientras en el resto del país el semáforo naranja era la constante, aquí en Mazatlán, de la noche a la mañana pasamos de semáforo naranja a amarillo.
Pero, ese descenso, dijeron, en el gobierno estatal y municipal no obedeció a un criterio político, económico, tampoco, para que el presidente López Obrador fuera invitado y se diera un “baño de pueblo”.
La pregunta que está en el aire: el amarillo es el que arroja el “informe científico” que entregó Héctor Melesio Cuén, el secretario de Salud, para que con ese criterio y “otros más” (atajaría el gobernador Rubén Rocha Moya), se decidiera celebrar la llamada “fiesta de la carne”, sin considerar que las concentraciones populares son el insumo principal para que se multipliquen directa o indirectamente los contagios y muertes de los más vulnerables.
Los viejos y los enfermos con padecimientos degenerativos, y muchos de aquel 30 por ciento de la población sinaloense, que oficialmente no ha recibido el esquema completo de vacunación, es decir, al menos un millón de personas que están sanitariamente expuestas. Con menos o iguales porcentajes otros gobiernos responsables de México y el extranjero decidieron suspender o prorrogar la fiesta carnavalera para cuando haya mejores condiciones de celebrarla.
Vamos, que haya bajado la tonalidad del semáforo debiera ser el mayor incentivo para continuar en esa ruta de descenso. Mucho se ha hablado acerca de por qué se autorizó el Carnaval; y en ese argumento domina una idea que muchos observadores la han centrado en el talante del alcalde de Mazatlán. Y hay algo de cierto. El alcalde esta empeñado en aprovechar todo aquello que le sirva para pintar su raya frente al gobernador Rocha Moya y su secretario de Salud, generando, para desgracia de los vecinos, una suerte de autarquía.
El primero, porque es quien formalmente tiene la batuta del estado; mientras el segundo tiene la misma aspiración para 2024: convertirse en Senador de la República y de esa forma poner en dirección de la candidatura de gobernador en 2027.
La salud de la gente importa, pero parece importar más demostrar que el poder está de su lado. Y de esto, el transcurso hacia la decisión mediática del Carnaval está plagado de adelantos amenazantes. El “yo mando aquí”, “no lo voy a esperar”, la “decisión está tomada”, son algunas de las expresiones que hemos escuchado a lo largo de este periplo de medición de fuerzas.
Incluso, hay suficientes elementos para aceptar que, si el gobernador hubiera tomado la sabia decisión de no permitir la celebración de la fiesta, el alcalde la hubiera hecho contra su voluntad.
Así que como dicen en el rancho, el gobernador “acuachó”, ante el despropósito del populismo municipal. Que dicho de paso, estaría más en sintonía con las prácticas en boga de Palacio Nacional.
Recordemos que el populismo se nutre de la constante movilización de los sectores populares. De sus clientelas. Y que las emociones sean las de la suave patria o las de la fiesta que llama al espacio público.
¿Acaso no hay sintonía entre la fecha de Carnaval y la venida de AMLO a “supervisar” las obras de las presas Picachos y Santa María? ¿Acaso hoy el gobernador y el alcalde no se disputan la invitación para que “se quede” en el puerto y presencie al menos el desfile de las carrozas reales?
Claro que hay sintonía y la posibilidad de que acepte es muy alta. Y más en este momento en que el presidente cae en las encuestas de percepción por la defensa a ultranza de la honestidad de sus hijos. Le urge un baño de pueblo.
Y en ese sentido, el gobernador y el alcalde buscarán el refrendo mediático del apoyo electoral recibido en 2018, cuando Sinaloa fue el estado número cinco en votos en términos relativos y el primero en el norte del país.
Un desafío mayor en una sociedad polarizada y donde Sinaloa no es la excepción, sino la regla. Ya veremos si se aparece en lo alto del desfile o en la coronación de la reina del Carnaval.
Más cuando necesita ese refrendo popular, o al menos pulsar los ánimos de frente a la consulta de revocación de mandato, a cinco semanas de su realización.
Y los pronósticos es que la participación difícilmente alcanzará el 37% de la lista nominal electoral, el necesario para que sus resultados sean vinculantes.
Hay preocupación en Palacio Nacional: el golpe de las casonas de Houston afectó la narrativa de austeridad republicana y de honestidad valiente, pero sobre todo, de la confianza pública.
Y claro, sus críticos no tendrán respiro para denostarlo en las siguientes semanas. Basta ver las últimas colaboraciones del periodista Raymundo Rivapalacio para comprobar que el affaire de los López-Adams seguirá dando de qué hablar de aquí a la víspera de la consulta popular.
Y la celebración del Carnaval de Mazatlán, en un contexto pandémico no le aportaría mayor cosa si tiene cifras convencionales de contagios y muertes, pero en cambio, si estas se disparan, afectaría al gobernador y el alcalde, porque pondría nuevamente a la pandemia en un lugar central.
Y se podrá decir que si el Carnaval afecta será un efecto local, regionalizado; sí, pero esos eventos regionales tienen su peso específico en una atmósfera contaminada y en un momento en que el presidente cae en las encuestas de percepción.
En definitiva, la celebración del Carnaval Internacional de Mazatlán tiene varios ángulos a tomar en cuenta en lo local y en lo nacional; pero sobre todo, abre un espacio de reflexión sobre las decisiones de corte populista que buscan consciente o inconscientemente la movilización de las emociones, cuando hay pendientes en la economía y la sociedad mexicana.
Al tiempo.