Mazatlán.- Quirino Ordaz Coppel, el exgobernador de Sinaloa, debió pasar un mal día el lunes de la semana pasada, cuando el presidente López Obrador repartió embajadas y consulados entre morenistas y priistas, cuando la suya está refrendada, pero se han acumulado cuatro meses sin que el gobierno español otorgue el plácet, el beneplácito, para dar el siguiente paso que es poner a trabajar al Senado de la República y superando los escollos de su partido, recibir la anuencia para presentar sus credenciales ante el Palacio de la Moncloa.
Mucha tinta ha corrido desde que AMLO lo hizo público, y una parte de ella se ha utilizado en la especulación sobre el destino de Ordaz Coppel.
Va desde quienes en la SRE le dicen que todo va bien y es cuestión de tiempo, hasta los que perversamente señalan que no lo quieren en Madrid, por venir de Sinaloa; no menos inquietantes, son los mensajes que mandan desde el cuerpo diplomático de carrera, cuando sugieren que el exgobernador sinaloense no es de los suyos, como si fuera un requisito indispensable para ser embajador; o lo dicho por Alejandro Moreno Cárdenas, el dirigente nacional del PRI, quien amenaza reiteradamente con expulsar del partido a todos sus correligionarios que acepten este tipo nombramientos en el servicio exterior mexicano.
Hay razones fundadas para pensar, que el problema de la espera tiene que ver más con México que con España; con el presidente López Obrador que con Pedro Sánchez, el jefe de gobierno español. Y es que, recordemos: nuestro presidente, al inició de su mandato, en un acto fuera de las formas de la diplomacia internacional y desde su púlpito matutino, dio a conocer que se había filtrado una carta en la prensa española.
En ella solicitaba comedidamente al rey Felipe II que su país ofreciera un perdón a los pueblos originarios mesoamericanos por los costos que había tenido la barbarie de la conquista y colonización que, según Enrique Semo, en un texto clásico, diezmaron considerablemente la población prehispánica.
El pedido fue razonable, como una forma de pintar una línea de separación entre el pasado y el presente. Entre neoliberales y discusivamente no neoliberales. Pudo haber sido aceptada si se hubieran respetado las parte de un protocolo pactado que hoy mantendría normalizadas las relaciones entre ambos países iberoamericanos; pero al estilo del presidente, criticó severamente la filtración de la carta, y eso terminó por descomponerlo todo; de tal manera que hoy están frías las relaciones, sin ningún tipo de comunicación entre las partes. Para no ir muy lejos en la conferencia mañanera referida, el presidente insistió sobre la tardanza, afirmando que el gobierno de España estaba acostumbrado a tratar con los políticos mexicanos neoliberales y no con los que han llegado al poder.
Peor todavía, el asunto del “perdón” se mediatizó y escaló políticamente, de manera que escritores como Mario Vargas Llosa y Javier Pérez Reverte, criticaron severamente la petición del gobierno mexicano, porque a su juicio era desproporcionada; y aquello, como terminó por llegar al Congreso de los Diputados de España, donde especialmente los dirigentes conservadores del Partido Popular y VOX hicieron escarnio público, escalando mediáticamente en los medios de comunicación de uno y otro lado del Atlántico.
O sea, el tema del plácet está contaminado, y necesita urgentemente una depuración, pero, a la vista, ninguna de las partes parece querer dar un paso adelante. Desde el gobierno mexicano, al parecer, nadie está haciendo el trabajo fino para reestablecer la relaciones entre ambos países y se deja a que corra el tiempo esperando que el enfriamiento termine por ofrecer una salida; claro, se ha hecho la tramitología burocrática, pero el tema está detenido en algún escritorio de La Moncloa y faltaría un mensaje público del presidente López Obrador que provoque una distensión; pero hasta ahora, no parece estar en la agenda de Palacio Nacional; y lo mismo en La Moncloa, donde me dice un destacado académico español, podrían estar convencidos de la necesidad de un “castigo simbólico” al gobierno de la 4T, por el inusual pedido del “perdón” que fue considerado casi una ofensa que no mereció ni siquiera una respuesta de la Casa Real.
Una salida a este embrollo diplomático es que dada la importancia que tienen la normalización de las relaciones para muchas empresas españolas y mexicanas, sean estas las que provoquen la distensión y den continuidad a una relación ordenada y creciente desde que España dejó el franquismo para encauzarse por los caminos de la democracia representativa.
Recordemos: en el interludio del franquismo, sus relaciones estuvieron suspendidas durante todo este período, y los sucesivos gobiernos protegieron al exilio republicano –y, felizmente, Rodolfo González Guevara, un político sinaloense, fue uno de los primeros embajadores en la llamada transición española–; el mazatleco animaría con esa experiencia trasicional nuestro propio proceso de cambio, iniciado a finales de los años setenta con la reforma electoral que renovó el sistema de partidos y que trazó una ruta institucional para que se celebraran cada vez más elecciones competitivas en México.
Muchos políticos y académicos aprendimos del llamado Pacto de la Moncloa y su transición a la democracia, como también de la enseñanza de esa pléyade de intelectuales y académicos que enseñaban en las universidades españolas, fuera el Instituto Universitario Ortega y Gasset, las universidades Complutense, Salamanca, Autónoma de Madrid o de Barcelona; incluso, recuerdo que durante el gobierno de Carlos Salinas se echaron a andar las cumbres iberoamericanas que estrecharon las relaciones españolas, no sólo con México, sino con el resto de América latina; y en el de Ernesto Zedillo, luego de la llamada “sana distancia” con su partido, el PRI representó un paso decisivo para la alternancia en la presidencia de la República; lo que luego harían los gobiernos panistas, es otra historia que rebasa los límites de este ejercicio de análisis.
Por aquello y más, duele el atorón que existe entre ambas naciones inextricablemente unidas por una historia reciente sin calificativos y denuestos; y es urgente destrabarlo para que continúe sin cortapisas políticas e ideológicas el flujo de relaciones económicas, políticas y culturales; pues de lo contrario, vendrá a menos, innecesariamente, una relación de siglos que ha sido determinante en muchos sentidos para nuestra identidad como nación. Sí, por la conquista bárbara, pero también, por el mestizaje en que derivó.
En definitiva, la relación entre los pueblos del mundo no son patrimonio de los gobiernos en turno y menos entre los de países democráticos, donde debería prevalecer el diálogo en la diferencia, la construcción institucional por encima de despropósitos y filtraciones mediáticas; y menos con las opiniones que polarizan, sea desde los gobiernos o de los llamados líderes de opinión, por lo que resulta urgente que se normalicen las relaciones diplomáticas entre los dos países otorgando el beneplácito a Quirino Ordaz; o, si fuera el caso, manifestar las consideraciones fundadas de una negativa.
Lo que no puede ser es que persista el silencio, los reclamos en Palacio Nacional y el silencio en el de la Moncloa.