Este elemento fue descubierto en 1800 por el brasileño Bonifacio de Andrade e Silva, como un tipo de silicato en una mina Uto en Suecia; dos años más tarde, Johann Arfvedson (1792-1841), de la Universidad de Upsala descubriría propiamente el litio; y año después, Humphry Davy y William Thomas Brande aislarían este elemento mediante electrólisis (separación de este elemento por electricidad). Posteriormente, en 1855 Robert Bunsen y Augustus Matthiessen, también por electrólisis, lograrían obtener el litio en grandes cantidades para su potencial uso en la guerra (Witker, 2000).
El auge del litio se incrementaría en la Segunda Guerra Mundial, al descubrirse sus múltiples aplicaciones, tales como lubricante de motores de alta temperatura y durante la Guerra Fría; uno de sus isotopos (átomos que pertenece al mismo elemento químico que otro) se usó para crear bombas, debido a ser un metal liviano, de vida útil extendida, alta densidad de energía, resistencia a altas temperaturas, entre otras características. Actualmente, dichas características lo han convertido en un elemento básico de las baterías que alimentan a los dispositivos electrónicos, así como para baterías de autos eléctricos, debido a su alta durabilidad y utilidad en relación a otras baterías, del tipo recargable, y se han denominado baterías de iones de litio o de polímeros de litio. Además, de ser baterías livianas que proporcionan mucha energía, son altamente rentables, al igual que su margen de ganancia, y ello ha ido aumentado su fabricación y la explotación minera del metal.
Cabe mencionar que los yacimientos de litio más preciados se ubican en países de América Latina, como Bolivia, con un 24.6%; seguido de Argentina, con 22. 6%; y Chile, con 11.2%; estos tres países constituyen el denominado “Triángulo del litio”. Le siguen Estado Unidos, con 9.2% ; Australia, con 7.5%; China, con 6%; : Congo, con 3.5% ; Canadá, con 3.4%; Alemania, con 3.2%; y México, con 2%. (CEMERIA, 2023).
Si bien para un país contar con litio es sacarse la “lotería”, pues implica un empuje a su economía, también conlleva impactos ambientales negativos, porque la explotación de las minas deriva en el desmonte de vegetación, la pérdida de flora y fauna, biodiversidad, disminución en la recarga de acuíferos y posteriormente a estrés hídrico. Ya que el método tradicional de extracción de litio requiere grandes cantidades de agua para limpiar impurezas y se genera salmuera que se deposita en grandes piscinas para evapora el agua y el resto se desalojan hacia acuíferos, afectando el entorno natural y con ello la salud humana.
Lo anterior resulta preocupante en el caso de entidades como Sonora, en México, que es una zona con recurrentes sequías y escases hídrica. Lo cual se agrava, si indicamos que tan solo en 2021, la venta de autos eléctricos fue de 6.5 millones de unidades, equivalentes a 26 mil 400 toneladas de litio, con un consumo de agua de 24,5 billones de litros de agua, que equivale al agua consumida anualmente por una ciudad de 374 mil habitantes (OLCA ,2022); es decir, el uso de agua para producir autos eléctricos podría haber brindado agua por un año a la octava parte del total de la población de Sonora, que asciende a 368 mil 105 habitantes (Conapo,2021).
¡Claro está! La idea de que tener un auto eléctrico con baterías de litio nos la han vendido que es sostenible y nos llevarían a reducir las emisiones de dióxido de carbono. Lo cual parece ¡genial!, pero si esto fuera totalmente cierto, el mundo estaría coreando “A salvar el mundo con autos eléctricos”; ante esto le pregunto: ¿usted qué opina? ¿Integraría el litio en su vida?
Profesora-investigadora de El Colef, Unidad Monterrey. megamar@colef.mx