GOMEZ12102020

Retrato del nuevoleonés en la pandemia
Eloy Garza González

Monterrey.- La clase media de Nuevo León creció a partir del ahorro. Esta es la pura verdad. A los bárbaros del Norte nos hacían menos en otras regiones de México por ser “codos”. Pero la acusación general no distaba mucho de la realidad. “Las vacas comen todos los días”, decían antes. Aquí trabajábamos hasta los domingos. Y estar ocioso era sinónimo de vago. Los norteños cultivaban hábitos de vida frugal. Nuestros ancestros fueron tenderos (como mi abuelo), o administraran un hostal (como mi otro abuelo). Gente nada sofisticada, a Dios gracias.

     El norteño era tacaño, madrugador y ahorrador: vivía por debajo de lo que ganaba. De la pala pasó al arado y luego al tractor. Pero también del capital reinvertido pasó a instituciones bancarias y después a un sistema de seguros. Invertía: quitaba aquí para ponerle allá, y buscaba el mayor beneficio o la menor pérdida. Aprendió con disciplina, muchos quebraderos de cabeza y no pocas partidas de madre.

     El nuevoleonés de clase media ahorraba un porcentaje de los beneficios en espera de que los tipos de interés fueran bajos. Los bienes generados no se consumían al momento: se guardaba para el futuro. Se hacían cálculos y previsiones. Los economistas llaman a eso “preferencia temporal”. Los valores comerciales se sustentaban en valores éticos, lo mismo en el caso de un tendero en el barrio de La Luz que de un fabricante de hilos y tejidos en Santa Catarina.

     La clase media nuevolonés nunca se distinguió como inventora pero sí como comerciante. Veíamos con cariño (y un poco con signo de pesos) al foráneo, libanés, judío o irlandés. Nos gustaba comprar y vender. Así creció nuestra forma de vida local, por encima de otras regiones de México.

     Lo que vino después fue el desastre. Se vendieron las empresas insignias de Nuevo León, se perdió el autocontrol (la capacidad de domesticar nuestros instintos), se entregaron las calles al narco, se creyó que el trabajo era un castigo, se vivió ya no para producir y ahorrar sino para simular y apantallar. Se creyó que el trabajo era un error. Y peor: una maldición.

     La pandemia del Covid-19 volvió a poner patas arriba la mentalidad del nuevoleonés, enfocada en los últimos años en el goce, la fiesta continua, las carnes asadas como única misión de vida, las vacaciones de varias semanas a crédito, el lujo fake para impresionar al vecino, el ventajismo comercial, la grilla insulsa, la ruta fácil de hacer dinero. El consumismo contra el ahorro, la ligereza contra el rigor. Las frivolidades de una generación las paga la siguiente. Pero el coronavirus nos adelantó la cuenta de lo gastado en este antro infame en que se había convertido Nuevo León.