GOMEZ12102020

Quetzalcóatl
Mauricio Argüelles

Monterrey.- Conocí a Suri cuando recién volvía como profesor a la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, allá en el 2007. Hay gente que no tenemos la fortuna de estudiar en nuestra licenciatura lo que realmente es nuestra vocación, pero ser profesor en el Colegio de Sociología, en medio de profesionales de la Sociología e impartiendo clases a jóvenes que soñaban con serlo, como Suri, me parecía una manera de al menos ensoñar rodeado del ambiente que yo habría querido vivir cuando estudiante universitario, porque ser profesor es un poco como ser estudiante permanentemente. Suri en ese tiempo se hacía llamar “Quetzalcóatl”, pues según entendí, tenía el plan de cada año cambiar de sobrenombre (él mismo se los ponía), así como lo hacía el vocalista del grupo de rock mexicano Café Tacuba. Tiempo después me comentó que ya era “Suri”, y así se quedó hasta el final…

Siempre se caracterizó por ser un estudiante aplicado, pero también con miles de proyectos en su cabeza… que quizá no todos, pero muchos sí, terminaba llevándolos a la realidad. Un muchacho noble, digno de confiar siempre en él.

En las añorables pláticas de pasillo, que son uno de los grandes alicientes de ser docente, aún años después de haberle dado algunas clases, Suri me platicaba entusiasmado de sus proyectos: tesis, grupo de rock, programa de radio... Él mismo me alentaba a que yo siguiera adelante con mis sueños de ser no sólo profesor, sino también investigador social... Todavía dos días antes de que unas personas (quiero evitar la trillada referencia de “tipos”, que busca rebajar el valor humano de los mismos asesinos, o de cualquier gente que cometa delitos), terminaran con su vida al dispararle cuando él estaba pintando esa barda que contenía mensajes de paz y era dirigida para jóvenes (como parte del servicio social que había ya terminado para el gobierno de San Nicolás, pero que seguía haciendo como voluntario), me presentó a su novia; y mucho más que otra veces, me pareció inmensamente feliz (aunque él siempre lo parecía).

El funeral fue un viernes. Un mariachi cantó Las Golondrinas. La rutina de ese día fue trastocada por el hecho, por la aceptación de que esto era real; Suri ya no estaba más físicamente para sus seres queridos y para tantos amigos y amigas que dejaba en este mundo. Lo de Suri nos arruinó parte de la vida en ese tiempo. Pareció que con él se iba la mitad del mundo. Y ahora, con nostalgia, pero también con el orgullo de haber podido conocerlo y de haber podido disfrutar de su grandeza como ser humano, pienso que debimos hacer cada año este memorial desde que él ha faltado (sobre todo a sus seres más queridos, que son muchos).

Lo recordamos y por supuesto, exigimos justicia y que nunca más se dé un caso así, aunque lamentablemente sigue sucediendo en esta ciudad, en este país que Suri todavía en sus últimos momentos estaba luchando por transformar.

Y a quienes seguimos aquí en el mundo de lo material, no nos queda más que buscar una Sociología viva, que no sea de libros, sino de acción; que no se quede en el salón, sino que busque cambiar este mundo. No habrá mejor tributo para nuestro Suri, que luchar por terminar lo que él comenzó y que siempre soñó con lograr.

¡Te extrañamos siempre!

* Texto leído por el autor, en el Homenaje por los 10 años de la muerte de José Fidencio (Suri) García Neri (Plaza de los Poetas, Facultad de Filosofía y Letras, Ciudad Universitaria, 9 de marzo de 2022).