Mazatlán.- Joan Manuel Serrat recibió hace días de Leonor de Borbón, heredera del trono, el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024, en el Teatro Campoamor de la bella y apacible ciudad de Oviedo.
Y en el discurso de aceptación del galardón “destinado a honrar la labor científica, técnica, cultural, social y humana realizada por personas, instituciones…” señaló cosas relevantes que se nos olvidan, porque las damos por hecho, o porque los políticos o sus propagandistas las desgastan quitándole todo valor, y alguien como Serrat, con la solvencia de una trayectoria artística, las vuelve a poner en su lugar cuando tenemos un mundo hostil y polarizado.
Lo más sustantivo de su discurso breve ante el selecto grupo de monarcas, políticos, amigos y gente extraordinaria, del gremio de poetas e intérpretes, que a los latinoamericanos nos han permitido hermanarnos con la España de Antonio Machado y Miguel Hernández.
“Prefiero los caminos a las fronteras –dijo Serrat–, la razón a la fuerza y el instinto a la urbanidad. Soy un animal social y racional que necesita del hombre más allá de la tribu. Creo en la tolerancia. Creo en el respeto al derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente. Creo en la libertad, la justicia y la democracia. Valores que van de la mano o no lo son”.
De estas palabras destacó lo que está en juego en estos momentos en México –y, por qué no en Cuba, Venezuela y Nicaragua, incluso en los Estados Unidos de Norteamérica– donde utilizando los peores de recursos de la política se alcanzó un triunfo electoral, una mayoría calificada en el INE-TEPJF y la mayoría cuatroteísta está a punto de imponer lo que llaman “supremacía constitucional”, que iría en contra del “derecho ajeno y el diálogo como la única manera de resolver los asuntos justamente”.
Esto nos lleva a lo otro, que es el ejercicio de la “libertad, la justicia y la democracia que bien lo sentencia. Valores que van de la mano o no lo son”.
La generación del 68 y sus herederos, la presidenta Sheinbaum dice serlo, han alcanzado el poder y lo que no han alcanzaron en las urnas lo han arrebatado por medios no democráticos.
Recordemos que esa generación creció escuchando las canciones de Serrat e imaginando la utopía libertaria, pero por lo visto no lo llevan a la práctica y hoy, con cierto gozo y sentido de venganza, buscan instalar a un modelo político que, paradójicamente, fue el que combatieron en la década de los 70 para que el país alcanzara un modelo democrático pluralista.
El diálogo político, no olvidemos, es una herramienta indispensable para la sana convivencia y la posibilidad de que por encima de las posturas políticas y sus diagnósticos está un país que lo necesita para atender los problemas ingentes en materia de seguridad, pobreza, desarrollo regional, educación y democracia.
Sin embargo, se impone la soberbia y la idea equivocada de que el que gana, gana todo, aunque, hay que decirlo, con la evidencia terrible de Sinaloa, Guerrero o Chiapas, que está demostrado que no puede con todo y de continuar terminará empeorando las cosas en el resto del país.
O sea, al discurso le faltan asideros, anclajes, aliados, que no sean los del militarismo y la militarización.
Eso nunca ha llevado a buen puerto, como rememora Serrat quien, recordemos, vivió el exilio durante el franquismo, un modelo político cívico militar, que duele decir se parece mucho al que está en proceso de construcción en nuestro país y que durante cuatro décadas acabó con las libertades públicas dejando una estela de muertos y exilios.
Y en ese país hermano todavía siguen cavando, como aquí, para encontrar los restos de desaparecidos en la guerra civil.
A la muerte de Francisco Franco felizmente se abrieron las avenidas de la concordia, donde hasta hoy conviven en las instituciones izquierdas y derechas, producto del ejercicio maduro del diálogo y el acuerdo democrático.
En cambio, en México se dice sí al diálogo, pero solo de arriba hacia abajo, o entre los ganadores. Sabemos por experiencia que cuando eso ocurre estamos ante el reparto del botín, y muy pronto veremos quiénes serán los nuevos dueños de este país que, sospecho, podrían terminar rebasando a la propia presidenta.
Es decir, pervive esa herencia colonial de la que escribió ese gran referente de la izquierda académica que fue el sociólogo Pablo González Casanova; el otro es Lorenzo Meyer, que terminó como un propagandista más de la 4T, lo que significa oportunismo político y orfandad de ideas.
Quizá por eso la necesidad constante del oficialismo en crear falsos debates, como la exigencia del “perdón” de la Corona Española y ahora, al gobierno de los Estados Unidos, para que “explique” su papel en la detención del capo Ismael (El Mayo) Zambada, como una manera de mantenernos a la expectativa y olvidarnos de los temas de fondo.
Y es que el fondo es crear un nuevo sistema de partido hegemónico, como antes fue el PRI, con sus derechas e izquierdas nacionalistas, como si eso fuera suficiente en un mundo de bloques y donde hay jugadores de distinto tamaño e importa la estabilidad de los países.
México, contrariamente a lo que piensan los militantes y simpatizantes de la 4T, se debilita con un sistema cuasi absolutista, porque se suma a la lista de los países que no ofrecen certeza jurídica y sus efectos, ya lo estamos viendo; lo siguiente habrá que esperar creo, no mucho.
Finalmente, volviendo a Serrat, ese hombre “mayor que va para viejo”, nos deja esta pieza humanista que vale para los buenos y los sinvergüenzas, que hoy abundan en México:
“Tal vez por eso no me gusta el mundo en que vivimos, hostil, contaminado e insolidario, donde los valores democráticos y morales han sido sustituidos por la avidez del mercado, donde todo tiene un precio. No me gusta ser testigo de atrocidades sin unánimes y contundentes respuestas. No me conformo al ver los sueños varados en la otra orilla del río. ¿Cuándo llegará el tiempo de vendimiar los sueños?, me pregunto de mala gana, al ver partir a los amigos sin cosechar”.
Serrat, ¡grande!