GOMEZ12102020

Reflexiones 2021
Horacio Flores

Monterrey.- La búsqueda por mejores horizontes en el terreno de la vida pública, es una constante de la humanidad. Los modelos de gobierno han cambiado y periódicamente ocurren modificaciones que en algunos casos son cosméticas (dentro de los modelos de acumulación) y en otras son profundas, al grado de transformar el sistema en su totalidad.

     La disputa por hacer valer cada cual su proyecto, es tan diversa como seres humanos hay en el planeta. Todos tenemos una forma de ver el mundo y cada quien tiene una propuesta para resolver la problemática social existente. El problema es teorizar y vincular la propuesta con las aspiraciones sociales y las necesidades de la humanidad.

     Por eso cuando se habla de un proyecto de país, se debe aclarar a qué específicamente nos referimos, pues los proyectos son diversos y los caminos para alcanzar los objetivos planteados también; y tienen por supuesto, sus inconvenientes.

     A partir de 1968, el capitalismo en México hizo crisis y transitó en una abierta confrontación no solamente entre las clases sociales y las perspectivas que desde cada una se planteaban respecto de la reconstrucción de la vida pública nacional, sino además y fundamentalmente, en una lucha de la sociedad toda contra un sector de la población que buscó convertirse en una clase social y se autonombró como la única que portaba la verdad y la luz: la clase política que se construyó desde el Estado Mexicano.

     El fortalecimiento de las líneas autoritarias en el Partido emanado de la revolución, hizo mella en la sociedad de tal manera que aun y cuando en sus luchas estaban presentes los reclamos de clase, eran más constantes las demandas de libertad y democracia. El brutal acto de autoridad que en 1968 tomó la vida de estudiantes y pueblo en general en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, sacudió a la sociedad toda.

     A partir de entonces, el pueblo se organizó en torno a propuestas que tenían que ver con la transformación del sistema y en varios momentos, las luchas se libraron con métodos no necesariamente convencionales.

     El comportamiento del Estado en materia electoral hizo predecibles los resultados, pues no había oposición y la que había se eliminaba de diversas maneras: unas veces con cañonazos de dinero; otras, con la calumnia, la prisión, desaparición, o de plano el asesinato; la vía era lo de menos, alcanzar el propósito de eliminar la disidencia era lo único importante.

     Así pues, la izquierda promovió la organización popular en diversos frentes y maneras: grupos armados, organizaciones sociales (campesinas y populares), buscó abrigo en organizaciones gremiales e intentó desarrollar proyectos de corte nacional, articulando agrupaciones, cuadros y sectores.

     Los métodos de confrontación abierta fueron muy rápidamente repelidos por el pueblo; quizá la memoria del costo del movimiento revolucionario de 1910, mantenía las reservas de participar en una lucha de esas características, así que la tarea de construir organismos y métodos de lucha pacíficos, que abrieran paso a los anhelos de justicia y libertad se encaminaron más del lado de la movilización, la protesta pública y los frentes amplios.

     Para 1988, el PRI se desgajaba, las pugnas internas dieron paso a una Corriente Democrática que rápidamente fue acogida por algunos sectores del pueblo y del movimiento vinculado a las llamadas fuerzas vivas de ese partido.

     Un sector de la izquierda vio en esa pugna, la posibilidad de dar un golpe mortal al Partido de Estado, quien mantenía sojuzgado al pueblo y que era en más de un sentido, la peste desde la que se articulaban las fuerzas del Poder en los procesos electorales, institucionalizando el fraude, la mentira y la corrupción. Se construyó entonces un gran Frente Nacional que hizo posible que se derrotara al gobierno en las urnas; sin embargo, la maquinaria del estado desconoció el triunfo de la izquierda.

     El fraude y la operación del aparato de Estado (acordando con algunas dirigencias y comprando voluntades), con paso apresurado creó el escenario de la “reivindicación del triunfo electoral”. Sin embargo, la evidente victoria de la alianza progresista, dejó en quienes habían protagonizado tan encomiable tarea, la certeza de que era posible construir una organización que aglutinara a las fuerzas más importantes y representativas del país en torno a un Partido Político; y con ese instrumento, arribar por la vía pacífica al poder.

     Si bien del lado del movimiento progresista se había construido una gran alianza, la derecha muy rápidamente se dio cuenta del riego que corría, así que de inmediato se dio a la tarea de cerrar filas y se aprestaron para contrarrestar el avance de la izquierda nacional. En este proceso, el oportunismo y la ambición se abrieron paso y so pretexto de “maicear” a dirigentes y actores importantes, se echó mano del presupuesto para apoyar a sus partidarios, lo que hizo posible que se amasaran grandes fortunas y se abrieran paso nuevos ricos, que al mismo tiempo se convertían en los referentes del poder.

     La llamada etapa neoliberal no es otra cosa que el descaro de la ambición y muestra clara de la voracidad no solamente del sistema per se, sino además de los actores responsables de la conducción del mismo. Pero la idea de la concentración del ingreso de la mano de un comportamiento racista, clasista y del autoritarismo desde el poder, es inherente al sistema de acumulación que nos rige.

     El PRD, instrumento que se había podido construir luego de la elección de 1988, muy pronto se descompuso y dio origen a grupos de interés que se agruparon en torno a la mezquina idea de participar del “pastel” en que se había convertido el gobierno nacional.

     El problema para estos grupos no era el despojo a los campesinos pobres, el atropello a los trabajadores en las fábricas, o que se mancillara a los empleados del Estado con salarios de hambre y trato indigno. ¡No! Para ellos ese no era el problema. El problema era que ¡no participaban!

