Monterrey.- Tanto Occidente (liderado por Estados Unidos) como Rusia, utilizan a Ucrania para proteger sus intereses de seguridad, económicos y geopolíticos. Pero la narrativa occidental solo culpa a Rusia.
Impulsados por la necesidad de reactivar la economía post pandemia, echando a andar la industria militar-financiera y la codicia histórica por apoderarse de los vastos recursos naturales, así como por el más irracional anticomunismo que confunde a la Rusia capitalista con la extinta URSS, los países occidentales desoyen las advertencias y continúan provocando un ambiente de guerra, al coquetear con Ucrania y su incorporación en la OTAN.
Hoy en día, Rusia ha sido muy enfática en la necesidad de contar con un cinturón de seguridad que les permita reaccionar a posibles ataques, por lo cual ven como inaceptable la expansión de la OTAN hacia el este, acentuada desde el fin del Socialismo Real. Biden en 1997, William Burns en 2008, Kissinger en 2014 y el Coronel Douglas Macgregor este año, coinciden que, si la OTAN se empeña en extenderse y aceptar a Ucrania como miembro, en este país ocurriría una revuelta, se dividiría en dos y obligaría a Rusia a intervenir. Tal y como ha sucedido.
Por su parte, la Corporación Rand, un think tank estadounidense, en 2019 publicó un informe con diferentes medidas encaminadas a desestabilizar a Rusia. Entre las recomendaciones se encontraba proveer a Ucrania de armamento, imponer sanciones comerciales, buscar alternativas energéticas a Europa, fortalecer lazos en el Cáucaso, animar las protestas no violentas y socavar la posición de Rusia, expulsándola de organismos y eventos internacionales. En resumen, lo que propone textualmente la Corporación Rand es provocar “ansiedades” a Rusia.
Las protestas del llamado Euromaidán del 2014 en Ucrania, podemos considerarlas como un golpe de Estado blando, pues si bien estaban conformadas por grupos de todo el espectro político, fueron capitalizados por grupos de extrema derecha, auspiciados por empresarios y organizaciones de Occidente. A partir de entonces se permitió la proliferación y normalización de grupos paramilitares fascistas, e incluso la incorporación de algunos dentro del ejército, como el Batallón Azov, miembros de la organización Pravy Sektor (Sector Derecho), o de la Unidad Tornado. En ciudades con población ruso parlante del sur y del este de Ucrania, se organizaron grandes manifestaciones que fueron brutalmente reprimidas por el ejército y los fascistas.
Los estados llamados óblast, de la península de Crimea y de Donetsk y Lugansk, en la región del Donbás, buscaron su autonomía o independencia. Crimea, mediante un referéndum, volvió a formar parte de Rusia, luego que éste hubiera cedido la administración a Ucrania en 1954, cuando ambos países formaban parte de la URSS.
Desde entonces, las autoproclamadas repúblicas independientes del Donbás libraron una guerra de liberación contra Ucrania, principalmente contra efectivos de los grupos fascistas adheridos al ejército. Esta guerra de liberación, la única guerra justa en medio de la pugna geopolítica entre Occidente y Rusia, ha sumado más de 13 mil víctimas en ocho años.
Al mismo tiempo, en Ucrania se han promulgado una serie de leyes que buscan nulificar la cultura, el idioma y la identidad rusa; y se han tolerado los crímenes genocidas de los ultranacionalistas, pues les ayudan a mantener el territorio. Negando su historia compartida y buscando crear la propia con una narrativa plagada de un nacionalismo rancio, Ucrania se ha dejado llevar por los intereses europeos, que a su vez son utilizados por los de Estados Unidos. La dependencia de Europa a los recursos rusos se puede convertir en un entendimiento fraternal; y eso EUA no lo puede permitir, si quiere seguir siendo la potencia mundial.
Desde mediados del 2021 Zelensky ha manifestado su interés en recuperar Crimea; y han concentrado tropas en esa región y en el Donbás, amenazando a Rusia quien, por su parte, también enseñó músculo al realizar ejercicios militares cerca de la frontera. En febrero del 2022 se incrementaron los ataques en las autonombras repúblicas independientes y Estados Unidos culpó a Rusia de alentar al Donbás a quebrantar el alto al fuego pactado en los Protocolos de Minsk, firmados en Bielorrusia en el 2014, y en el 2015 aplicándole sanciones comerciales y acusándola de expansionista. Este mismo mes, en el marco de la Conferencia de Seguridad en Munich, Zelensky indicó que buscaría adquirir armas nucleares; esto fue entendido por Rusia como una amenaza inminente a su seguridad.
