PEREZ17102022

Protesta de globalifóbicos
Juan Aguado Franco

Monterrey.- En nuestra ciudad se desarrollaron dos eventos muy importantes en marzo de 2002: el primero fue la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, auspiciado por la Organización de las Naciones Unidas, y el segundo se trató de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno.

Desde hacía varios años, frente a este tipo de reuniones se producían variadas manifestaciones de diversas fuerzas, que se puede englobar con el término general de “globalifóbicos”, que los caracteriza su pertenencia a la izquierda, sin importar tendencias ni matice. Aquí no fue la excepción.

Al terminar la conferencia sobre financiación, la inmensa mayoría de participantes se organizaron para realizar marchas y manifestaciones.

El movimiento llamado “El Barzón”, liderado por Liliana Flores Benavides, encabezó una marcha saliendo de la esquina de las calles Juárez y Ocampo. Formado principalmente por gente mayor. La segunda marcha estuvo conformada, en su gran mayoría, por jóvenes, la cual partió de la Plaza de Colegio Civil. La constituían, por mencionar algunos: la Red de Defensa Ciudadana, A. C., el Partido de los Comunistas, el Movimiento de Solidaridad con Cuba, el Frente Zapatista, etcétera.

A la altura de la calle Galeana, un contingente de policías locales detuvo la marcha, argumentando que no podrían seguir, porque en la Macroplaza estaba un cerco de granaderos y esos no los iban a dejar pasar. El objetivo era llegar a la Explanada de los Héroes, frente al Palacio de Gobierno, donde se llevaría a cabo una recepción a todos los jefes de estados asistentes a esa cumbre.

La marcha de los globalifóbicos, encabezada por un variopinto de activistas, líderes opositores, maestros, estudiantes, alcanzó a la marcha del Barzón. En una aparente confusión, parecía que su columna se dispersaba y se terminaba; pero lo que ocurrió es que llegó la información de que el cerco de granaderos al Palacio de Gobierno no estaba cerrado completamente. Es decir, metros delante de la Fuente de Neptuno no había valla, ni siquiera granaderos resguardando el espacio. A continuación, se empezó a correr la voz de encaminarnos a ese lugar, pero en forma discreta, para no llamar la atención. Y así se hizo. Empezamos a caminar sin prisa y como si fuera en forma distraída. Cuando llegamos la calle Zaragoza, unos y otros confundiéndose entre los paseantes que cada domingo visitan la Plaza Morelos, un espacio peatonal y de comercio, cruzaron todos la calle Zaragoza y una vez arriba de la Macroplaza, empezaron a correr hacia el lugar desprotegido por las fuerzas policiacas. Y sí, efectivamente no había valla alguna, aunque sí estaban algunos contingentes dispersos, sin tener un cerco definido. Cuando se dieron cuenta de la intención de los manifestantes, echaron a correr también hacia el lugar desprotegido (algunos cargaban las secciones de barandal con lo cual arman las vallas). Parecía una carrera de obstáculos, compitiendo civiles contra policías para ver quién llegaba primero. Causaba risa, otros gritaban echando porras para correr, a ver quién corría más rápido.

En esta marcha se había unido también unas compañeras religiosas, que tenían años en el tema de derechos humanos. Las encabezaba la hermana Consuelo Morales, quien también echó a correr como el que más, brincando por entre los jardines y obstáculos; y para facilitar su carrera, se levantaba la falda hasta donde la decencia se lo permitía. Fue de risa loca.

Unos cuantos metros antes de bajar a la Explanada de los Héroes, los granaderos empezaron a armar la valla, pero el impulso de la carrera llevó a muchos manifestantes a rebasar ese límite y otros policías a quedarse fuera de dicha valla. Rápidamente se engancharon los barandales y hubo necesidad de negociar con la policía de que nosotros les permitíamos a sus compañeros brincar la valla, al mismo tiempo de señalarles quiénes del contingente nuestro habían quedado atrapados dentro de su cerco.

Aquello parecía un festejo: unos riendo, otros gritando consignas, quedando frente a frente granaderos y globalifóbicos.

Adelante de este contingente marchaba un aguerrido dirigente de una organización de afectados por la banca recién privatizada, similar al Barzón. Su nombre: Gerardo Fernández Noroña. Con él coincidimos varias veces en México y Chiapas, en reuniones con motivo del zapatismo que salió a la luz pública en enero de 1995.

Entonces Gerardo se sentó en el suelo, dándole la espalda al cerco de granaderos. Fue el momento que aproveché para disparar mi cámara, que aunque no salió una muy buena foto, sí es un buen testimonio de las acciones de ese día. Queda para la historia.

(Por cierto, al día siguiente uno de los diaros locales cabeceó: “Comunistas rompen el cerco”.)