Peor aún, comparar la gobernanza como si se tratara de manejar no una red social, sino una cuenta en una red social, como TikTok, resulta inverosímil.
Y esto no tanto porque sea imposible rescatar algunas cuantas analogías entre una y otra. A final de cuentas, la dirección de una empresa (su éxito o fracaso) depende de las decisiones de su dueño o su consejo; aunque esto obvia la competencia y compromiso de sus trabajadores.
Para un Estado, son las aptitudes que tiene su administración lo que le lleva a dar resultados, pero en mayor medida es la participación de sus ciudadanos lo que le hacen tener éxito o fracaso.
Por lo concerniente a lo que es manejar una cuenta en una red social, a estas alturas, se sabe que muchas cosas de las que ahí se muestran, suelen ser lejanas a la realidad; se asemejan a un nido de falsedad, propaganda y otro tipo de engaños. Sin dejar de mencionar algunos puntos positivos que tienen, como: la conectividad, la difusión, el fomento de la libertad de expresión, entre otros.
Su analogía se da en el sentido de la propaganda, en el sentido de cómo desde los gobiernos se cuenta una realidad que dista mucho de la empírica; de lo que uno observa alrededor. De ahí que ambos casos sean una falsa analogía.
Por lo mismo, ante este tipo de consideraciones, a la pregunta inicial, habría que sumar otra: ¿de qué sirve un gobierno al que no se respeta?
Esta semana pasada volvió el tema de la «verificación vehicular» y el replaqueo; cuestiones que –como se describió en la opinión de la semana pasada con el título “Nuevo León y las mil y una tragedias”– interrumpen problemáticas actuales para iniciar una nueva o retomar una vieja, cuyo objetivo se inclina a desaparecer, momentáneamente, las problemáticas, pero que no las resuelve, sino que más bien se pretende tapar un problema con otro.
Hoy día, por ejemplo, ya no es un asunto la crisis del transporte en la entidad; mucho menos qué ha pasado con la requisa que realizó el gobierno de Nuevo León a la ruta 400; o qué ha pasado con el «plan maestro de movilidad», o dónde están las mil 600 unidades arrendadas, por el estado, provenientes de China.
Todo eso se ha pausado, pero que seguramente se retomará en los siguientes días. Por ahora, vuelve la problemática del replaqueo, y su enfoque, por la autoridad, sigue siendo el mismo: una cuestión de seguridad.
Ante esto, la ciudadanía vuelve a responder con una negativa. Se dice que tal acción es una medida recaudatoria. Mientras, la autoridad asegura que no es así. Se ha convertido en un estira y afloja.
Pero, entonces, ¿es eso lo que nos ha dejado el “nuevo Nuevo León” en 9 meses? ¿Un conflicto continuo entre los ciudadanos y su gobernante?
Un conflicto, por cierto, que va más allá de las fronteras de la entidad. Ya desde campaña, Samuel García, realizaba juicios inadecuados a mexicanos que habitan en el centro y sur del país.
No se ha cansado de señalar que Nuevo León es el estado que más produce en el país, a pesar de que esto no es correcto, ni lo primero tampoco. Además, peca de soberbia y narcicismo, asegurando que el Estado no necesita apoyo de nadie; o bien, que lo poco bueno que se ha logrado, ha sido gracias a él mismo.
Todo esto ha generado no solo un discurso de odio, sino también una enemistad y no solo con ciudadanos de otros estados, sino entre los mismos neoleoneses.
Basta, por ejemplo, con leer los comentarios discriminatorios, despectivos y ofensivos que dejan los usuarios en los sitios de medios de comunicación cuando se informa o reportan bloqueos en distintas avenidas, como protesta o llamada de atención a la autoridad por falta de agua.
O qué tal con las recientes acciones de los pobladores alrededor del Río Ramos, quienes incendiaron el material con el que el gobierno del estado de Nuevo León planeaba traer agua a la zona metropolitana de Monterrey.
Con todo, parece ser que la respuesta a la pregunta planteada no puede ser otra más que: problemas y más problemas. Por tanto, el “nuevo Nuevo León”, no gusta; no gusta nada.