Monterrey.- Alfonso García Robles, nuestro Premio Nobel de la Paz (1982) era un modelo de diplomático que debería emular el Secretario de Relaciones Exteriores Marcelo Ebrard. Por un lado, don Alfonso era un diplomático con sólidos principios éticos. Por el otro lado, era un político práctico.
El Tratado de Tlatelolco (1967), del que fue principal promotor, buscó proscribir las armas nucleares en América Latina y el Caribe (zona que al menos en papel quedó libre de amenazas nucleares por parte de las grandes potencias), pero también pretendía mantener la influencia de México en el tablero de la diplomacia Internacional.
El juego de García Robles era doble. En un escenario global tan salvaje, la mejor defensa consiste en sumarse a los más débiles y formar con ellos frente común. Robles lo pensó así, además, para tener más elementos de negociación bilateral con nuestro siempre veleidoso y voluble vecino del norte.
No es lo mismo para EUA humillar a un vecino sin reputación internacional, que tratar de sobajar a un reputado actor global.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, México dejó de ser actor global, porque perdió reputación con sus pares y se volvió modelo de país corrupto y violento. Los mexicanos deberíamos abrir una oportunidad para iniciar una política diplomática de dignificación nacional. Ya se que Marcelo Ebrard es un buen político pero se le olvida que quien mucho abarca poco aprieta.
Y Ebrard quiere estar en todos lados. Quiere manejar las relaciones exteriores y las relaciones interiores al mismo tiempo. Si nos convertimos de nuevo en voz moral en el concierto de las naciones, las negociaciones nuestras con el resto de los países entrará casi automáticamente en una fase de mayor respeto. Que se enfoque Marcelo en esta única misión.
El problema es que ya no hay gobiernos reputados moralmente en el mundo actual. México podría llegar a serlo en los próximos años, si sigue los pasos perdidos de Alfonso García Robles. Lo malo es que ya nadie se acuerda de este diplomático ejemplar.