Monterrey.- Jesús Rodolfo Rivera Gámiz o “Toli”, como le decían desde niño, tenía 17 años cuando llegó a Monterrey en 1969, procedente de Torreón, donde cursó la “Prepa” en un colegio católico.
Ingresó a la Facultad de Economía de la Universidad de Nuevo León –así, sin autonomía– y fue un buen estudiante. Se le veía regularmente en la biblioteca hasta que cerraba y siempre fue uno de los primeros tres lugares de su generación. Descansaba leyendo. Recuerdo el tiempo en que cargaba, junto con Samuelson (el texto de microeconomía) el “Hasta no verte Jesús mío”, de la Poniatowska.
En el cuarto semestre ya era asistente del maestro de matemáticas para el primer semestre. Su buen promedio escolar le permitió esa posición, que buscó porque le implicaba un ingreso económico. Trabajó también en el levantamiento del censo de 1970 y en cuanta oportunidad se le presentó para ser menor carga para su madre, que afrontaba los gastos de sus estudios.
Además de buen hijo, era buen amigo. Gustaba de compartir sus momentos de relax, con singular alegría. Era juguetón, agudo bromista, sin llegar nunca a la ofensa. Gustaba del cine. Recuerdo que fue para él todo un acontecimiento aquella ¿primer? muestra internacional de cine que llegó a Monterrey en 1971, en el desventuradamente desaparecido cine Elizondo, con “Muerte en Venecia”, de Visconti; y “Queimada”, con la actuación de Marlon Brando.
Pero no fue por nada de esto que la noche del 17 de enero de 1972 “Toli” estaba con las manos en alto. No fue por esto que lo acribillaron en los Condominios Constitución.
Es que realmente era inquieto y sensible. Y sacaba tiempo no sé de dónde para vivir todo a plenitud. Con la misma seriedad con que estudiaba las materias escolares –y también con la misma alegría con las que jugaba con las cosas simples de la vida– vivió su militancia política.
Del entorno religioso en que se desenvolvió en Torreón, pasó en Monterrey a un clima crecientemente politizado, fruto en lo fundamental del ’68, que llamó profundamente su atención y pronto lo sedujo.
En 1969, cuando cursaba el primer semestre, surgió el movimiento pro-autonomía universitaria, que sorprendió a “Toli” apenas reconociendo las diferentes agrupaciones estudiantiles que existían. Se produjo una huelga general estudiantil y de inmediato se incorporó por completo al activismo estudiantil.
Su entrega al movimiento fue tan sorprendente, para alguien sin el menor antecedente político, que algunos llegamos a acusarle de “oreja”. Esas suspicacias pronto desaparecieron y “Toli” salió de aquella huelga ya plenamente definido, en contra de lo que se podría suponer, a favor de la izquierda socialista.
La huelga terminó con la conquista de la autonomía para la universidad y cambios en su legislación que abrían paso a la participación estudiantil en el gobierno de la institución y que permitieron elegir un Rector comprometido con el proyecto de “Universidad Democrática, Científica, Crítica y Popular”.
Este proceso pronto entró en un callejón sin salida. Las presiones y, posteriormente, francas agresiones gubernamentales contra el proceso de democratización se repetían en forma creciente y provocaron la renuncia del Rector que, por primera vez, había sido electo democráticamente.
Se eligió otro Rector pero -a pesar de que se deslindó de posiciones extremistas- no evitó que las agresiones siguieran en aumento. Entre tanto, los puestos directivos de la universidad eran peleados como botín, incluso por los maestros “revolucionarios” que el movimiento estudiantil proyectó. Los ideales sobre la reforma universitaria pronto quedaron en el olvido.
En 1971, el gobernador Eduardo A. Elizondo buscó imponer una Ley Orgánica para la Universidad que anulaba la autonomía recién conquistada, poniéndola en manos de una “Junta Popular” integrada por una amalgama de los grupos corporativos controlados por el gobierno, con los líderes “charros” a la cabeza. Como cereza del pastel, puso a un coronel como rector.
Este intento, a la postre frustrado, encontró de inmediato como respuesta una nueva huelga general estudiantil. En Economía, el movimiento se desarrolló intensamente y “Toli” de nuevo se entregó de lleno a sus actividades. Él fue uno de los delegados del Comité Central de Lucha de la UANL que encabezaron la manifestación que en la Ciudad de México se realizó el 10 de Junio en apoyo al movimiento de Nuevo León. La marcha fue disuelta por la criminal agresión del grupo paramilitar conocido como “Los Halcones”, quienes asesinaron a decenas de manifestantes.
El que el gobierno –recién surgido de la farsa electoral de 1970, envuelto en un discurso de apertura democrática– respondiera de nuevo a una manifestación legal y pacífica con una abierta matanza, aceleró el proceso de radicalización de grupos socialistas, especialmente estudiantiles. Concluyeron que no tenía sentido luchar por cambios democráticos, que había que luchar decididamente para destruir el régimen burgués imperante, que ya no toleraba ningún avance democrático y de ahí que se debía construir una organización revolucionaria clandestina y armada. A uno de esos grupos armados recién formados se incorporaron algunos estudiantes de Economía, los que invitaron a “Toli”, quien aceptó sin dudarlo. No mediaron grandes reflexiones teóricas. Fresca aún la sangre derramada en el 68, la nueva matanza de ese año parecía dar una negación automática al cuestionamiento de si se podría cambiar el país pacíficamente.
En ese momento ya se tenía planeado realizar un asalto bancario en Monterrey para “expropiar” los recursos necesarios para el desarrollo de las actividades de la organización. El asalto se realizó el 14 de enero de 1972 en dos bancos simultáneamente, en cuya ejecución “Toli” tomó parte. El grupo era rudimentario, por lo que los errores técnicos surgieron casi como inevitables, se dieron en cantidad y, para colmo, se corrió también con mala suerte.
En la tercera noche posterior al asalto, ya estaban arrestados dos de los participantes y se tenía copado un departamento en los Condominios Constitución, donde se encontraban otros tres miembros del grupo. Sólo tenían un viejo revolver 38, que nada podía hacer frente al aparatoso cerco de policías y soldados, por lo que decidieron entregarse. “Toli” fue el primero en salir con una camiseta blanca en la mano.
Por eso estaba la noche del 17 de enero de 1972 con las manos en alto, cuando fue acribillado. Cayó muerto en la misma puerta del apartamento y su cuerpo fue arrastrado hasta el pasillo externo, donde fue exhibido al lado de una metralleta. La prensa del día siguiente consignó que fue repelido cuando salió “escupiendo fuego”.
En alguna ocasión, en un examen escolar, “Toli” escribió de una nueva sociedad, más justa y libre. Dijo que estaba seguro que vendría, aunque no alcanzaría a vivir en ella. Su ejemplo de vida, su breve pero intensa lucha, su sangre toda, como la de tantos otros, abrieron los espacios que ahora nos permiten seguir buscándola por otros caminos.
* Publicado originalmente en el número 15 de la revista La Quincena, de enero del 2005.