Para algunos, las causas del desastre producido por Otis no son necesariamente achacables a un deficiente ordenamiento del territorio, o a la negligencia de ciertas autoridades, que toleran asentamientos poblacionales en zonas inadecuadas y permiten generar infraestructura de calidad pésima. No; es mejor culpar a un problema planetario: el cambio climático; y la razón es simple: dado que éste es mundial, es responsabilidad de todos y de nadie a la vez.
Los agoreros de la muerte, detractores de todo lo que venga del gobierno federal, sin miramientos desecharon cualquier asomo de sensatez. Para ellos sólo hay un culpable: el presidente Andrés Manuel López Obrador. Aunque de esto nada nuevo hay en el horizonte; porque si el primer mandatario fue responsable de las muertes durante la pandemia de Covid-19, ¿por qué no lo sería de la hecatombe de Acapulco?
Al margen de la politización de las desgracias y el asidero del cambio climático, el hecho es que lo acontecido obliga a replantear nuestro entendimiento de “lo ambiental” y de la propia política pública. El pensamiento prevaleciente ha sido que lo ambiental es aquello que “está afuera de nosotros”: el aire, el agua, el suelo, la naturaleza y sus recursos; ergo, el clima y su variación son algo no humano. Pero Otis, como otros de sus predecesores, advierten que somos actores claves de la problemática y por tanto debemos proceder en consecuencia. En ese sentido, la tan vendida idea de “pensar globalmente y actuar localmente” impuesta desde foros internacionales para ilustrar al mundo en desarrollo sobre cómo conducirse, debe cambiar a un “pensar y actuar localmente”, que luego ello beneficiará a todos. En breve, somos parte de nuestro ambiente y responsables de lo que le ocurra.
En México, la política ambiental se centró en sus orígenes en los temas de salud y agua. Luego se incorporaron rubros como contaminación del aire, residuos peligrosos y deterioro de suelos. Más recientemente entró en la agenda el asunto climático y la necesidad de ser “resilientes”, es decir, adaptarnos a las nuevas “condiciones ambientales”... sin pensar en modificar el modelo de producción y consumo dominante. Ser resilientes es la solución, cambiar el modelo no es opción.
El momento actual y los días venideros son un reto por demás complicado para la política pública de México. El gobierno federal ha pretendido desterrar un esquema económico que ve a la naturaleza y sus recursos como mercancías y no como sustento de la vida toda; la pregunta es si los actores involucrados tienen la voluntad de comprometerse a hacer alguna diferencia. Otis indica que el camino es cerrar el círculo y volver la atención a las necesidades más elementales, tanto de la humanidad como de la naturaleza que le da soporte; que debemos actuar bajo una perspectiva integrada, donde gobierno, sociedad y empresa acuerden sobre una mejor articulación con, y uso de, los distintos recursos físicos y bióticos. La supervivencia social y ecológica depende de las decisiones que se tomen hoy.
* Investigador de El Colegio de la Frontera Norte.