CORONA210920201

Por qué amo a Monterrey
Luis Martín

Monterrey.- Mi padre, Blas Garza Garza, pionero de la educación rural en Nuevo León, me engendró a los 54 años. Viudo de su primer matrimonio en Sabinas Hidalgo, fue a casarse a Los Nogales, Agualeguas, con mi madre Isabel Gutiérrez Vela, al iniciar el año 1931.

     Una década después ya estaba en Monterrey donde yo nací en 1942. La diferencia de edad marcó lógicamente la relación con mi padre. Más que compartir juegos y deportes, él me compartía sus conocimientos de historia y desde niño me empezó a atraer el mundo del pasado. Si el cine y el teatro no me hubieran seducido en la adolescencia, lo más seguro es que yo hubiera terminado como historiador, que es una segunda vocación que nunca abandoné del todo.

     Ir a la semilla de todo es primordial en el devenir de la humanidad. Allí están las guías del camino emprendido. En la historia vamos encontrando la clave para el encuentro humano, el entendimiento con el hombre. La historia indaga en todos los rincones, vida política, liderazgos espirituales y del poder, guerras, enfrentamientos, conquistas, despojos, pero antes que nada propicia el encuentro y hasta un posible diálogo del hombre del presente con todos los anteriores.
A mí me gusta la historia, pero prefiero la historia de mi tierra, la historia de Nuevo León y su zona norestense. Y dentro de ella la de mi ciudad. Los libros que he llegado a publicar tratan de nuestra música, de nuestro teatro, de nuestra cultura. De alguna manera he encontrado en este período de mi vida la inclusión de Clío en el camino recorrido con Melpómene y Talía.

     Yo estoy del lado de Alfonso Reyes como paradigma. Es nuestro escritor más regional y más cosmopolita a la vez. Su vasta obra va desde los albores familiares a la decantación más fina del pensamiento universal. Pero desde luego que me quedo en lo regional, en un terreno que puedo pisar con más seguridad y no exige mucho riesgo.

     Amo a Monterrey, desde mi niñez entablé un noviazgo eterno con mi tierra, un diálogo con sus montañas, una empatía con mis coterráneos. He emigrado, siempre parcialmente, a hacer lo mío en otras partes, pero el ombligo enterrado en el patio de la vieja casona de Emilio Carranza y Ruperto Martínez donde nací, ha sido siempre el acicate que me trae de regreso.

     Por eso insisto en hablar a diario de Monterrey, en ayudar en lo que pueda a preservar lo que le queda de patrimonio, por eso me uno a gente que trata de dilucidar su pasado. Estamos obligados a recuperar su memoria, a respetar lo que nos queda de herencia cultural. A seguir siendo un bastión cultural que recibe la influencia de todo el mundo, pero que conserva su esencia que la ha hecho grande es de sus inicios,

     Deseo fervientemente que por arte de magia nos llegue a todos, habitantes y gobernantes, una sana autocrítica que nos transforme y nos convierta en auténticos ciudadanos. Que entendamos el privilegio y el compromiso que tenemos para hacer a Monterrey más limpia, más habitable, más segura, más arborizada, con transporte colectivo digno para todos, con equidad de género y de clase social. Con humanismo pleno. Ese es mi deseo para Monterrey en su 424 aniversario.

(La ilustración es el mapa de Monterrey trazado por Juan Crouset en 1798.)