Ciudad Juárez.- Hace un par de años, desayunando en una fonda pueblerina, miré a la familia en la mesa contigua. El padre, la madre, un niño quizá de cuatro años, una bebé y la abuela. Cada quien, con su plato de menudo y su coca cola. En un momento dado, la niña comenzó a llorar y su madre la pasó a los brazos de la abuela, bastante obesa por cierto, quien de inmediato le llenó el biberón de coca cola a la bebé, que rápido se calmó. “Pues a riesgo de que me mienten la madre por metiche –le comenté a Dinorah–, tengo que decirles algo”. “Señora, esa bebida le hace mucho mal a la niña”. Y hasta eso, de muy buena gana me contestó: “No, fíjese que a ella le gusta mucho”.
Otra escena, reciente. Coincido en una tienda con una familia de rarámuris. Compran un litro y medio de coca cola y varias bolsitas de diferentes productos. A la salida, los sigo con la mirada, se sientan en una banca, sacan varios vasos desechables y la coca cola empieza a circular, mientras se reparten papitas, chetos y demás. Puede que sea la única comida del día y si hay otra, de seguro se dobla.
Parecidas escenas se repiten a lo largo y ancho del país, en las ciudades y en las rancherías más alejadas. Son expresión de uno de los problemas más graves que aquejan a nuestro país. Los datos de agencias nacionales e internacionales son espeluznantes: el 72.5% de los mexicanos tiene sobrepeso u obesidad, 17 puntos arriba del promedio mundial, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Nuestros niños, en un 37.7% padecen del mismo mal. Otras cifras actuales son peores: en 2012 los porcentajes eran de 71.3% y en 2018 de 75.2% por lo que se refiere a los obesos. De 9.2% y 10.3% de diabéticos. Vamos pues de mal en peor. La diabetes se ha convertido en una de las principales causas de mortalidad y en un grave problema no sólo de salud, sino con desastrosos efectos en la economía.
Y vuelvo al decálogo de López Obrador. Recomienda en el séptimo punto alimentarse bien y natural. Desde hace años ha remachado insistentemente en el combate a la comida chatarra y a los refrescos azucarados. Ahora, reiteró la necesidad de optar por alimentos tradicionales como el maíz, el frijol, el arroz, las frutas de temporada, el atún. ¿Alguien está en contra de este consejo? Pues sí. Pronto se expusieron dos maneras de asumirlo. Primero, quienes vimos una contribución directa del presidente de la república en la lucha contra un mal endémico de los mexicanos, sobre todo de los pobres. Y, por tanto, le dimos la bienvenida. En el otro lado, fue repudiado. Unos con mala fe, aprovechando el viaje para llevar agua a su molino electoral y otros porque han visto en estos consejos, una pretensión mesiánica e inadmisible.
Las burlas han sido copiosas, a partir de una grosera tergiversación de las palabras del López Obrador. Mintieron cuando escribieron y difundieron en las redes la versión de que el presidente quería obligar a los mexicanos a someterse a una dieta miserable. Y siguen haciéndolo, porque su mirada y su interés no están en la solución de los grandes problemas del pueblo de México, sino en la lucha por recuperar el poder para defender privilegios, a costa de lo que sea.