Tijuana.- “Tanta y tamaña tierra para nada”, dice el narrador en el cuento Nos han dado la tierra (1945). Éste es el primero de 17 cuentos que integran el libro clásico El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo. El autor jalisciense destaca en este cuento el contenido demagógico del reparto agrario posrevolucionario al sintetizar magistralmente en un relato muy breve el engaño del que fueron víctimas muchos campesinos que lucharon por la tierra durante la Revolución Mexicana (1910-1917)
Con elementos de realismo mágico Juan Rulfo relata la desesperanza de unos campesinos en los entornos del pueblo mítico llamado Comala ante las injusticias de la burocracia gobernante. La tierra que les dio el gobierno está alejada del pueblo; es un páramo extenso que no conoce la lluvia y donde, tras un largo y cansado caminar de once horas, los beneficiarios de esa dotación constatan que recibieron una tierra yerma en la que no encuentran
“…ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada… No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.” (Juan Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas. México: Planeta, 2008: 137-138.)
En este cuento, así como en Paso del Norte, El día del derrumbe, Luvina y No oyes ladrar los perros, entre otros, Juan Rulfo pinta con pinceladas elocuentes una cruda y lacerante realidad que permea a todo el ámbito rural de México. Nos han dado la tierra me motivó a revisar un caso similar en la realidad agraria de Baja California de fines de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado. Se trata de la dotación de tierra a campesinos del Ejido Alberto Oviedo Mota en el Valle de Mexicali.
En un rancho conocido como Puente Treviño, ubicado cerca del poblado Benito Juárez, a partir de 1954 cada domingo se congregaban jornaleros agrícolas de todos los confines de la tierra cachanilla. Llegaban con su fardo de esperanzas al hombro, tal como los campesinos en el Llano Grande de Comala, para depositar sus sueños en la conformación de una solicitud de creación de un nuevo centro de población ejidal, al que el gobierno federal pudiese dotar de tierra para sembrar. Después de cinco años de ilusiones bien alimentadas en esas sesiones multitudinarias, la solicitud enviada al Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización del Gobierno Federal tuvo respuesta positiva en 1959. El gobierno autorizó crear un nuevo centro de población ejidal con los 800 campesinos que tuvieran las familias más numerosas. La resolución presidencial, firmada por el presidente Adolfo López Mateos y ejecutada en 1960, dotó al Nuevo Centro de Población Ejidal Doctor Alberto Oviedo Mota una superficie total de 16,250 hectáreas, a razón de 20 hectáreas para cada familia (DOF-14/04/1959).
El nuevo ejido se asentó en el extremo sur del Valle de Mexicali, en una zona conocida como el Indiviso, dentro de la Delegación Municipal de Colonias Nuevas, Kilómetro 57. En 1960 los nuevos ejidatarios recibieron cada uno su Certificado de Derechos Agrarios firmados por el Presidente de la República. Al erigirse el asentamiento urbano, aquello parecía un enorme campamento y taller de carpintería; bajo la canícula del día y del manto negro de la noche, resonaban el vaivén de los serruchos cortando barrotes, hojas de triplay y palos, y los martillazos en paredes y techos de casas precarias que se levantaron con admirable rapidez.
Llegaron los ingenieros del Departamento Agrario para ejecutar la Resolución y realizar el deslinde de las 16,250 hectáreas dotadas al ejido. Aquí es donde el sueño se tornó en desesperanza, como en el relato del Llano Grande en Nos han dado la tierra. Las características de esa desilusión las comentaré en la siguiente entrega.
* Secretario General de Planeación y Desarrollo Institucional de El Colef.