     Así que cuando fueron invitados a la mesa para firmar el “Pacto por México”, se pusieron sus mejores galas y entregaron lo que de honra les quedaba, con tal de codearse con el poder.

     Haciendo gala a la tradición caudillista de la historia nacional, en el PRD, se legitimaron en particular, un par de líderes: Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Andrés Manuel López Obrador. El juicio sobre el rol de cada uno en lo que hace al Partido y su papel en él, está pendiente.

     Hoy nos ocupa el crecimiento que ha tenido AMLO, quien con un estilo de liderazgo muy cercano a la gente, se ha legitimado no solamente como el más importante, sino como el único que ha podido vencer en las urnas (y ser reconocido), al régimen de oprobio que padecimos durante más de 80 años.

     Para conseguir el propósito de llegar a la presidencia, AMLO dejó el PRD y bajo su conducción se construyó la herramienta electoral que lo llevó al poder: Morena.

     Para alcanzar el anhelado propósito de llegar a la presidencia, en 2018, AMLO construyó alianzas con organizaciones conservadoras con la intención de quitarse de encima el estigma de comunista; y en su discurso atemperó los “tonos” de identificación política, equiparó a la izquierda con los liberales, al tiempo que colocaba a la derecha con los conservadores. Esta simplista definición, puso en una situación difícil a diversos sectores de la izquierda más identificada con el movimiento marxista, pero fue una salida oportuna en términos electorales, pues al recibir el apoyo de las iglesias, pudo romper el cerco ideológico que tantas veces había impedido el avance de los movimientos progresistas en México.

     La reivindicación de la lucha contra la corrupción y la impunidad era de la mayor importancia a los ojos de los electores. El saqueo de los anteriores gobiernos era evidente e insultante. Mientras la población cada vez tenía más carencias, a los nuevos potentados amamantados en la ubre del presupuesto gubernamental, les sobraba todo.

     El triunfo de 2018 debe atribuirse, sí, al hartazgo popular, pero también jugó un papel importante la política de alianzas seguida por AMLO; y sobre todo, la certeza que daba el contar con un instrumento electoral propio, que había sido capaz de movilizar a la nación entera en su aspiración por desalojar a los hampones del poder.

     Al llegar a la presidencia, AMLO se llevó al gabinete a lo más destacado de sus cuadros y dejó la organización partidaria recién creada, al garete. Morena, bajo la conducción de una dirigencia mezquina, muy pronto se descompuso y dejó abierta la puerta a la llegada de personajes que están más comprometidos con sus intereses personales, que con la idea de transformar el nuestro, en un país con esperanza y sin desigualdad.

     Ya para la elección de 2021, se cometieron en aras de una construcción frentista para enfrentar a la derecha, una serie de agravios con la militancia y en general con el pueblo. Se asumió que el pueblo era tonto y no distinguiría fama pública de mala fama pública; y se realizaron alianzas con grupos y personajes impresentables. Bajo la premisa de la “competitividad electoral”, que no es otra cosa que la habilidad para el mapacheo, se sacrificó en aras de la mercadotecnia, el bono moral que el presidente había venido construyendo con su conducta durante los últimos tres años.

     Los resultados no se hicieron esperar: con dificultades se alcanzó la mayoría en el Congreso y se está a expensas de hacer acuerdos con los grupos fácticos del sistema para llevar a cabo cambios constitucionales.

     Se pudieron ganar 11 gubernaturas, pero ancladas a grupos de dudosa reputación; y partidos que sin la alianza con Morena, hubieran dejado de existir. Se dilapidó el bono moral y ético y se hipotecó un movimiento que había costado mucho esfuerzo construir.

     Un tema que estuvo a la orden del día fue la centralización de las decisiones que desestimaron cualquier ponderación o consulta popular. Fue mediante la orientación de los acuerdos cupulares como se definió la política de alianzas y la designación de candidatos. Esta centralización hizo un grave daño a las luchas y movimiento locales y terminó por descomponer el ya de por sí endeble y deteriorado tejido que sostenía el naciente partido.

     El escenario actual se torna oscuro, pues en la evolución que sufrieron las luchas electorales, para terminar en pugnas electoreras, se ha ido dejando de lado o a su suerte, al movimiento social y las luchas reivindicativas de trabajadores del campo y la ciudad.

     Las crisis que se viven en las ciudades de mayor concentración poblacional, que tienen que ver con crecimiento sin planeación, obedeciendo a intereses comerciales, acuerdos de negocios entre el poder y los empresarios, acumula con la inseguridad, ingredientes que ponen en total estado de indefensión al pueblo; un pueblo que por cierto está cada vez más ausente de la lucha social y la participación política.

     El distanciamiento entre las organizaciones político-partidarias con la sociedad, hace previsible (amén del evidente divorcio movimiento-organización) el surgimiento de organizaciones locales, tomando distancia de proyectos nacionales y acercándose cada vez más a proyectos autogestivos (como los grupos de auto-defensa, por ejemplo). El riesgo que en sí mismo contienen estos tipos de organización, plantearán mayores dificultades si no se propone una agenda de construcción que vincule la actuación regional con una visión de país de mayor alcance.

     Derivado en principio de estas reflexiones, es que parece de vital importancia la creación de una fuerza propia, que se destine a construir con una visión de país, movimientos locales que fortalezcan y profundicen los alcances de los cambios que ha impulsado el actual gobierno y que más allá de un líder o Partido, ponga en el centro los intereses y anhelos de un pueblo que ha luchado durante ya muchos años por una patria incluyente, con oportunidades, justicia y libertad.