CORONA310820201

Torrencial
Roberto Maldonado Espejo

Manzanilla del Mar.- Estaba escribiendo a las cuatro de la mañana y empezaron su viaje las briznas de hojas secas; luego una llovizna leve fue barrida por el primer chiflón que llegó cantando como mariachi borracho y los goterones que siguieron acabaron con la sordina de la madrugada; en la calle la corriente rugía más que La Mar y el lodo empezó a entrar en la casa.

     Tuvimos que salir apartando sillas, burós y cuanto trasto estuviera facultado para flotar; los que no, rodaban bajo nuestros pies, resbalando, golpeando y diciendo adiós sin saber a dónde ir; nosotros tampoco.

     Mis hijos, tardos, pero no perezosos, salvaron algo de ropa, las cámaras y la computadora. ¡Ah, y el X-Box! ¿Cómo no? Mi mujer y yo acarreamos otro tanto.
Quise acudir a Café du Calcetín, pero La Mayora no me lo permitió, a resultas de la ubicación: está cruzando el puente del arroyo hacia la playa, el café está entre una pequeña laguna y La Mar. Al puente se lo llevó la corriente y esperamos de todo corazón que los estropicios no lleguen, al menos, hasta la máquina de café.

     Esto de vivir en el paraíso tiene su coste y, aún así, a ninguno nos dan ganas de regresar a la ciudad, sabemos que con esfuerzos en pocos días estaremos listos para esperar visitas. Ni modo, se chingaron las ganas de hacer milanesa empanizada y creemos que mañana serán imposibles los burritos en tortilla de harina con chicharrón en salsa verde ¿Qué le vamos a hacer? Para la tarde el piso era una torta de lodo arriba de los tobillos. La lluvia no ha mermado y en este anochecer el agua vuelve de intrusa, ya está casi hasta donde salva sean las partes.... Nosotros, por lo pronto, nos estamos orinando de risa.

     Cierto, el agua bajó, pero llegó la segunda racha y volvió a subir.

II
La segunda creciente nos encontró en la casa de un amable vecino. Desde el segundo piso vimos pasar troncos, sacos de basura, animales de la montaña y uno que otro transeúnte con el agua al pecho luchando contra la corriente tratando de llegar a alguna parte. Empezamos a juntar agua llovediza aprovechando los chorros de los techos hasta donde nos dieron los cacharros. La paradoja del agua en abundancia es que si no sale en la llave estamos jodidos, la comodidad nos ha domesticado, la que queda en el tanque empieza a valer oro: regla número uno, no se le jala la palanca al baño si se mea; y para cagar que sea poquito.

III
Las cajas con las tazas de Café du Calcetín estaban en el patio, las mesitas de noche flotaron hasta el pasillo y los colchones eran una sopa; de la ropa ni se diga, revuelta con el lodo eran otro piso sobre el piso. Para quien no conoce el comportamiento del lodo fino les diré: la capa inferior va recibiendo el gran peso del lodo que se deposita arriba y la exprime, el agua busca la salida y la tardanza hace que cada momento que pasa es más difícil sacarlo, se torna pegajoso, como chicle, se queda en la pala, en las carretillas, en los pies –descalzos porque las sandalias se pegan– y lo peor: si se deja secar se tendrá que usar cincel y martillo. El día siguiente a la tormenta lo usamos en eso. Para nuestra fortuna la gente de La Manzanilla del Mar sabe el valor de la solidaridad y la familia de Aarón y Miriam llegaron a ayudarnos por la tarde; con mucha más experiencia que nosotros en estos quehaceres, avanzamos de a madres. Al tercer día también llegaron Alejandra y Camila, que viven en Boca de Iguanas, en la montaña, y no fue poco el desmadre que les tocó, la subida a su terreno se llenó de barrancos.

IV
El único tiempo perdido es el que se usa para llorar. La lección del desprendimiento llega por estos vericuetos inspirados, nos duele todo el cuerpo más que no tener lo puesto; todas las familias trabajamos y las calles son una colección de colchones, cojines, refrigeradores y demás enseres jodidos, aparte de lo difícil que es caminar en el lodazal. No hay muchas cosas en los comercios; la carretera que nos comunica con Melaque fue obstruida por un cerro que, completo, le cayó encima del asfalto.

     Café du Calcetín está ahora en una isla. Sabemos que a los turistas les gustan las aventuras, pero imaginarias, como tirarse del bonji o creerse tarzanes en los viajecitos programados y, en fin, en las realidades cómodas que les preparan completan en el imaginario lo mucho que han visto en las películas; un turista viene a fingir que es el protagonista de la vida que sueña. Esperaremos a los viajeros, a esos que les gusta ampliar su mundo compartiendo culturas.

     Los comercios del pueblo han ofrecido despensas; Chepina consiguió algunos donativos y nos tocó un colchón nuevo. En fin, seguiremos compartiendo el pan y la bonhomía de cada día.