Tampico.- La Historia propia en el plano profesional tiene una corta vigencia, nada que se haya hecho más allá de cinco años atrás, además del grado académico, tiene caso incluirse en el currículum vitae (¿caducidad del conocimiento?). La actualización es el valor reconocido. La actualidad es la cancha en la que se juega, el mundo en el que se vive se llama: Hoy. Siempre obsoleto ante un mañana que se mueve rápido (presente líquido) y que sucumbe ante el demandante “ya está aquí”. Un presente apurado por el futuro y desconectado del pasado, esa es la ideología moderna: una torre sin elevador ni escalera, sólo altura.
El pensamiento nos hace creer que vivimos en el Tiempo, cuando en realidad, vivimos en el Mundo. Somos Naturaleza en un sistema vivo, y la vida nunca muere. Necios pertenecemos, con el título de “humanos”, al arcaico sistema de los reinos animal, vegetal y mineral, con nivel de superioridad (¿intelectual?), que nos tiene debatiendo entre grupos culturales y raciales: mientras los árabes suben de categoría a la mujer y la reconocen “mamífero”, en la India elevan al delfín al rango de “persona no humana” y prohíben su uso en espectáculos o cautiverio, y México debate su machismo ante el trato a la mujer como “humano no persona”, cosificada para abuso sexual. Además están los asuntos de las tierras, y el petróleo, y las minas, y los dioses, y los virus. En definitiva: Hasta donde tenga capacidad de imaginar el humano, en su escala de organismo viviente “pensante”, moviendo la palanca del control mediante el miedo al hambre, a la pobreza, la enfermedad o la muerte, hasta ahí, será el destino de todos sus destinos.
Y a pesar de la humanidad sin rumbo, cada Historia personal es fantástica e infinita, es un librero con libros leídos y por leer. Depende del uno que se es en el mundo, el elegir el libro que lee y el que conserva; y depende de un espíritu despierto, que las manos, y los ojos, y la mente y la emoción estén siempre ahí, dispuestos en la lectura. La Vida, no es “este preciso instante”, sino esta precisa presencia. Un librero, por más libros que guarde, siempre estará vacío si no está ahí su lector, igual que una casa no es un hogar sin su habitante.
Continuamente (a más tardar de vez en vez) hay que desempolvar un libro de nuestra historia, traerlo al presente, cambiar de opinión, darle un nuevo destino; la memoria, los pensamientos que se estancan, pesan como la palabra que no se pronuncia. Desempolvar es sacudir el follaje del árbol de la vida, para que caigan las hojas otoñales y reverdezca su nueva primavera.
Los humanos debemos sólo vivir, es decir, desde cada nido extender las alas en un vuelo propio, plenos en el ser y en el estar, en este mundo, que es nuestro cielo común para volar.
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