El blanqueo de los fascistas ha sido una labor constante, llevada a cabo por los grandes capitales, a través de los medios de comunicación, de los cuales son dueños. En un contexto de guerra, el manejo de la información y la propaganda es también un arma. El control de lo que se lee y se ve es importante para formar la opinión pública. No es que los medios de información nos digan qué pensar, sino sobre qué debemos pensar. Una vez iniciadas las hostilidades, una de las primeras cosas que hizo Occidente fue bloquear toda fuente de información rusa. Así solo nos muestran lo que ellos quieren. Pero esta narrativa única estaba empezando a desmoronarse a través de lo que Occidente mismo estaba mostrando: runas y símbolos nazis en el ejército ucraniano. El blanqueo de los nazis por parte de la mayoría de los medios en Ucrania y Occidente es algo inaceptable. ¿Ahora los nazis son los buenos? ¿El Batallón Azov es solo “polémico”? “Son lo que son”, diría Zelensky.
El cerco informativo que alcanza incluso a las redes sociales, también comenzaba a presentar grietas. Se empezaron a compartir imágenes y videos de atrocidades, torturas y crímenes de guerra por parte de los ultranacionalistas. La teoría de la conspiración acerca de laboratorios estadounidenses en Ucrania donde se estudiaban y producían armas biológicas, resultó ser cierta; y aunque supuestamente son solo laboratorios de investigación, la duda persiste: ¿para qué los quiere Estados Unidos allá? Luego se comprobó la autenticidad de los archivos de la laptop de Hunter Biden, el hijo del presidente de EUA, un personaje impresentable, con nexos con dichos laboratorios y con la industria gasera ucraniana.
Rusia ha dicho que no le interesa anexarse a Ucrania. Y su actuar parece corroborarlo. No está “llevando la democracia” al estilo occidental, bombardeando indiscriminadamente. Las tropas rusas amenazaron con tomar la capital Kiev, pero solo para dividir al grueso del ejército ucraniano. Cuando se le acusó de atacar un teatro, una escuela y un centro comercial, se ha informado y comprobado por imágenes compartidas por los mismos ultranacionalistas ucranianos, que ellos usaban esos edificios como base militar, contraviniendo las “leyes de la guerra”, al utilizar civiles como escudos humanos. Rusia además ha permitido la conformación de corredores humanitarios, entrega raciones de comida a la población y ha insistido en el establecimiento de diálogos por la paz.
Zelensky, actor de profesión, un día fustiga a Occidente, por no brindarle ayuda militar, otro día acusa a Rusia de reventar los diálogos, se deja la barba, aparece en el frente, participa en una sesión fotográfica en un edificio en ruinas. Es un comunicador nato. Sin embargo, luego se descubre que sus fotos en el frente son viejas y se corre el rumor que está en Polonia. Para acallarlos, toma la mala decisión de hablar con la pantalla verde más chafa que existe, con una iluminación que no concuerda con el fondo. Poco a poco la población europea empezó a cuestionar el rumbo que estaban tomando sus dirigentes. Se realizaron manifestaciones de apoyo a Rusia en Alemania y en Grecia y surgieron muestras lamentables de hipocresía y xenofobia en el manejo de los refugiados ucranianos, en contraste con los provenientes de Siria o África. Los medios tradicionales no tuvieron más remedio que informar acerca de los ultranacionalistas, de los laboratorios, de las torturas a los soldados rusos capturados, de la laptop de Hunter Biden... y entonces sucedió la masacre de Bucha.
Como muestra de buena voluntad en las negociaciones, el 30 de marzo Rusia liberó algunas ciudades en torno a la capital, para luego concentrarse principalmente en la región del Donbás. El 31 de marzo el alcalde de Bucha grabó un mensaje festejando que “los orcos rusos” liberaron la ciudad. El 1 y 2 de abril, la Guardia Civil se grabó limpiando la ciudad. El 4 de abril aparecieron cuerpos con señas de tortura. Ucrania acusó a Rusia. Rusia por su parte solicitó una reunión en la ONU negando esta acusación y diciendo que tenía pruebas incriminatorias hacia Ucrania. Esta petición fue negada en dos ocasiones. Más tarde, el New York Times publicó una imagen satelital “verificada”, que mostraba cuerpos sobre una calle desde mediados de marzo. Así, sin investigación de por medio, se convierte en crimen de guerra perpetrado por Rusia, con el nuevo paquete de sanciones comerciales correspondiente; Ucrania renueva el respaldo internacional y Occidente sigue moviendo la industria militar. Lo ocurrido en Bucha fue como oro molido para continuar con la guerra.
