PEREZ17102022

Ser universitario en el siglo XXI: un punto de vista (I)
Jorge Ignacio Ibarra 

Monterrey.- Llama la atención que la primera observación sobre una universidad en la actualidad sea la calidad de su claustro e infraestructura respecto a los indicadores mundiales y nacionales, parámetros confeccionados desde hace tiempo con equipos profesionales que miden la presencia de certificaciones en el caso de México, o bien la presencia de una universidad dentro del top ten de su país o región. Indicadores que apuntan hacia una mayor competitividad (utilizando el término que gustan de usar en las publicaciones dedicadas a la excelencia académica) así como una mayor eficacia en cuanto al logro de objetivos a corto y largo plazo. Destaca de entre esta realidad dominada por los indicadores aquella que favorece la vinculación de la universidad con la industria, así como la innovación tecnológica, especialmente si se dedica esta última a la aplicación inmediata y de amplios rendimientos en la creación de soluciones a problemas prácticos como urgentes que requieren la aplicación de nuevas tecnologías o software especializado. Dentro de este conjunto de condiciones, por un lado, la exigencia sobre el profesorado de mantenerse cercano cuando no plenamente ubicado dentro de los estándares mundiales de excelencia, y por el otro la exigencia de conectar el conocimiento universitario plenamente con las necesidades prácticas de la sociedad, es ahí donde emerge la duda de si realmente se encuentra la universidad en la ruta adecuada para alcanzar la excelencia y su función social.

La universidad de hoy, en el siglo XXI, se encuentra volcada hacia los indicadores y la tecnología como referentes que dirigen sus destinos y objetivos. Lo que en algún momento del siglo se planteó como una relación necesaria entre universidad, aparato militar y capital, se percibe hoy como una realidad palpable en programas de estudio, presupuestos para investigación, creación de infraestructura, además de las consabidas becas y apoyos, todo ello dirigido principalmente al desarrollo tecnológico.

Negar que la tecnología nos ha proporcionado numerosas soluciones, así como ha abierto caminos insospechados de transformación humana tanto como de conocimiento y adaptación a la naturaleza, es negar algo evidente y que en definitiva nos ha proporcionado en este punto de la evolución del planeta, plenos beneficios, pero también problemas, y algunos de ellos realmente muy graves. Para Gilbert Simondon, una de las facetas más prometedoras de la tecnología era la destrucción de mitos, ya fueran parte las grandes religiones o bien aquellos originados en las poderosas ideologías del siglo XX operando mistificaciones, tanto de la tecnología como del poder político. Mistificaciones, afirmaba este pensador francés, que esclavizaban al hombre reduciéndolo a una adaptación a un mito, un grupo o una “raza”. La tecnología, continuando estas ideas de Simondon, no tiene nada de malo en sí misma, antes bien nos proporciona un conocimiento de nosotros mismos como especie. Son nuestras creaciones las que dan cuenta de que somos, cuales son nuestras aspiraciones y nuestros valores, tanto materiales como espirituales. La universidad como locus del desarrollo técnico no tiene nada de negativo o perjudicial en tanto se promueva el conocimiento y ese auto conocimiento por medio de la tecnología de la que habla Simondon. El problema se cifra en creación de un nuevo mito, uno que se refiere a la adaptación del ser humano a las condiciones que crea la tecnología como una realidad última, superior e incontestable que se presupone como fundamento de nuestra civilización.

La universidad, por otra parte, tal como se plantea en su idea y desarrollo, dentro de occidente, reúne un conjunto de saberes que conforman un universo, tal y como Henry Newman, filósofo y teólogo irlandés del siglo XIX, describe: “Una universidad es una escuela de conocimiento de todo tipo, que consiste en los profesores y los que desean aprender, venidos de todos lados” Nos encontramos así que se trata antes que nada de un lugar, físico primeramente, aunque hoy podríamos bien decir que deviene virtual por obra de la tecnología, pero que su nota principal, como también lo establece el mismo Newman, es la comunicación y circulación de pensamiento. Es, además, prosigue Newman, lugar de encuentro “cara a cara” donde la ventaja sobre medios impresos o de otra índole (hoy diríamos medios digitales o redes) la improvisación, el tono de voz, los gestos, todo aquello que se formula como un contacto directo y humano en el aula y el campus universitario. Son muchas las ideas que Newman formula sobre la universidad, pero he querido citar aquí solo las que me parecen más adecuadas e importantes para la cuestión que quiero plantear en este momento. Me refiero precisamente a este ultimo punto de la convivencia y el contacto dentro de la universidad, como un asunto que se convierte hoy día en crucial y crítico para la transformación que sufren las universidades, ya no solo de México sino en buena parte de Latinoamérica. Dicha transformación tiene que ver con la conversión a la digitalización de programas de estudio, así como la virtualidad en el horizonte próximo.

Si la tecnología como dice Simodon es auto conocimiento, desarrollo de nuestras capacidades, así como entusiasmo por la medida y la innovación, en una palabra, potencias creadoras, es menester pensar en una universidad que pueda conjugar dos elementos: la innovación y el contacto humano. No podemos permitir que estos dos elementos se excluyan mutuamente. El apoyo que nos proporciona a tecnología no debe convertirse en fetiche, razón de ser de la universidad, referente último y primero sin crítica o aceptación ciega, nuestra relación con la tecnología debe orientarse hacia la potencialización de nuestras capacidades de diálogo y creatividad. Proponer, como se hace en algunas universidades, que la educación superior sea total o parcialmente virtual debe preocuparnos en cuanto puede favorecer ese contacto cara a cara del que habla Newman, el contacto a través de la pantalla puede darse efectivamente, pero el situarse físicamente en un espacio donde convergen múltiples intereses, maneras de pensar, (ventajas del cara a cara) cierre. La Universidad y el universitario, no deben plegarse a la tecnología, rendirse totalmente ante ella, la debe dominar y encaminar hacia el perfeccionamiento de nuestras capacidades. En ello tiene que ver mucho el tiempo. El tiempo de la tecnología es veloz, rápido, indiferente a la reflexión o la maduración de los puntos de vista, es por ello que es como un caballo desbocado o un avión de reacción que si no se tiene un adecuado manejo puede arrollarnos o estrellarnos, lo mismo da. El ser universitario reclama ante todo un tiempo para el encuentro, la discusión de ideas, la mirada cara a cara, los gestos y la voz, el caminar en los pasillos, improvisar la conversación con algún visitante o compañero de otra facultad. Me parece que la universidad, hablando específicamente de México y Latinoamérica tiene ante sí una coyuntura especialmente compleja al situarse a la cola de la tecnología, situación que nos llama repensar su lugar y misión en tiempos difíciles.