Nueva York.- Pasadas las elecciones y la alegría de saber que tendremos en México la primera mujer presidenta de nuestra historia, tuve la oportunidad de disfrutar y estudiar con mi hija y uno de mis hijos de un viaje a la región del noreste de los Estados Unidos. Cada estado o cuidad conocida tiene sus encantos y sorpresas, que entretejen experiencias no imaginadas de este capitalismo americano.
Para dar entrada a una reflexión hablaré de Nueva York, ciudad que fue la puerta de entrada por el aeropuerto JFK (John F. Kennedy) y al Estado del mismo nombre; para este su capital es Albany, pero su ciudad más reconocida lleva su mismo nombre y está en el sur de su territorio (Nueva York). El estado está situado entre los lagos de Ontario y Erie y provincias de Canadá; nuestra ruta estuvo cercana a Nueva Jersey, Washington D.C. y Massachusetts (y su capital Boston).
La Ciudad de Nueva York está integrada por cinco distritos llamados oficialmente “boroughs”: Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten Island. Se ubica en la desembocadura del Río Hudson y su territorio se asienta en tres islas: Manhattan, Staten Island y Long Island, haciendo que el terreno edificable sea escaso y obligando a un sistema de comunicación de puentes, metro, calles y subterráneos inmenso. Muy poca población puede tener un carro y los tiempos de distancia entre un lugar y otro se miden por minutos caminados o por horas en los transportes colectivos. En 2022 su población como ciudad era de 8 mil 336 millones y la zona metropolitana está sobre los 21 millones 800 mil habitantes. Si pensamos en la Ciudad de México, se asemeja en datos poblacionales, mas no en territoriales, porque según informes del año 2020, la Ciudad de México tenía 9 millones 300 mil habitantes, y la zona conurbada 21 millones 804 mil habitantes, en un territorio de mil 495 kilómetros cuadrados.
La superficie terrestre en Nueva York, en cambio, está cercana a los 830 kilómetros cuadrados y la superficie marítima a 425 kilómetros cuadrados. Es de llamar la atención en esto de los datos de localización, porque existe un decreto de edificación que obliga a que los edificios sean construidos de tal manera que puedan llegar los rayos de sol a las banquetas o las calles. Igual se encontrará que la mayoría de los edificios tienen nombres de los propietarios y el espacio de un árbol o pequeño jardín a la orilla de la banqueta esté cercado y dice “Propiedad Privada”. Prohibiciones por todos lados, para respetar espacios y propiedades da respiro a la dinámica ciudad. El uso de los espacios en los parques y calles está muy delimitado y exigido: para niños con carriolas, personas mayores, espacios libres para descansar con sillas y mesas, lugares para perros pequeños, perros grandes, músicos urbanos, venta de comida en carritos, y claro: lugares para la basura. Los estacionamientos de las calles, si son desde el estado, se permiten máximo por dos horas para utilizarlos, otros para discapacitados, varios para descarga de mercancías, para los hoteles y bueno, el guardado en estacionamientos públicos de paga es un lujo.
En todo el recorrido en mi mente permeaba una prioridad sobre los migrantes y cómo podrían vivir en esos espacios como personas, o bien de los ciudadanos en esta enorme ciudad, donde en momentos percibes que los edificios se te vienen encima, o cuando los ves a la distancia y están suspendidos entre el azul del cielo y el azul de río o del océano. En momentos te atrapa la mundialización de razas, etnias, vestimentas, el multiculturalismo y el verano. El uso excesivo de tabaco, vapeadores y de mariguana esconde los olores del sudor o la humedad de espacios sombríos; las sonrisas de la gente se acotan en su constante correr y ver el celular o dormitar en el metro, donde también hay vendedoras ambulantes con sus críos y jóvenes bailadores entre estaciones.
Iba con algunas ideas previas de una lectura de Yvon Le Bot, sociólogo director de investigación y miembro del CADIS o Centro de Análisis y de Intervención Sociológica en Francia, que publica sobre América Latina. Este estudioso tiene una frase que dice: “México está en la primera línea de una mundialización que tiene sus principales centros de difusión en las grandes metrópolis norteamericanas”; o bien cuando asegura que después de 1994, cuando entra en vigor el TLC ,”la frontera México- Estados Unidos fue construida por el país de acogida para disuadir y regular la inmigración, no para contenerla”; o también: “La frontera mexicana-norteamericana es tanto ‘frontera’ como ‘borde’; tanto bisagra o punto de unión, como una barrera a la que los mexicanos le llamamos ‘La línea”, tanto de demacración administrativa como política, pero “los inmigrantes han desgarrado la ‘cortina de nopal’ que nos mantenía en un relativo encierro cultural”; y la frontera social y cultural está hasta allá, en el noreste de este territorio norteamericano, no sólo en Texas o California.
Según el mismo estudioso, en el texto Actores Sociales y Actores Culturales, que hemos venido siguiendo en estas reflexiones , afirma que: “en la dos últimas décadas, México ha enviado más migrantes a Estados Unidos que ningún otro país del planeta”; la ciudad de Los Ángeles tiene un 47% de hispanoparlantes, Dallas con 36%, Nueva York con 27%, Chicago con 26%; y a partir de los años noventa la tasa de crecimiento de los hispanoparlantes fue cuatro veces superior a la de la población norteamericana. Cerca de 25 millones, entre legales y clandestinos, son mexicanos o de origen mexicano, sobre un total aproximado de 40 millones de personas de origen latino.
Lo interesante detrás de estas cifras es que el temor a la asimilación de los latinos o mexicanos con los que pude conversar en esta enorme ciudad, es bastante falso; llevaba una idea de que “el estilo de vida anglo” permeara en sus pláticas. Dicho modo de vida no los ha asimilado, se sienten mexicanos de otro estilo. Casi todos refieren que sus experiencias los transforman, viven en zonas donde integran comunidades o asociaciones de compatriotas de la misma región, o que hablan su misma lengua. En esta ciudad fueron varias las personas de Puebla y Tlaxcala, sobre todo varones que viven, unos desde hace 40 años y se comportan como mexicanos de cualquier zona de México; sus hijos que rondan entre los 20 años ya no son empleados de espacios comerciales, sino de oficinas, por los estudios adquiridos. Mantienen los vínculos con las comunidades de origen en México, las remesas y las nuevas tecnologías los une todavía más.
Mujeres de otras latitudes de América Latina: colombianas, ecuatorianas y de Costa Rica me brindaron una sonrisa y unas palabras en el metro o camión de comida. Contentas de poder apoyarte, de orientar tu camino y con conciencia de comunidad, que en ese mar de propiedad privada no creí encontrar. El sentimiento de encuentro, de pertenencia nacional flota y preguntan sobre las actuales noticias políticas de México con cierta ingenuidad, pero a la vez con alegría.
En fin, viví un cambio de perspectiva fuerte. Estos hispanoparlantes, muchos de origen mexicano, han transformado vía su acción colectiva sus vidas personales, los estilos de discriminación padecidos y las situaciones de dominio del modo de vida anglo, los han enfrentado y te hablan de sus resistencias, de reivindicaciones y de vida. Para la imagen política que tenemos del imperialismo americano, en la vida cotidiana se mueven ríos de personas amables, sonrientes, que no son víctimas sino contribuyentes de otro mundo posible. Lo que escuché fue totalmente distinto a lo que creía iba a escuchar: sujetos o sujetas responsables, sabedores de sus limitaciones, pero también de su potencialidad. Mi interpretación de entrada era errónea.