Hay inconsistencias, por decir lo menos, en la narrativa sostenida por Occidente y Ucrania: las diferencia temporal entre la liberación de Bucha y el descubrimiento de los cuerpos, los cuales tienen señales de haber sido manipulados o sembrados; la ausencia de sangre seca, o la presencia de sangre fresca; las bolsas de raciones de comida rusas a un lado de las víctimas, quienes en su mayoría portaban un brazalete blanco que los identifica como prorusos o civiles bajo la ocupación rusa; el video en donde se escucha un “claro que sí” a la pregunta de un ultranacionalista de si puede disparar a quienes no cuenten con el distintivo ucraniano del brazalete azul; entre otras. Además, si lo hizo Rusia, ¿por qué no limpió su crimen?
En 2002, el mismo New York Times publicó una imagen satelital con la ubicación exacta de las armas de destrucción masiva en Irak; la de Bucha, sin embargo, parece correcta en la fecha. Pero debemos recordar que Bucha fue bombardeada a ciegas por Ucrania mientras estaba ocupada.
Ahora, en la estación de trenes de la ciudad de Kramatorsk, ubicada dentro del óblast de Donetsk, pero proucraniana, cayeron dos misiles acabando con la vida de cerca de 50 personas cuando, alentados por Rusia, buscaban escapar de la zona. En la histeria de Occidente estimulada por las imágenes de Bucha, la rusofobia cobró nuevos bríos y Occidente culpó a Rusia sin dudarlo. Que Rusia ha indicado que no utiliza estos misiles, no importa. Que se han realizado estudios de trayectoria demostrando que el bombardeo provino desde el lado ucraniano, no importa. Que los números de serie coinciden con, por lo menos, tres misiles ucranianos disparados en los ocho años de guerra contra el Donbás, no importa; gracias a Bucha, aquí también es culpa de Rusia.
La dictadura mediática impuesta por Occidente le ha quitado por completo la voz a Rusia y se la ha dado a los ultranacionalistas ucranianos y sus colaboradores, expidiendo un cheque en blanco para que Ucrania haga lo que quiera y prolifere la rusofobia en todo el planeta. Al final todo será culpa de Rusia.
Por otro lado, las sanciones comerciales, las censuras a los medios rusos y las exclusiones de eventos deportivos y organismos internacionales no han surtido el efecto deseado, pues Rusia se había preparado para ellas; pero han provocado la unión entre Europa y Estados Unidos, el aparente fortalecimiento de la OTAN, la normalización del fascismo y un aumento de la rusofobia. Por ejemplo, ya se han compartido la identidad de los soldados rusos que estuvieron en Bucha, grupos proucranianos empezaron a apuntar las placas de los manifestantes prorusos en Berlín y en un video al más puro estilo de ISIS, una mujer en un traje típico degüella a un actor estereotipado como ruso.
Es muy probable que la invasión trastoque para siempre el actual orden mundial y migremos hacia un mundo multipolar. Aunque no creo que sea el inicio de una Tercera Guerra Mundial, sí es su avance cinematográfico. Si no se vuelve a romper el cerco informativo y se remonta la guerra mediática, la guerra militar podría escalar o extenderse por años, como la invasión de Estados Unidos a Afganistán. Rusia debe replegarse, fortalecer y permitir la autodeterminación de los pueblos del Donbás, quienes dudo quieran volver a formar parte de Ucrania. También debe prepararse para una nueva serie de sanciones y posiblemente para otra guerra contra Occidente.
Y si Europa hace las paces con Rusia, no importa, ahí está Pakistán, cuyo presidente ha sido destituido luego de oponerse a las sanciones y a no aceptar bases militares estadounidenses en su territorio. Ahora ha asumido el cargo un prooccidental acusado de fraude. Y si en Pakistán se arreglan las cosas, no importa, ya habrá otro lugar, como Suecia, Finlandia o Taiwan, desde donde amenazar a Rusia, o a China, o a quien sea. Todo sea por el bien de reactivar la economía occidental mediante la guerra.
* Centro de Estudios del Ideal Latinoamericano, S. C.