Muchas de las personas, sobre todo las señoras que lo conocían, le negaron tajantemente la limosna económica, que casi con lágrimas en los ojos solicitaba. Algunos le regalaron monedas y uno que otro billete.
Una viejita aclaró que, efectivamente, contaba siempre el mismo cuento del hijo enfermo; e incluso el cura de la parroquia lo había corrido varias veces. Y sí, lo seguí con la mirada, hasta que se encontró con su mujer. Morbosamente contaron el dinero entre risitas cínicas y se fueron abrazados pensando en lo que harían el día de hoy con la fructífera ganancia económica de su fraudulento proceder.
Pobre Dios cuando lo usan para esos fines perversos…